Por Jerson Ledesma
¿Alguien ha podido percibir la gesta de una nueva revolución en la Era informática? Una vez más la información se descentralizó y puso en jaque al sistema sobre el cual se ubicaba el aparato informativo centralizado. El uso de las redes sociales impactó con fuerza las tradicionales estructuras de poder, por lo cual proliferaron las voces de opinión desde los rincones; el acceso a los contenidos se diversificó y las grandes corporaciones mediáticas parece que aún no salen de la perplejidad, intentando vagamente mitigar una crisis que para ellos no se detiene. Al otro lado del espectro digital, observan como los nuevos espacios de opinión son tomados ampliamente por una juventud que asienta su voz política y divergente, renuente y poco conciliadora con las viejas esferas; entonces, han salido los denominados periodistas de otrora o por lo menos aquellos que trabajan mediante el apoyo de casas editoriales a vilipendiar estas maneras de sentir, su argumento es contraponer el ‘verdadero’ oficio periodístico (como la recordada columna llamada la Banda del Pajarito). Expresan que se promueve un periodismo político militante, arropado en la excusa de la independencia. En efecto, se comprende tal preocupación, ya que según registros en la red, los jóvenes líderes de opinión triplican en audiencia a los representantes de los grandes medios; queda la pregunta de ahora en adelante: ¿qué se entiende por oficio periodístico? O mejor ¿quién hace realmente periodismo en Colombia? La pregunta es válida porque en las pasadas elecciones pudo verse que el trabajo periodístico se resumía en poner a cantar y echar chistes al candidato predilecto, ante esta evidencia, ¿quién tiene la autoridad moral para ofrecer una credencial periodística? ¿Es suficiente con que una universidad acredite el oficio? Ante estas preguntas y los hechos actuales que enseñan un cambio de paradigma, el periodismo se muestra desaparecido, casi extinto y podría creerse tal expresión debido a que la objetividad de la cual se hablaba extensamente en las facultades de comunicación no fue más que un cuento mal aplicado para intentar comprender la inexistencia de un centro ideológico. Tal vez la nostalgia hace recordar los maravillosos trabajos de Arturo Alape, un hombre que no se resignó a la propaganda, sino al derecho de informar mediante la investigación académica.