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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

Actualidad«Qué suerte he tenido de nacer»

«Qué suerte he tenido de nacer»

Este es el título de un hermoso poema contemporáneo escrito y declamado magistralmente por el cantautor argentino —nacionalizado español— Alberto Cortez. Lejos de veleidades y triunfalismos debo afirmar que la letra de este verso, al igual que la de algunas otras canciones como «a mi manera», «ayer aún», etc., describe de una manera exquisita un sentimiento que albergo y abrazo con frenesí. No es el producto de mis propios éxitos, ni de victorias personales alcanzadas en batallas cotidianas, debo insistir. Es el efluvio y el aroma que brota de una generación como ésta, a la que me tocó pertenecer.

Este sentimiento seguramente embarga también a todas aquellas personas que como yo nacimos entre el 40 y el 60 del siglo precedente. Hemos sido testigos y actores principales de hechos revolucionarios que cambiaron al mundo para siempre y lo hicieron de una manera vertiginosa. La movilidad de los seres humanos alcanzó con el automóvil y el avión un salto extraordinario, maravilloso e insospechado. Logramos cumplir el sueño ancestral de volar después de siglos y milenios supeditados al caballo, al carruaje y a las embarcaciones de vela o de remos. Ahora el mapamundi está hecho más de vías y rutas que de ríos y cordilleras. Impresionante sin duda, pero debemos anotar otros logros no menos colosales como salir al espacio venciendo la gravedad, poner pie en otro astro diferente a la Tierra y enviar máquinas exploratorias a los confines del universo.

Qué suerte he tenido de nacer en una de las escasas dos o tres generaciones que, a través de toda la historia, hemos sido conscientes de vivir en dos milenios diferentes y en una que gastó tan solo cinco décadas en descubrir cómo transportar la información a la velocidad de la luz y de esta manera inventar la televisión, los celulares y el internet.  

Pertenezco al afortunado grupo de seres humanos que pudimos prolongar la existencia con el impetuoso desarrollo de los antibióticos y de la medicina diagnóstica y quirúrgica. Aquellos que pudimos en nuestra corta vida conocer muchas partes del globo terráqueo, viajar por él en plan de placer y de conocimiento y reconocer la coexistencia de otros seres humanos, otras razas, otras religiones y otras cosmogonías.

Pero también aprendimos la dimensión de la barbarie que alberga la ambición humana; asistimos a la más brutal confrontación bélica de toda la historia —la segunda guerra mundial—, al descubrimiento de la energía nuclear que con sus miles de maravillosos desarrollos y potencialidades tecnológicas nos acercó también a un concepto aterrador, antes inimaginable: la posible autodestrucción de la humanidad y de la naturaleza y el apocalipsis del planeta mismo. La pólvora nos había enseñado durante siglos que los grandes descubrimientos del hombre terminan siendo sus peores instrumentos de aniquilación y salvajismo.

Pero de lo malo hay que sacar lo bueno. Nunca el ser humano tuvo tantos elementos para discernir y protagonizar su futuro. Para saber y entender «que el honesto y el perverso son dueños por igual del universo, aunque tengan distinto parecer».

Nací en una época en la que mis padres querían tener hijos y poblar el planeta, muy diferente a ésta de ahora en la que nuestra descendencia siente que no vale la pena hacerlo. Entonces estarán de acuerdo conmigo en que tuve suerte de nacer. Quizás hoy no hubiera nacido. Sí, señoras y señores, puedo afirmar sin vacilacion que ¡qué suerte he tenido de nacer!

2 COMENTARIOS

  1. Qué bueno que seamos todos conscientes de ese, hoy en día, privilegio.

    Qué bueno que decidamos darles la oportunidad de vivir a los bebés que aún no han nacido y que nos preparemos, mientras lo hacen, para encaminarlos a adueñarse de la vida misma con total honestidad. De nosotros dependen esas dos básicas pero colosales tareas: respetar sus vidas y enseñarles, ojalá con el ejemplo, a empoderarse con honestidad para seguir construyendo entre todos un universo mejor. Porque ese «golpe de suerte» tiene un propósito superior.

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