Indefensión aprendida, subordinación a un régimen endogámico de venalidad impune. ¿El colombiano honrado va a permanecer en contemplación resignada ante la fiesta denigrante vitalicia de los herederos del virreinato?
Colombia siglo veintiuno pasmada ante los designios de veleidades individuales con sus cofradías erario–dependientes, adictas a exclusiones, corrupciones y despojos, desalojos campesinos y otras mañas venales y penales.
A punta de gritos matones y máscaras energúmenas de hiel y odios biliosos, los colombianos parecieran vivir intimidados anclados en la agenda que imponen con sus costumbres rémoras los nietos e hijos de monarcas del frente nacional azul y rojo, enmascarados con trapos variopintos este siglo, herederos «ilegítimos» de las mañas implantadas durante más de sesenta años por los patrioteros de la corrupción institucionalizada con el miti miti de la paridad burocrática binaria desde el año 58 del siglo pasado, contubernio legalizado por la constitución feudal de 1886 artículo 120 que estableció este duopolio en la burocracia y los contratos de la res-pública. Ahí el adn de la política venal, negocio corrupción pública, cvy de “ley” dicen los corruptos.
Predecible, repetida la pobre política partidista parroquial tiene siempre en primer plano a los pobres nietos de ése “linaje”, convencidos de su derecho vitalicio heredado a seguir “amamantados” en la ubre pública de erario que los alimenta desde su gestación y que les ha impedido aprender modus vivendi distinto o meritorio. Hay que ver al turbayito y su gritería desencajada, descompuesta, amplificada por los parlantes mediáticos de industria, en alegoría a su patrón tocayo de apellido, personaje omnipresente por encima de la justicia, en la precaria agenda del perifoneo pagado por los dueños de todo el ruido distractor.
Ahí juegan todo el tiempo su mascarada apócrifa de próceres de la patria, en pose de sacrificio por la democracia, rezagos de sus ancestros.
Así pasaron los nietos del dictador coronel general Rojas, egresados de Harvard y arrasados por la corrupción en la primera década del siglo 21. Ahí vociferan los nietos del «monstruo» Laureano Gómez con los inefables nietos de los Lleras alternantes del Frente Nacional. Los nietecitos Turbay. Los Valencia. Los delfines Pastrana, apellido emparentado para siempre con el «chocorazo 1970 abril 19» que selló el cierre de aquel duopolio generador de todas las mañas de la vieja política venal aún normal en este siglo. También están ahí pegados en la escena de adicción al poder erario, los delfines de las dinastías emergentes Galán, Gaviria, Samper, Uribe, Santos y la perla del primogénito Petro. ¿Quién tira la primera piedra entre esos nombres y apellidos? No hay por dónde. Política de autoridad respetable, admirable ¿dónde se consigue? Ahí no.
Con todo y semejante antecedente, amplias franjas de la población en su analfabetismo político supino, permanecen en sumisión indefensión aprendida como objeto de manipulación mediática masiva, con actitud reverencial convencida ante las incitaciones al sectarismo y polarización desde la voces de las dinastías partidistas y mediáticas en el virreinato colonial que sigue pesando sobre los fanatismos primarios que invocan volver pronto a sus “doctores normales” de siempre. Hay que ver las clientelas en municipios y territorios obedientes a los designios de los dueños de cada feudo electoral.
La menos creíble de las fachadas de democracia tradicional es la primera plana con los rostros y gritería ramplona de los nietos delfines de los padres del miti miti ancestral que debió dejar la paz prometida nunca vivida y que en su lugar transformaron con establecimiento de abuso, vulneración y engaño, una nación atrapada en una medusa indestructible de violencias que se multiplican cada que es cortada alguna cabeza.
La diáspora colombiana, fuga de gente a luchar en otra parte, podrá llegar a veinte millones idos del país, pero en el territorio permanecen no menos de cuarenta y más millones de nativos más la migración creciente, todos responsables de asumir una coexistencia con autodeterminación por salir adelante en lo que hay parecido a una democracia con todas las taras como ésa de los nietos erario-dependientes, dipsómanos de poder burocrático, incapaces de algo creativo, productivo, amañados al lado del saqueo de erario sumado a la migración de capitales o dividendos privados a paraísos parásitos fiscales,
La Indefensión aprendida por servilismo reforzado con la falsa felicidad de la “rumba corrida” y distractores para vivir endeudados de por vida, sólo es remediable con autodeterminación. Salirse del sometimiento disfrazado que el sistema mantiene sobre la población subordinada dando gracias por el manoseo y la palmadita del «doctor me regaló» lo que me saca del bolsillo y la conciencia.
Una sociedad acostumbrada con aceptación sometimiento a los designios de una mala costumbre que es la discusión omnipresente sobre la vida de un megalómano en todas las horas mediáticas con sus subordinados en actitud de secta supremacista durante este siglo, así una colectividad está colapsada y atrapada en una parálisis sin carácter ni voluntad individual y carencia de conciencia colectiva por indefensión aprendida. Letal quiebre de dignidad. Sin autodeterminación impera el servilismo por costumbre.
Sólo con formación del ciudadano colombiano contemporáneo, dueño de su conciencia con autodeterminación, será posible la transformación de realidades terribles normalizadas en impunidad. Como la resiliencia que florece en la adversidad cruda vivida por tantos colombianos vulnerados, victimizados, el cambio va por dentro, es interior, de dientes apretados para adentro en conciencia y con la eficacia irrefutable de hechos reales. Actos de amor propio por la vida y la verdad con dignidad ejemplar a imitar.
Opinión Acto Editorial escrito por Hernando Ayala M Periodista colombiano.
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