Cuando empezaron a proliferar los “emergentes” que de la noche a la mañana se llenaban de dinero con algunos “viajes” sospechosos, el “equipo de sonido” era una de sus primeras adquisiciones, además del televisor grandote y pesado y el carro con “pasacintas”, “reproductor de CD”, lector de memorias USB o lo equivalente de la respectiva época. Pero “full” equipo de sonido, lo último y recién traído de contrabando.
Desde un comienzo los mafiosos en ascenso se han caracterizado por su comportamiento folklórico y por su enfermizo afán por mostrarse como los amos del planeta. Todavía los hay por el estilo. Se les identifica al observarlos al volante de sus potentes camionetas, abriéndose paso a la brava en medio del tráfico congestionado; se creen los dueños de las vías y les tiene sin cuidado que por su irresponsabilidad los otros usuarios se vean forzados a realizar maniobras peligrosas para evitar accidentes.
Estos extravagantes ejemplares de la especie humana se convertían en el “centro de atracción” de sus respectivos barrios, cuyos vecinos perdían la paz. Eran barrigones porque, según ellos, “arriba” (al “otro lado del charco”) hasta el agua tiene nutrientes. Caminaban batiendo los brazos como si el cuerpo les estorbara (por sus monumentales dimensiones). Su ritual más sagrado, imperdible, era la rumba con borrachera y escándalo cada fin de semana, desde el atardecer del viernes (o antes) hasta el amanecer del lunes y sin descanso, rodeados de mujeres remodeladas con “plástico” para complacer sus fantasías, y, por su puesto, con el “sonido” a todo volumen para que nadie en diez cuadras a la redonda se perdiera el “concierto”.
Tampoco podían faltar los disparos al aire y el espectáculo pirotécnico con quema de “castillos” e iluminación total del cielo con voladores y otros fuegos artificiales, imprescindibles para demostrarle al mundo y a sus respectivas madrecitas que “triunfaron”.
Dominaban el control del volumen pero ignoraban para qué servían el resto de botones, pantallas, lucecitas e indicadores del novedoso minicomponente traído de ultramar, grandote y pesado porque apenas se avecinaba la miniaturización de los dispositivos electrónicos. Adquirían la tecnología más avanzada del momento y se privaban de toda su funcionalidad porque lo primero que botaban era el Manual, sin leerlo; “no sirve para nada”, decían.
Al saltar en el tiempo hasta el presente, es evidente la similitud de gran cantidad de usuarios de celulares con estos personajes que tenían o tienen de todo y sabían o saben muy poco sobre todo lo que tenían o tienen. Logran enlazar vía wifi o bluetooth sus modernos y costosos teléfonos a parlantes de alto alcance, hacen ruido y chatean todo el tiempo por las redes sociales, difunden chismes, multiplican con la velocidad de la luz las noticias falsas y los “memes”, y, en general, causan tanto daño social como se les antoja, abusando del poder de las comunicaciones instantáneas. Sin embargo, les da pereza estudiar y aplicar el ilimitado y benévolo potencial que pueden extraer de la pequeña y poderosísima tecnología que les cabe en la palma de la mano.
Para no ir muy lejos con los ejemplos, se les dice hasta el cansancio que las fotografías y los videos se deben tomar con el teléfono en posición horizontal; es la forma de asegurar imágenes con amplia perspectiva, de aspecto profesional y editables. Sin embargo, siguen atrapados en la vertical porque les resulta más cómodo tocar en la pantalla la superficie de disparo y es el formato de instragram. Facilismo puro. Y eso que los lentes, el control de la luz, del contraste y del brillo, y otras características son infinitamente superiores en esos aparaticos que en infinidad de cámaras fotográficas contemporáneas.
A muchos fanáticos de las redes sociales les cuesta trabajo hacer uso de las páginas de la “nube” para realizar sus diligencias importantes o gestionar operaciones financieras y bancarias. Suelen depender de amistades más aventajadas. Su pretexto más común es: “a mí la tecnología me embiste”.
Cuando la humanidad llegó a la Luna en el Apolo 11 tras superar el riesgo inminente de muerte que enfrentaron Armstrong y Aldrin al momento de descender hasta la superficie, el poder computacional de la cápsula espacial que pilotaban los astronautas era inferior al de una vieja calculadora. ¡Qué diremos, entonces, si comparamos con la asombrosa capacidad y poderío de los actuales “gadgets” de bolsillo!.
Aún así, la mayoría de usuarios de la telefonía celular desconocen o les da pereza utilizar esa maravilla de la ciencia y la tecnología para, por ejemplo, administrar bases de datos gigantescas y sofisticadas, resolver complejas ecuaciones, generar contenidos de fondo que sirvan a la humanidad, producir documentales, conducir o caminar guiados desde la órbita terrestre por satélites que informan la ubicación exacta y en tiempo real, acceder en segundos a información importante que pocos lustros atrás ni siquiera se encontraba en las grandes bibliotecas ubicadas en espaciosas edificaciones; en fin, para crear, construir y mejorar su entorno. Se portan, con sus telefonitos, como “emergentes” de finales del siglo XX y comienzos del XXI con equipo de sonido nuevo.