Por: Ernesto Zuluaga Ramírez
Nuestros recuerdos están casi siempre asociados a la música y quizás no hay otro mejor vehículo para transportarnos al pasado con tan fiel precisión. Cuando escuchamos una melodía viajamos inevitable e inmediatamente hacia algún instante anterior de nuestra vida en el que tuvimos un momento romántico, alguna aventura, un despecho, un triunfo, un sueño o quizás una frustración. La evocación suele ser la manera como revivimos nuestro pasado pero cuando esta se conecta con la música se torna más lúdica y apetecida. Mis lectores me han insistido en que ahonde en remembranzas pereiranas relacionadas con el tema y me doy gusto haciéndolo.
Hace quince días mencioné “la casa del pandeyuca”, un pequeño bar donde iniciamos los coqueteos con el amor y las baladas. Pues bien, diagonal a él, en la 30 de agosto y aledaño al cementerio laico, existió en la década de los setentas otro que se llamaba “Las Nereidas”. Una casona de dos pisos visitada usualmente por sórdidas parejas y donde asistir era de por sí un pecado que se agrandaba cuando jóvenes meseras que adornaban el lugar atendían nuestras mesas. También con cierto tufo de infracción visitábamos entonces el Berioska, otro rincón musical por excelencia; tal vez por mi edad en aquella época me estaba vedado ir por allí, pero apenas alcancé los dieciocho años me convertí en uno de sus clientes fieles. El cenit de nuestra relación se dio una noche cuando asistí —allá en el Lago— a la presentación en vivo de la Orquesta de Enrique Rodríguez, una de las mejores intérpretes argentinas del tango y otros ritmos. Quedó en mi memoria la sorpresa de saber que estas orquestas estaban conformadas por tantos músicos. Al menos doce integrantes tenía aquel grupo que vino a Pereira cuando su fundador ya había fallecido y cuando languidecían en el mundo las grandes orquestas de música comercial y popular.
De similares características era el “Ramfis”, otra taberna que nació hace más de cuarenta años y que a pesar de cambiar varias veces de sede física siempre se ubicó en el centro de la ciudad sobre la carrera sexta. Afecto a la balada era un bar en el que creí que no pagaban la factura de energía pues permanecía siempre en una profunda penumbra que asocié cómplice para los amantes. Aún existe —para nuestro deleite— por allá en la calle 24 donde es común que sus clientes fabriquen el coctel musical de cada noche. Después de esta pandemia será un placer volver por allí y encontrarme con algunos de ustedes.
Y termino esta entrega con otro de los íconos de la música de nuestra Pereira: “Enrique VIII”. El paraíso de los melómanos. En el mezzanine del edificio de la Corporación Financiera de Occidente nació por esa misma época este fabuloso bar que además de estar muy bien decorado era uno de los escasos lugares al que se podía asistir oficialmente, sin el escarnio público. Serrat, Al Bano, Dyango, Perales y cientos de baladistas más recrearon por décadas nuestras noches de viernes y sábados hasta que agobiado por los nuevos aires musicales tuvo que reubicarse primero en la calle 37 y después en el Parque Industrial donde falleció de manera bucólica. Podría asegurar sin temor a equivocarme que fui uno de los pocos pereiranos fiel seguidor de esta taberna hasta su triste defunción.
En próxima entrega les recordaré otros fabulosos lugares musicales que deleitaron el devenir de nuestra juventud como fueron Emmanuel, Puerto Rico, Remembranzas, Voces del recuerdo, el Rincón Clásico y varios más. Salud!
Publicada en El Diario y reproducida en El Opinadero, previa autorización expresa del autor.
Un recorrido sensible, humano, afectivo, por mi Pereira: » Del alma».
Manizaleña, soy…Y adoro las tertulias en sitios semejantes a los nombrados por el columnista, aquí en la ciudad universitaria.