Dice la teoría, y la ciencia se ha encargado de demostrarlo a lo largo de la existencia de la humanidad, que la radiación es la energía que liberan los átomos en forma de ola o en partículas pequeñas de materia, generando en el cuerpo humano consecuencias delicadas por la exposición a dosis de radiación.
Las radiaciones nocivas pueden ser de origen natural, como las corrientes de agua subterránea, manantiales, pantanos mal desecados, fallas húmedas o desecadas, grutas, cavernas subterráneas, minerales altamente radioactivos; o también de origen humano, como galerías subterráneas, cementerios abandonados, viejas cloacas, hilos eléctricos, tubos y canalizaciones subterráneas.
Dichos campos electromagnéticos pueden generar diversos trastornos como mutaciones, tumores, alteraciones del sistema inmunológico, entre muchas otras patologías tratadas por la medicina y la ciencia.
Es importante conocer el concepto de la red Peyré Hartman, que es una rejilla electromagnética que se extiende sobre todo el planeta y cuyos puntos de inserción constituyen nudos de extrema nocividad potencial.
Al introducirnos en el mundo de la geobiología con las investigaciones llevadas a cabo en diferentes épocas y países, sorprende la relación directa que tan a menudo se establece entre los lugares habitados y las dolencias más comunes en ellos.
Para el experto en geobiología se trata de una evidencia comprobada día a día, a través de sus investigaciones, con las proyecciones sobre el terreno y en las propias viviendas, mostrando la interacción del lugar habitado y la enfermedad.
Quizás, la mejor forma de ilustrar todo esto es haciendo referencia a las experiencias del barón Gustav Von Pohl, quien en los años treinta llevó a cabo una serie de estudios que aún siguen sorprendiendo al mundo de la ciencia.
Para él resultaba desconcertante que todos los casos mortales de cáncer se hallaban sobre una línea bien definida, recorrida por intensas corrientes de aguas subterráneas. Con el apoyo de unas varillas magnéticas señaló no solo las casas, sino también las habitaciones y el emplazamiento de las camas donde las personas habían muerto de cáncer.
De esta forma, se presentó en diciembre de 1928 en Vilsbiburg, una población situada sobre un afluente del Danubio, en la Baja Baviera de Alemania, y sin preguntar a nadie y controlado por el alcalde de dicha población, pudo establecer con la ayuda de varias radiestésicas todo lo expuesto anteriormente.
Cuando comenzó sus investigaciones, pidió al alcalde una lista de personas muertas de cáncer, señalando el lugar donde vivían e indicando la situación de su cama en la vivienda, dicha lista no fue proporcionada sino hasta la terminación de la investigación para establecer las comparaciones respectivas, encontrando con gran sorpresa que el croquis elaborado por él, coincidía con el registro de las muertes de cáncer de dicha población.
Se pudo confirmar que los 54 casos mortales de cáncer en Vilsbiburg, y señalados en los planos, coincidían con viviendas expuestas a las influencias de radiaciones electronegativas que emanaban de corrientes de agua subterránea.
Dichas investigaciones posteriormente fueron corroboradas por médicos como el Dr. Hager, quién encontró que en algunas de esas viviendas se habían presentado más de 5 casos de muerte por cáncer y éstas estaban situadas sobre haces de radiaciones muy peligrosas.
Fue así, con todas estas experiencias comprobadas científica y medicamente, como nació el apasionante mundo de la geobiología, que nos permite mostrar los efectos nocivos y alteraciones biológicas que pueden ocasionar las mismas fuerzas emanadas de la tierra y llegar incluso a ser agentes inductores de cáncer.