Por Gerney Ríos González, Director Centro Andino de Estudios
Bogotá, en otro teatro de operaciones económicas, funcionaba confecciones Räthzel que producía la camisa alemana, sinónimo de servicio y distinción con sus variados colores y de referente el tigrillo que invitaba a proteger la naturaleza. En 1970, Chapinero la vio nacer, crecer y en 2000, fenecer; su fundador Bernhard Karl Räthzel, un empresario germano que amaba y creía en Colombia.
Sus excelentes prendas, tipo exportación que conquistaron los mercados de Estados Unidos, Suecia, Finlandia, Noruega, Dinamarca e Indoamérica, eran elaboradas minuciosamente por 1.000 mujeres, jefes de hogar, orgullosas de tenerlo todo en esta empresa.
Don Bernardo, exigía que el algodón fuera tolimense, procesado por Fabricato, Coltejer o Tejicondor. Recorría los fines de semana los cultivos de algodón en Armero, Lérida, Espinal e Ibagué y entregaba consejos. En sus talleres, operadoras-diseñadoras al unísono, manipulaban las máquinas de coser Pfaff; era todo un espectáculo verlas trabajar con el fondo musical de bambucos y guabinas.
Pero todo tiene su final, la apertura económica de César Gaviria, permitió que China invadiera el mercado colombiano y acabara con empresas que generaban empleo y divisas. Ciertamente, 1.000 mujeres trabajadoras quedaron en la calle.
En Manizales, Caldas, la historia se repetía, funcionaba la Industria Colombiana de Camisas S.A (Iccsa) que manufacturaba la camisa Arrow-USA-1851, Authentic American, Style, equivalente de elegancia, finura e innovación, prenda desarrollada para hombre, con un cuello desmontable, inventada en Troy, Nueva York en 1825, tecnología llamada sanforización; el presidente Theodore Roosevelt fue uno de sus fans. Durante la Segunda Guerra Mundial, Arrow, produjo como una flecha, los uniformes militares para las tropas estadounidenses.
En la fábrica de Arrow, Manizales, trabajaban 1.000 mujeres, lideradas por su propietario Johann Claussen, de origen danés-germano, un empresario convencido del talento y la capacidad de las caldenses, que el 13 de febrero de 2002, por mandato de la Superintendencia de Sociedades fue liquidada, dejando con las manos vacías y en el cadalso a cientos de familias, producto del desmonte de fronteras que permitió a los productos chinos invadir a Colombia y destrozar empresas generadoras de empleo. Ciertamente, realidad dolorosa.
Dar todo a cambio de nada, permitió que las puertas se abrieran de par en par, para el imperio chino y la pandemia económica llegará a nuestras naciones con la indiferencia ilimitada de americanos y europeos.
Que bien, que el Señor Columnista, nos refresque La pujanza de dichas empresas y su apertura al trabajo para miles de mujeres, épocas de de abundancia.
La producción nacional sacrificada por productos de deshecho.