Por: DANILO SALAZAR RÍOS.
La que realmente debió ser la primera incursión de guaquería de mi papá, se dio con ocasión de su regreso del servicio militar, después de haber salido con espejo de su natal Marsella, haber presentido el mundo más allá de su terruño, regresar con otra mirada de la vida, casarse con mi mamá y ya nacido yo, su primer vástago, tener que salir a rebuscarse la vida como jornalero, lejos de la protección del hogar paterno o del abrigo de los suegros.
La pareja de nuevos padres se instaló en una finca por la vía Alto del Rayo –Marsella, antiguo camino de arriería para salir de la vereda el Zurrumbo a Marsella, recorriendo un camino de aproximadamente una legua. Vivieron en una propiedad de don Julio Villada, amigo de mi abuelo paterno y su familia; con el paso de los días y pese a que papá estaba contento en ese sitio, mi mamá empezó a enfermarse y enflaquecer, alarmado mi papá debió llevarla al médico, quien después de entrevistarla a solas, llamó a mi progenitor aparte para preguntarle cuanto la quería y si estaba dispuesto a cambiar de trabajo para mejorar la salud de ella, o quería obligarla a permanecer allá y correr el riesgo que enfermara más, el médico diagnosticó que mi mamá sufría de pena moral, la razón de la enfermedad es que todos los días, a eso del mediodía, se sentía un caballo desbocado bajar por el estrecho sendero, que del camino a Marsella llevaba a la finca, en ese momento las gallinas salían despavoridas volando cafetal abajo, los perros se refugiaban debajo de la casa y aullaban; por la salud de mi mamá abandonaron el sitio.
Al llegar en 1990 al colegio industrial en Santa Rosa, me propuse visitar a un montón de parientes en Marsella, de quienes no tenía noticias; en vacaciones de mitad de año con mis hijos reviví el viaje que era normal en la juventud de mi papá, ir a pie a Marsella por el camino del Rayo, que en ese momento ya era una carretera, encontré unos señores quienes me mostraron la casa de la historia, y por coincidencia llegué a ella justo al medio día, aunque no sentimos el galope del caballo, sentí el aullido de los perros, más de 30 años después de haber sido el bebé que vivió allá; según los habitantes del lugar, allí habría existido un tambo indígena y aunque habían guaqueado , solo encontraron ollas de barro, conocí varios parientes de los que oí hablar en mi niñez, ya viejos, pero vitales aún.
Una de las facetas de mi padre era ser buen contador de historias, las que más recuerdo son las de tesoros enterrados, aquí van algunas:
– A un lejano paraje llegó un cogedor de café, de esos itinerantes tan conocidos por nosotros, salió del corte, y al sentarse a comer sintió a lo lejos un grito potente, que fue acercándose poco a poco, y sintió pasar un caballo corriendo por el camino que pasaba al pie de la casa de su patrón, ese primer día no le paró bolas, pero al repetirse el mismo espectáculo por una o dos semanas, intrigado preguntó que era aquello, y le contaron que era un espanto, que diariamente pasaba por allí , se decía era un alma en pena que tenía un entierro, el trabajador preguntó si alguien le había salido al espanto, y ellos dijeron que nadie se había atrevido, que les daba miedo; el propuso que la tarde siguiente le dieran permiso de salir más temprano del tajo a comer, para salirle al espanto; al día siguiente, al oír el primer grito salió al camino, y al sentir cerca el relincho del caballo dijo: “De parte de Dios poderoso ,que querés” y el espanto le dijo “súbase al anca”, se sintió levantado por los aires y montado en la bestia que corría veloz, empezó a oscurecer, oscureció totalmente, y el caballo siguió en su galope por otras horas, calculó que era la media noche cuando el animal paró, se apeó y el espectro le dijo “ aquí hay uno” se quitó el sombrero y lo lanzó al sitio, “aquí hay otro” se quitó el poncho, y así, a cada indicación se quitó además: el machete, la funda del machete, la lima, y hasta la navaja, en total siete entierros del fantasma, que desapareció; notó que estaba en un monte espeso, se sentó a fumarse un cigarrillo, y al mucho rato, al sentir el canto lejano de un gallo, calculó que serían como las cuatro de la mañana y que en poco tiempo amanecería, al clarear el día se orientó, buscó la casa desde donde cantaba el gallo, se presentó y pidió prestados unos costales, una pala y un caballo, sacó las monedas de oro, pagó el favor, compró el caballo y regresó donde su patrón a contarle la historia.
-Un día un hombre pobre llegó donde el dueño del granero del pueblo, que era rico, lo saludó y le contó que la noche anterior se había soñado que él, el hombre rico le iba a ayudar a conseguir plata, el otro despectivamente le contestó ¿Ud. es que es pendejo, o cree que yo conseguí lo que tengo regalando limosnas?, ¿o es tan iluso que cree en sueños?, si a eso vamos, continuó el rico,” yo soné que en la raíz del carbonero que queda por ahí cerca a la entrada del pueblo, hay enterrada unas morrocotas de oro, y yo no corrí a contarle esa estupidez a Ud.”, el pobre se despidió apaleado, pero camino a su casa tuvo la certeza que debía buscar el tesoro indicado por el otro; pasados unos días taló el árbol, y efectivamente encontró su tesoro, unos días después, fue a saludar e invitar al hombre rico con toda su familia, a un sancocho especial y a una tarde de cervezas, el otro aceptó con desconfianza, después de mucha insistencia, lo llevaron a una finca cercana y después del almuerzo, el hombre pobre contó al rico que había seguido el consejo, y que con lo encontrado había comprado el jeep en que lo había transportado, era el dueño de la finca donde estaban, y que el almuerzo era el pago por ayudarlo a salir de pobre.
-En un pueblito del Valle, había una casa, en sector que hoy llamaríamos suburbano, casa famosa porque allí asustaban, de manera que el dueño solo alcanzaba a rentarla unos pocos días antes de que la desocuparan, un señor bastante pobre oyó la historia, dedujo que allá había un entierro y decidió sacarlo para él, se presentó ante el dueño y logró alquilarla muy barata, a los pocos días sintió que tocaban la puerta, salió, no vio a nadie y se entró, luego pasó lo mismo otra vez; eso mismo era lo que habían sentido los otros inquilinos, que creían que era la chusma que quería matarlos, pues este relato fue en el tiempo de la violencia. En los días sucesivos pasó otra vez lo mismo, hasta que el amigo del cuento notó que, cuando el abría la puerta, una palma ubicada al frente de la vivienda parecía moverse y se sentía como si le estuvieran dando hachazos, el inquilino le ofreció al dueño explanar la parte del frente de la casa y sembrar un prado gratis, suponiendo que al tumbar la palma encontraría el guardado; terminado el día, el jornalero, con pala y carreta se dedicaba a aplanar el barranco, pasaron varios meses, nadie volvió a interesarse ni a preguntarle qué hacía, y un Viernes Santo, aprovechando la soledad del paraje, tumbó la palma, sacó el entierro y nadie lo volvió a ver. En estas historias fabulosas, no hay nombres, apellidos o ubicaciones geográficas, corresponden a una lejana y maravillosa época, en la que la palabra de un hombre era una garantía y la honradez era norma de vida.
-Mi abuelo paterno Luis Ángel Salazar, contaba la historia de su hermano Julio, al que decía lo había helado un ánima, Julio era un hombre pantalonudo, y al saber que en cierto sitio aparecía un espanto, lo esperó y le preguntó “De parte de Dios poderoso, que quiere”, “sígame y saque unas cosas que le voy a mostrar, devuélvaselas al dueño, y Ud. Va a morir en siete años” le contestó el espanto; Julio sacó el entierro, era un copón de oro y otras cosas, las regresó a la iglesia del pueblo y efectivamente, murió pasados siete años. El abuelo, ni nadie más dijo nada de Julio; muchos años más tarde, en un viaje a Cartago, mi tío pedro Claver nos presentó a mi papá y a mí, dos hijos de julio, radiotécnicos radicados allá, nunca supe el motivo del silencio sobre que se había casado y tenido hijos, la última noticia de julio, el tío de mi papá, la tuve de boca de Huber Salazar, jubilado agente de tránsito, primo de mi viejo, al que hace como diez años conocí en Quimbaya, donde residía y con el cuál estuvimos recorriendo el pueblo, nos llevó a conocer la finca donde Julio le salió al fantasma, ubicada en la misma localidad. Esta última historia por desdicha si tuvo nombre y ubicación.
Danilo… Delicia leerlo, y sabe? en todo momento tuve en mi mente su voz narrando, siempre ameno, elocuente y alegre. Un gran abrazo.
Hola Daniel, que alegría volver a comunicarnos, yo también tengo gratos recuerdos de ud como estudiante y como amigo, mil recuerdos y abrazos, Dios lo bendiga.
Respetado Columnista: la narrativa expresada en forma amena, humana, profunda, es una invitación a seguir tan conmovedoras historias.
Gracias
Mil gracias por su comentario, valoro mucho su opinión