Si las personas comprendiéramos que las palabras pueden destruir sueños, relaciones, la autoestima; tendrían un filtro antes de hablar. Y como hieren cuando la persona que las dicen, son una parte importante en nuestras vidas. De unos mismos labios pueden salir, palabras hermosas, pero también palabras dolorosas, esas que lastiman, duelen, hieren y hasta matan.
La convivencia, no es otra cosa que esos lazos que establecemos de comunión entre iguales, nos pueden llevar a crear conflictos y muchas veces nacen por el tipo de lenguaje, que nos llevan a herir a las personas que nos rodean en especial con aquellos con quienes adquirimos unos vinculo de amistad o incluso más allá.
En este día del amor y la amistad, los invitó a meditar sobre seis palabras o actitudes, que hieren e incluso, acaban con muchas relaciones, muchas de ellas afincadas desde la base del amor: La indiferencia, la animadversión, el engaño, el desprestigio, el interés y el resentimiento.
Un primer sentimiento es la indiferencia, esa actitud fría de quien pasa de largo porque el otro no le importa. “Lo que le pase a usted es cosa suya y a mí nada me interesa”. La indiferencia es también muchas veces una forma de castigo. “Ya me cansé, yo ya nada tengo que ver con Usted. De aquí en adelante es su problema”.
Un segundo sentimiento es la animadversión, la lengua en este caso es un arma que se emplea para atacar y derrotar al contrincante. Las palabras se usan para transmitir toda la soberbia y antipatía que hay en el corazón: “Yo a ese hombre lo odio, ojalá pudiera verlo muerto”. A veces se descalifica a la persona golpeándole en el propio ego, en su misma autoestima: “Usted es un bruto, nunca va a entender”, “Usted es un perdedor, un bueno para nada”.
Un tercer comportamiento es el engaño, se acude a las mentiras para engañar al otro. Se justifican muchas veces llamándolas “mentiras blancas” o “medias verdades” y se respaldan invocando falsos testigos o acudiendo a juramentos por lo más querido o lo más sagrado. Una relación fundada en la mentira es débil, crea desconfianza y está cerca de la traición.
Una actitud también muy común que daña nuestra convivencia es el desprestigio, esa lengua viperina, que tienen las personas mordaces, empleando el chisme, la murmuración y la maledicencia. Cada uno tienen derecho a su propia fama y el chisme, la infamia y la injuria van contra ella. No se puede jugar con la fama ajena y menos asesinar con la lengua a personas que van a tener que caminar por siempre con la carga del descrédito. Hay personas que justifican su murmuración diciendo que se trata de algo verdadero, que les consta. Hay que hacer claridad al respecto. La murmuración sobre mentiras o rumores que se han oído es una calumnia. Las cosas ciertas deben ser conocidas únicamente por el interesado y por aquellas personas que pueden salir afectadas o pueden ayudar al acusado.
En esta sociedad de consumo, tenemos una mentalidad de compra-venta, de “interés”, nos volvemos objeto de comercio: “Hoy por ti, mañana por mí” “No se te olvide que tienes conmigo una deuda”. De pronto lo llaman a uno para saludarlo y uno expresa el agradecimiento de ser recordado, después de mucho tiempo, a continuación, viene la frase: “pero quería aprovechar para pedirle un favorcito…”.
Un último sentimiento con el que herimos fácilmente nuestra convivencia es el resentimiento, esas heridas que los otros dejan en el corazón provocan sentimientos de dolor y de deseo de revancha: El rencor se apodera del corazón que dice “Eso no se lo perdono nunca”. El desquite en la contienda da lugar a sentimientos de venganza: “Ese me las paga y va a saber quién soy yo”.
A las palabras no se las lleva el viento; cada palabra destruye o edifica, hiere o cura, maldice o bendice. Cambiemos las palabras que hieren, por las palabras que sanan.
Padre Pacho