Por ERNESTO ZULUAGA RAMÍREZ
En este país de extremos los amigos políticos del presidente Duque aplauden a rabiar cada una de las acciones o de las decisiones que adopta su gobierno mientras que la contraparte se dedica a criticarlas visceralmente o a quejarse de supuestas posturas irresolutas o endebles frente a los problemas que nos rodean. Una crisis universal como la pandemia del COVID19 atrapa por obvias razones el centro de todas las miradas y de las críticas. La verdad es que frente a un problema casi desconocido como este las autoridades de cada estado adoptan medidas pertinentes que se acomodan a su carácter y a su forma de entender el problema; aparecen entonces posturas extremas. Algunos líderes posan de escépticos y lo minimizan mientras otros aprovechan para hacer populismo. En muchos otros rincones democráticos del planeta los mandatarios asumieron facultades extraordinarias para enfrentar la crisis desbordando los límites de la lógica y de la sensatez. Ningún poder legislativo brinda facultades omnímodas y perennes al ejecutivo. Se supone que en cada Constitución hay una válvula para sortear aprietos excepcionales y que es sano que así sea, pero cuando el apuro permanece en el tiempo, casi indefinidamente como sucede con esta pandemia, aquella salida se convierte en una puerta peligrosa para los excesos autocráticos. En Colombia ha sucedido así sin que haya un real control político sobre todas las acciones excepcionales asumidas por el gobierno en cientos y cientos de decretos legislativos; pero lo peor es que no lo habrá nunca. Debo advertir que “controlar” no significa torpedear las medidas adoptadas sino evaluar su conveniencia y su permanencia. Pero en el Congreso de la patria no hay tan siquiera una sola discusión sobre alguna de ellas. Los congresistas afines al gobierno guardan áulico silencio mientras los contrarios muestran la pobreza de sus ideas. Una democracia miserable como la nuestra con unas instituciones tan desprestigiadas siempre serán caldo de cultivo para fanatismos totalitarios.
Acaba de empezar en todo el planeta una segunda ola de la pandemia. Se agravará la recesión y los extremos se agudizarán ahora que todas las posiciones se tornan ideológicas y que en Colombia se mueven al vaivén de los intereses electorales de la contienda que se avecina.
Una lupa sobre las decisiones del gobierno permite expresar que hay muchas cosas por aplaudir. El presidente Duque ha confinado a la población hasta límites sensatos que pretenden evitar la quiebra de la economía. Es el conflicto natural entre dos conceptos antagónicos: morir de virus o de hambre. Es evidente también que los colombianos han valorado positivamente las gestiones competentes, las millonarias cantidades de dinero que se han colocado para ayudar a los empresarios a soportar el “tsunami” y con el objetivo preciso de evitar despidos y quiebras.
Pero también hay hechos aberrantes. Produce mucha rabia entre nosotros y vergüenza frente al mundo descubrir que en el momento más crítico de la pandemia la banca colombiana genera enormes utilidades. La semana pasada el Grupo Aval hizo público que sus ganancias del tercer trimestre de este año sumaron cerca de 700.000 millones de pesos, un 114% más que los 320.000 millones del segundo trimestre y casi lo mismo que lo obtenido en el mismo período del año anterior en el que no había COVID19. En lo corrido del año su utilidad acumulada alcanzó 1,71 billones de pesos.
Una banca fuerte es necesaria para una economía sólida, pero que en el 2020 los empresarios financieros de Colombia tengan un año magnífico es bochornoso y habla muy mal del gobierno. Queda claro que no todos estamos en la misma barca.
Como siempre tan acertado en sus apreciaciones Doctor Zuluaga
Excelente mirada a esta verdadera y dura e INMORAL realidad ! Un abrazo.