El aliento se contiene, la respiración se acorta, la vista se empaña y el grito sale de lo más profundo de la garganta, pues proviene del alma misma: ¡Colombia!
Sucede cuando la Selección anota el gol en las postrimerías de un partido de la Copa América o de las eliminatorias al Mundial; o cuando el boxeador compatriota, con furia indomable, golpea en la mandíbula del contrincante para acercarse a la siguiente instancia de las justas; o cuando el atleta se pone a la cabeza en la prueba de los 400 metros planos tras alcanzar uno a uno a sus competidores quedando apenas a centésimas de segundo del vencedor; o cuando la marchista después de recorrer 20 kilómetros abriéndose paso entre codazos y zancadillas, se sube al podio para lucir los tres colores que simbolizan la tierra colombiana, o cuando Mariana Pajón, dos veces campeona olímpica, redita sus hazañas colgándose la plata sobre su pecho. Es Colombia la que está en el podio. Y es ella, es él y somos todos nosotros al tiempo quienes saltamos de júbilo.
El pabellón patrio es sagrado. Lo comprendemos desde niños, cuando lo izábamos en la escuela al inicio de semana, en esos irrepetibles momentos cuando salíamos al frente como alumnos distinguidos y el profesor reconocía nuestro esfuerzo, colgándonos del pecho una medalla o un listón para ejemplo de los compañeros. Entonces, con pobre entonación, pero con gran pasión, cantábamos a todo pecho: Oh, gloria inmarcesible, oh, júbilo inmortal…
Hoy, salvo en las jornadas atléticas donde relucen la tricolor en la indumentaria y las notas marciales en los momentos de gloria, que por cierto son cada vez más escasos, los símbolos patrios han perdido protagonismo para nuestra sociedad.
Este 7 de agosto, en la celebración de la batalla de Boyacá, fiesta que determinó nuestra independencia nacional, son pocas las ventanas y balcones que lucen el pabellón nacional. Algunos atribuyen este desdén a la polarización social, a las luchas partidistas, a la decepción del pueblo ante sus gobernantes, e inclusive ha habido corrientes partidarias de izar la bandera patria con los colores invertidos en señal de protesta por las crisis internas. Pero, con el respeto que nos merecen, no estamos de acuerdo. Son nuestros símbolos patrios, con los que aprendimos a querer lo nuestro, a amar a la patria que nos vio nacer y donde hemos entregado nuestro talento y esfuerzo al servicio de las causas sociales. El amarillo, azul y rojo que nos unen en la victoria, y que también deberíamos unirnos en todo momento como sociedad. Sin discusiones. Independientemente de nuestras ideologías o condiciones sociales o económicas.
Por lo anteriormente enunciado, desde este medio donde se valora y alienta el debate y se promueve el disenso como una forma de construir democracia, invocamos el fervor por los símbolos patrios para que, dejando de lado consideraciones coyunturales, volvamos nuestros ojos hacia la bandera patria y la icemos en esta fiesta conmemorativa, con la misma pasión con que lo hace el atleta allende las fronteras cuando por los altavoces suena el Himno Nacional indicando que ha logrado una gran hazaña, para dicha de todos los colombianos indistintamente de donde nos encontremos.
Que orgullo ser colombiano por eso debemos honrar nuestra bandera y símbolos patrios que representan esa pujanza que nos caracteriza 🇨🇴
Arriba nuestra bandera!. Siempre al derecho, no al revés, nuestros sueños de libertad, equidad y justicia no pueden ni deben ir en contravía.