Es navidad, el momento más esperado del año, especialmente por los niños. Es tiempo de recogimiento, de compartir en familia y con los amigos, de reconciliación. Y no es solamente para creyentes. El mundo entero asumió esta época como un oasis en la cotidianidad. Hasta los corazones más duros se ablandan; las guerras y los conflictos armados paran por un momento y los seres humanos se olvidan de sus penas y vicisitudes. Hay una magia extraña que impregna todas las actividades y nos hace más sensibles, afectuosos, solidarios y generosos. La humanidad se contagia, los artistas se inspiran en sus aires, los cantantes acuden a celebrar, todos nos dejamos arrastrar por esa inmensa avalancha de amor que invade los corazones. ¡Todo invita a ser felices!
Por eso me sorprende escuchar a algunas personas renegando de la navidad, expresando que no disfrutan de estas fiestas, ni de las de fin de año. Quiero suponer que son la nostalgia, la distancia o la ausencia de sus seres queridos las razones que los empujan a estos sentimientos. Quizás también algún fracaso reciente o algún hecho luctuoso.
Sin embargo, debemos reconocer que no todo es color de rosa en navidad. Hay muchas circunstancias que opacan estas fiestas e incluso las llenan de tristeza. El uso desatendido de la pólvora y sus efectos devastadores, los accidentes y los brotes de violencia familiar como consecuencia directa de los abusos del licor y de otras sustancias y en nuestro entorno cercano muchas expresiones adicionales de violencia infantil que no deben pasar desapercibidas y requieren cuando menos nuestra airada protesta.
En Unicentro Pereira, en el área de recreación de los niños, hay una piscina de pelotas que los atrae y divierte mientras sus padres y acompañantes hacen sus compras. Sin rubores y de manera ostentosa se exhiben allí pancartas de patrocinio de una empresa de licores con el lema: «Si lo tuyo es la Navidad, lo tuyo es el Ron Viejo de Caldas». ¡Dios mío! A quien se le ocurriría esta salvajada. El mundo es hipócrita con el tema del alcohol. Casi todos los seres humanos somos, de una u otra forma, adictos a él y lo aceptamos y toleramos. Incluso estimulamos su consumo. Pero esto ya es aberrante. Meterles a los niños la idea de que navidad y licor son sinónimos es un despropósito. ¿Llevaría usted sus hijos a jugar en esa piscina?
¿Y qué tal esta otra? A solo cien metros del colegio Carlos Castro Saavedra, en el corregimiento de Puerto Caldas, se instaló una fábrica de reciclaje que utiliza los desperdicios de la industria papelera que hay en el sector y los mezcla con estiércol de aves que transportan desde diferentes lugares de la región y que almacenan sin controles ambientales. Olores nauseabundos y moscas por doquier acompañan las jornadas escolares de estos niños sin que autoridad alguna haga algo por ellos. De nada han servido cartas, misivas, oficios y protestas. Este populoso corregimiento sufre un abandono histórico que ahora agobia especialmente a sus niños. ¡Qué alguien haga algo con tanta m….!
Pido disculpas a mis lectores por estas expresiones, pero quizás sean la única manera para ser escuchados. Ya les contaré. Por lo pronto una feliz navidad para todos. Que los arrolle la felicidad y que cada uno de ustedes se proponga y logre que sus hijos, nietos y niños en general la disfruten como nunca y la recuerden para siempre pero positivamente.
Lo de Unicentro sigue allí?
Excelente Ernesto