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Por el derecho a ser diferentes y diversos

Por: John Harold Giraldo Herrera

Gana terreno un mundo donde se condena la libertad. Se prefiere un lenguaje altisonante y excluyente y un modelo de vida conservador. Acumulamos de modo silencioso, una cultura que nos intenta devolver a momentos (ya estamos) de decretar la sanción social como el método para contrarrestar cualquier afrenta o aquello con lo que no estamos de acuerdo. Va incubándose entre nosotros la pena de muerte como una salida para hacer valer la justicia o nos cae en gracia la ridiculización del otro y la puesta en escena de sus debilidades. Del mismo modo que hemos convalidado la corrupción y la justificamos, una vez que, se nos hace raro que los políticos no roben, o aplaudimos y veneramos al que “ayuda” o “beneficia”, como si no fuera un servicio o parte de su responsabilidad; de hecho desconfiamos y nos asusta y generamos todo tipo de prevenciones si alguien es amable u ofrece su bondad, la podemos poner en duda, porque la norma es pensar que el otro, cualquiera sea, me afectará.

La sociedad que hemos edificado se basa en apretar los grilletes con los que nos han “condecorado” y festejamos que los demás, distintos a mí, sean apaleados o si por nosotros fuera, no existieran y mejor es borrarlos de la faz de la tierra. Ocurre en Colombia, si se nombra a alguien como de izquierda o de derecha. Los grupos de persecución y de acorralamiento se instalan, hostigamos desde herejes y brujas, hasta supuestos disidentes. Una manera de controlarnos es condenando la diferencia y un modelo de opresión es el que hace que las instituciones se derrumben y acabemos con lo que nos ha costado más de dos siglos conquistar. Aprender lo contradictorio de la existencia es parte de nuestro camino. Aunque eso no niega ni limita la convivencia entre plurales. El asunto cobra dimensiones inusitadas, cuando el extranjero es expulsado, el refugiado es tratado como un paria, el que piensa de modo crítico es vilipendiado, las mujeres siguen siendo mancilladas o se manda a la hoguera a quien vaya en contra de la corriente.

En Colombia, los del Centro Democrático, hacen ver que ser pobre es por la propia decisión de no tener ahorros, o que quien hace un discurso de oposición es retrogrado y no se debaten sus ideas, sino que se molestan por su presencia y se despachan con insinuaciones como “Todavía está esa vieja por ahí”. Incomoda que las Farc hagan alarde de las garantías de un acuerdo de paz que lo han venido volviendo trizas, o es despachada, como en el caso de los Estados Unidos, a las mujeres demócratas, como inadecuadas y perjudiciales. Causa escozor y es azuzada a quien pose de víctima. Pero el fenómeno no es exclusivo de las derechas, también de quienes defienden derechos, como la comunidad LGBTI que en su propio interior excluyen a los que no son de su gusto, o en los grupos feministas que les molesta cualquier sombra de masculinidad. Hay fatalidades como que celebramos aprobar la pena de muerte, que pronto se extenderá a nuevos delitos. Si nos preguntamos, merecemos el exterminio a la posibilidad de redención o descreemos de las capacidades para la reinvención.

No parece suceder en el mismo sentido, con el cambio de sistema que impera en el mundo y con el modelo de vida que nos lleva al abismo, nos encontramos cerca de él y parece que ignoramos las alarmas que se encuentran prendidas. Si queman a mansalva el Amazonas, no espabilamos, si lo que nos venden y promueven es comida chatarra y transgénica la compramos. Si nos ofrecen productos hechos con químicos letales, estamos abiertos a utilizarlos. Si a los que nos invitan es desmantelar la dignidad de los otros, estamos prestos a exponerlos aunque no tengamos certeza de la información, es decir, podemos compartir fácil que ese o esa es maltratadora de animales y no nos importa si lo enunciado es falso o real. Elegimos políticos guerreristas y vendepatrias, como si fuera un premio la asfixia.

No todo se halla perdido, el rechazo y la discriminación no pasan desapercibidos. Menos la violencia y el grave daño a los derechos de las mayorías. Nos han postrado y arrebatado logros fundamentales, y aún cercenados, como en el caso colombiano, donde el dolor y tragedia se convierten en tatuajes, y el asesinato es un pan de cada día, la resistencia y la fuerza de las comunidades para sobreponerse son heroicas y hasta mágicas. Asesinan a un líder social y hay cientos decididos en continuar la causa, porque el miedo y el silencio no son la alternativa.

Enseñar el aprecio por la diferencia y enaltecer nuestras contradicciones como parte de la diversidad con la que necesitamos convivir, es lo que se debe defender y continuar promoviendo. Cuando los derechos son vulnerados y no reaccionamos, o cuando dejamos que la información sin filtro pase de largo, o cuando alguien es atropellado y nos quedamos callados, estamos dejando que ese modelo de vida que enaltece a la muerte y privilegia a unos cuantos, siga ganando terrenos. Mientras existamos en solidaridad y sin tanta competencia, si alzamos las banderas de la dignidad y la injusticia, vamos atajando la discriminación y la altanería como esas maneras válidas de construirnos como humanos y en sociedad.  Por el derecho a ser diferentes y diversos.

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