Por LUIS FERNANDO CARDONA
Al recorrer las calles de Pereira se evidencia una ciudad feliz. Bajo este sol se refleja un hervidero humano transitado por niños, jóvenes y adultos sonrientes, alegres y saludables que van camino a casa, a sus lugares de trabajo o estudio mostrando sus mejores sonrisas. Muchos caminan, otros usan el transporte público, en automóvil particular o moto, y algunos, lo hacen en bicicleta para conservar la salud y ahorrarse algunos pesos.
Las encuestas dicen que Pereira es una ciudad feliz y saludable. Por algo, a mediados del siglo pasado, Pereira era conocida como la ciudad de las 200 mil sonrisas (Hoy vamos por las 500 mil). Sí, esa era nuestra población en 1970, antes de la explosión demográfica que arrancó en los sesentas y que tanto lamentó el poeta vernáculo Luis Carlos González porque el amado villorrio de pronto se convirtió en ciudad y perdió para él parte de su encanto.
La nuestra ha sido una ciudad ordenada por clústeres, como si se tratara de un gran centro comercial a cielo abierto. Había, y aún las hay, calles enteras donde se venden telas y adornos, otras donde se consiguen pinturas y herramientas, unas más especializadas en la publicidad y la litografía y varias, muy famosas, por cierto, donde se disfruta la mejor gastronomía, verbo y gracia los asaderos de Corocito y la 35 con 7ª. Y 8ª. o los restaurantes y cafés de la calle del «tuvo» (llamada así porque allí se congregan todos los que tuvieron algo de lo que hoy carecen), al pie de la Alcaldía. Nuestro centro no tiene más de dos vías peatonales porque los comerciantes temen que los espacios los copen los venteros ambulantes. Aún así, este centro histórico es mágico y hace de la nuestra una ciudad llena de encanto, rica en atractivos y paisaje urbano, y poblada por personas maravillosas que te invitan a volver una a mil veces. El centro es nuestro lugar de encuentro. Solo si lo visitas habrás disfrutado la cultura pereirana, la amabilidad de sus gentes y la hospitalidad que la caracteriza.
Pero cuando cae la noche y la luz del sol es reemplazada por lámparas de sodio, en la querendona, trasnochadora y morena la sensación de seguridad se transforma en un persistente temor. Las calles céntricas se muestran lamentablemente oscuras. La mayoría de las lámparas están caducas y la dependencia oficial encargada del alumbrado público se declara incapaz de conservarlas. La sensación para el transeúnte es de inseguridad y de impotencia. Se siente miedo al caminar de noche. Después de un año de encierro por causa de la pandemia, la penumbra en las calles amenaza nuestra economía pues obliga a los ciudadanos a permanecer encerrados en sus casas so pena de caminar a tientas buscando el lugar a dónde recrearse.
El ente municipal lo reconoce, tiene los mecanismos para recaudar el impuesto, pero no la capacidad ni la idoneidad para atender el alumbrado público, y ha depositado todas sus esperanzas en un proyecto de Acuerdo por medio del cual se pretende crear una empresa de economía mixta para prestar el servicio de alumbrado público que, por lo menos hasta ahora, no ha logrado la aceptación en el concejo. Pero mientras es aprobado o rechazado, la ciudadanía no puede seguir andando en medio de las sombras y a expensas de la delincuencia.
Señor Alcalde: Más luz artificial en las calles pereiranas. No hacerlo, es dejarnos en manos de la delincuencia, que no descansa ni respeta horarios.
El turismo es una de nuestras fortalezas, pero a oscuras….
Que bueno y oportuno este escrito, describe muy bien nuestra ciudad y su gente pero también en lo que se está convirtiendo por culpa de la inseguridad y esa sensación de abandono por parte de las autoridades.
Urge ser escuchados!