ESCAMPAVIA.
El asesinato del candidato a la presidencia del Ecuador Fernando Villavicencio es otra muerte anunciada, con similitudes con el crimen contra Luis Carlos Galán; en los dos casos se abaleó a hombres valientes que se atrevieron a denunciar: la corrupción, el narcotráfico y su perversa influencia en la política.
Se les disparó en eventos públicos y nos cabe la sospecha de penetración a los equipos de protección, que permitieron la planificación y ejecución de los magnicidios.
Desconocemos las consecuencias de este hecho luctuoso, pero los antecedentes son del dominio público; los dos candidatos habían recibido noticia de que sus vidas peligraban; en el caso de Galán, la información que le enviaron sobre el atentado que se estaba fraguando no le llegó ese día, por esas aciagas circunstancias del destino; el mártir ecuatoriano había sido amenazado de muerte por mafiosos y poderosos actores de la vida política; escuché en las redes la amenaza que le profiriera el presidente Correa cuando dijo que “su venganza personal será contundente”, frase que parece tan lapidaria como la de Piedad Córdoba quien, al conocerse las evidencias que el diputado ecuatoriano había entregado a las autoridades colombianas, de cómo la senadora estaba vinculada con Maduro, con su testaferro y del manejo de mucho dinero subterráneo; ella dijo: “Ese tipo Villavicencio que se tenga de las orejas, porque me lo clavo, me lo clavo, voy a denunciar y me llevo por delante a quien sea, voy con toda”, para completar los eventos en los que el candidato atacó a poderosos, publica la prensa las llamadas entre los sicarios y tres políticos del vecino país, y para completar el panorama de los enemigos del duro político, él anunció las amenazas provenientes de narcotraficantes, a lo que Villavecencio respondió, “aunque me amenacen de muerte, con la mafia no se pacta”, actitud vertical que contrasta con la de otros políticos quienes pactan impunidades, ofrecen recompensas y liberan convictos.
Las declaraciones de unos y otros no son evidencia que los vincule con el crimen, cualquiera puede ser el cerebro quien pagó por matar, pero el odio acompañado de la palabra mal dicha, en nuestros países violentos, puede ser premonitoria.
Los vasos comunicantes que se repiten de las relaciones estrechas entre los políticos de la extrema izquierda se hace más evidente en Colombia, Venezuela y Ecuador, es así como las organizaciones armadas han mantenido campamentos en suelo vecino, muchas veces protegidos o tolerados por sus gobiernos, a lo que desgraciadamente debemos sumar la actuación de sicarios colombianos en magnicidios en Colombia y en los países cercanos; cada vez son más evidentes los apoyos y condenas de aquí para allá y de allá para acá y no se puede descartar la manera como los dineros ilícitos se mueven sin respetar fronteras, intervienen en las campañas políticas y eligen.
Con los antecedentes de la manera como las amenazas se tornan en dolorosas realidades, llama la atención las declaraciones del Canciller y del Comisionado de Paz del presidente Petro, estos dos altos funcionarios, ante el descubrimiento de los planes para dar muerte a figuras de la justicia y la política Colombiana, indicios que se deben manejar con la responsabilidad que el gobierno tiene de proteger a todos los colombianos y particularmente a los actores que combaten a la delincuencia, ellos, al afirmar que las evidencias mostradas son solo un disfraz para mimetizar saboteos a La Paz, tesis peor que la de los entrampamientos que alegan para exculpar a delincuentes sorprendidos en flagrancia. La actitud de los dos importantes funcionarios no propicia la toma de medidas para evitar crímenes anunciados y le quita importancia a lo que importancia vital tiene.