Por JAIME BEDOYA MEDINA.
*Mi Vida estuvo dedicada a la docencia por muchos años. Empecé a trabajar en el bello municipio de Santuario, que se me parece al Pueblo Blanco descrito por Serrat, en esa hermosa canción que coreamos desde los años setenta. En ese municipio risaraldense también había muchas carencias en materia educativa, que es lo que más me interesa destacar aquí. El camino que seguimos era el que nos habían enseñado en la universidad: “dirigir respetuosas solicitudes” a las autoridades encargadas de solucionar la dificultad. El problema mayúsculo del Instituto Santuario era que no tenía una buena edificación donde desarrollar el trabajo educativo. Uno de los rectores había logrado construir un buen bloque, pero era insuficiente.
Don Ramón Echeverry, el rector que me precedió, con muy buen criterio y guante de seda en el manejo económico de la compra-venta, había adquirido una grande y hermosa casa vieja aledaña al colegio, con la ilusión de continuar la construcción de la planta física, la que mientras tanto se había adecuado en salones para la atención de los estudiantes. Pero tal decisión no pasaba de ser un paño de agua tibia para tamaño problema. Por supuesto que reuní a la comunidad y le expliqué que sus hijos tenían el derecho a disfrutar de una buena edificación para que el aprendizaje se pudiera realizar en condiciones normales. Y recordando la vieja enseñanza de mis profesores en la facultad de educación, empecé a enviar al gobernador nuestras “respetuosa solicitudes” para que se nos construyera el colegio, anhelo aplazado por generaciones. Algunos gobernantes, ni siquiera respondían. Los más considerados con la comunidad, nos decían que habían tomado atenta nota de la solicitud. Hasta ahí llegaba todo. Los estudiantes, organizados en el Consejo Estudiantil, decidieron tomar el toro por los cuernos y empezaron a realizar paros escalonados para llamar la atención de las autoridades del departamento, únicas responsables del problema. Entonces aparecían los agoreros que les decían, ustedes no pueden hacer eso, diríjanse al gobernador y a la secretaría de educación, pero no pueden perturbar la paz del municipio cuyos habitantes no desean ver alterada la tranquilidad. ¿Sí, y es que ustedes se olvidaron de la cantidad de memoriales respetuosos que la rectoría, los profesores, la junta de padres, el alcalde y el Consejo Estudiantil han radicado infructuosamente ante esas autoridades?
Continuará.
Jaime Bedoya Medina.
Excelente.
Que forma tan elocuente de mostrar la realidad que se vive en los claustros estudiantiles, y mejor aun la negligencia de las autoridades .