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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

CulturaRecuerdos de mi papá, en su época de guaquero.

Recuerdos de mi papá, en su época de guaquero.

Por JOSÉ DANILO SALAZAR

Quiero empezar este viaje de nostalgia y evocación personal, esperando  que otras personas de mi generación revivan sus recuerdos y las nuevas generaciones puedan saber cosas desconocidas de nuestra historia y familias. Lo primero será recordar que Risaralda, Quindío y Caldas, conformaban  un solo departamento llamado el gran caldas, el único que en los años 60 tenía tres equipos de futbol profesional en Colombia, en la época actual: Antioquia, valle y Cundinamarca pueden decir lo mismo. Fuimos una región grande y respetada  gracias a las exportaciones de café, por lo general cada vereda tenía  su puesto de salud con enfermera o promotora social a cargo, y una escuela nueva hecha por el comité de cafeteros, las vías  se mantenían en condiciones decentes, y la región cafetera tenía un nivel de vida tan bueno comparado con el resto del país que se le llamó  “La Suiza” colombiana, gracias a los campesinos  sembradores de café, se  generaron enormes riquezas al país; el dinero de la exportaciones  cafeteras permitió la creación del banco cafetero y  la flota marítima gran colombiana, esta última una empresa  en compañía con los otros países liberados por Bolívar, ¿Dónde quedaron esas riquezas?, ¿Quiénes se  “tragaron” el capital de esas empresas?. Seguramente la cortina de humo de achacarle todos los males del país a la guerrilla, permitió que estos capitales se esfumaran sin que los ladrones de cuello blanco y sus aliados en el poder,  fuesen detectados y menos aún develadas sus jugadas  o juzgadas y condenadas sus actuaciones. Esos  dineros se perdieron  como por arte de magia y no nos dimos cuenta.

En los años de nuestra  niñez,  el más grande placer era  ir a la finca de los abuelos maternos, donde compartíamos  juegos, trabajos, alegrías y picardías con nuestros cuatro primos huérfanos de madre, criados amorosamente por nuestros abuelos, teníamos dos tíos solterones Félix y Odilia, quienes debían lidiarnos y soportarnos a mí, y a otros dos hermanos menores.

En la época de cosecha de café los trabajadores salían del corte y a las cinco de la tarde les servían la comida, era común que después se prendiera el radio de pilas, no había electricidad en la vereda y la televisión era cosa de la ciudad y de personas más o menos acomodadas, oíamos en una emisora llamada “Transmisora Caldas” un programa de música colombiana, que se  iniciaba con la canción  “caminos de caldas”, del nunca suficientemente apreciado Luis Carlos González, donde se decía que el  mapa del departamento se parecía a una mariposa verde, después se iniciaba una tertulia donde los adultos exageraban sus experiencias, y se dedicaban a hablar de brujas ,espantos, entierros y  tesoros,  relatos que  oíamos con ojos desorbitados de espanto o ambición, y  nos causaban terrores o pesadillas nocturnas ,pero al día siguiente, pese al miedo  de la noche anterior, volvíamos a caer en el encanto de aquellas historias de  seres fabulosos: patasolas, jinetes sin cabeza y  lloronas etc. que como acertadamente dijo alguien “desaparecieron cuando llegó la luz eléctrica a los campos de Colombia”.

Como buenos descendientes de antioqueños,  nuestros padres, unos más, otros menos, eran grandes contadores de historias, muchos  fueron cazadores de fauna silvestre y algunos de ellos  fueron guaquero ocasionales, es decir, se dejaron encandilar con la promesa de encontrar  “riquezas fáciles”, es decir monedas o joyas que sus propios padres o abuelos, habían enterrado previsivamente, como ahorro para tiempos difíciles, en  la época de los inicios del siglo XX, cuando  existían pocos  bancos y  la gente no creía en ellos .Uno de esos guaqueros ocasionales fue nuestro padre Aldemar Salazar, también  cazador y  narrador de historias.

Pues bien,  como ya dije, mi papá se dejó contagiar de alguno de sus amigos de la fiebre de guaquero y se dedicó a buscar los famosos tesoros enterrados, en una primera incursión mi papá y Jaime Granada, su compinche de cacería, pesca y Guaquería oyeron decir que cerca al barrio cuba a orillas del Consota, en un cruce de caminos, aparecía un bulto oscuro de noche   ¿y quién dijo miedo?  Varias veces, aprovechando sus cambios de turno de trabajo, papá y su amigo le hicieron centinela al espanto y hasta consiguieron un  ”detector” de cuarzo, usado en esos menesteres, para encontrar el tesoro del espanto, y sí, sacaron algo del hueco  que cavaron, ningún tesoro, pero si una cara de león de caolín del tamaño de un plato tintero, allí quedaron las noches de cábalas y trasnocho, en un objeto sin ningún valor comercial, solo anecdótico.

Prosiguiendo con la fiebre guaquera, mi papa oyó la historia de un entierro en la raíz de un árbol situado,  también  como el anterior, en un cruce de caminos ,después de visitar el sitio varias veces en los siguientes  meses, mi papá se animó  para  ir a cavar en busca del tesoro, pero vecinos conocedores del asunto, le advirtieron que el dueño de  ese entierro tenía pacto con el diablo, sin amilanarse, pidió ayuda a un espiritista, quien después de una sesión le aseguró que era cierto lo del pacto satánico, y que además el dueño del entierro aún no había nacido, que no fuera a buscar lo que había, porque no lograría sacar nada, como buen Salazar, mi viejo no solo no desistió, sino  que planeó hacer  la tarea en una noche de luna llena, y efectivamente sacó el entierro, nos  contó la historia y nos mostró un portacomida de aluminio, donde había varios carbones y cenizas,  luego  lo  guardó bajo de su cama; una noche,  a mi tío Pompilio Ríos  lo dejó el último carro que iba para Marsella, de manera que llegó a nuestra casa ya oscureciendo, y mamá le dio comida y dormida en la alcoba de mi papá, que esa noche estaba trabajando; al día siguiente al llegar mi papá a desayunar y acostarse, mi tío le comentó que no había podido dormir en  toda la noche, porque  había estado “conjurando” al demonio que mi papá tenía en su cuarto, ahí sí, creímos el cuento del famoso pacto demoníaco; días después él arrojó a un barranco el contenido del portacomida, y este utensilio pasó  a ser la vasija con que mi mamá sacaba agua del lavadero; cuando posteriormente  le contó la historia a un amigo, éste aseguró que esas cenizas eran  oro en polvo y los carbones eran el oro que se había enterrado, y que ese oro “resucitaría”  pasados unos años y hechos algunos rituales específicos para ese propósito, casi le da un infarto al amigo, cuando se le contó que esos carbones se habían botado. Creo que esas dos ilusiones, luego convertidas en  decepciones,  acabaron su vena guaquera.

Al salir jubilado de Hilos Cadena, hoy llamada “Coats Cadena”, mi papá compró una cuadrita de tierra labrantía en la vereda “El Chocho” en Pereira, por desgracia esa tierra quedaba muy cerca del barrio Villa Santana, un vecindario  poco recomendado por su pobreza, como siempre, él que era un hombre de armas tomar se puso a mejorar su pequeña finca y su casa de habitación, estaba feliz en sus labores agrícolas, hasta que un parroquiano cualquiera, se le acercó a preguntar por el costo de un racimo de plátanos que estaba cercano  a la carretera, mi papá pidió una suma y el otro ofreció una tercera parte, argumentando que era mejor recibir un poco de dinero, a perder el racimo por robo, mi papá se salió de la ropa y dijo, que el “hijue tantas” que intentara robarle corría el riesgo de morir  abaleado, y servir de abono para la nueva  mata que sembraría sobre su cadáver, posteriormente se devanó los sesos pensando que no valía la pena cultivar, para ser víctima del robo de  los frutos de sus sembrados,  tampoco le emocionaba la perspectiva de matar a alguien por un racimo de plátanos, y menos aún si ese alguien, llegase a ser un padre de familia en situación de hambre y necesidad,  de manera que decidió vender su terrenito, cosa que lamentaría más tarde, cuando se veía a sí mismo, gordo y enfermo por falta de ejercicio.

Lo cierto del caso es que estando arreglando la casa de la finca, vio una sombra que entraba al sótano de la vivienda, se puso en la tarea  de  hacer averiguaciones, que le confirmaron que todo mundo sabía de la sombra, así que se dedicó a seguir el recorrido del  fantasma para ubicar su tesoro, en esos días me comentó “mijo, por fin voy a salir de pobre, estoy tras la pista del asusto, cuando tenga el dinero en mi poder le cuento”, como pasaron dos o tres meses y  no volvió a decir nada, yo me  atreví a preguntarle por el supuesto dinero encontrado, su cara de decepción me preparó para el fin de la historia “mijo, vi adónde llegaba el fantasma, escarbé y encontré un tarro con monedas que supuse eran morrocotas de oro, cuando salí del sótano y vacié el tarro, vi que eran moneditas antiguas de centavos, aquí vivía un bobito a quién las visitas y parientes le regalaban esas monedas, y cuando murió se quedó apegado a su tesoro que no valía nada”. He pensado que después de la amenaza de robo, la otra gran decepción de mi progenitor,  al no encontrar su tesoro,  le  reforzó su decisión de vender el  lote y  regresar a su antiguo vecindario.   

     

13 COMENTARIOS

  1. Hola primo, ciertamente estas historias, que no son historias si no hechos reales hacen parte del legado de nuestras familias y que deberian ser parte de ese legado para las generaciones que nos precederan, un abrazo.

  2. Danilo que buenas anecdotas,,, me trasladan a epocas que jamas volveran,,,,, un abrazo, siempre agradecidos por ser usted un padre papa mi padre,,,,,,,

    • Al cariño solo se debe responder con cariño, que maravilla poder volver a compartir con Rafa, no solo su faceta de gran ser humano, sino además sus conocimientos y experiencia.

  3. Siempre recordaré esas historias, que fueron suyas, mías, de mi hijo. Las historias que tejen con fibras la identidad de nuestra tierra

  4. Si, muy buenas historias…recuerdo los cuentos del tío tigre y del tío conejo, que contaba el abuelo aldemar…gratos recuerdos… gracias papá por hacerlos recordar…

  5. Gracias don Danilo por su escrito tan bello y para mi lleno de remembranzas, me trasladan a la niñez en los campos de Balboa, rodeada de gente sencilla y buena que se sacaba un bocado para compartirlo con su prójimo.

  6. Gracias por compartir historias y experiencias vividas.. Que triste que el coco ahora nos tiene miedo. Paz y Bien.

  7. Don Danilo viaje en el tiempo, cuando nos sentábamos en la terraza (ante jardín en estos lares), con mi abuelita en noches cuando se iba la energía en el barrio, y nos relataba historias de miedo ocurridas en su niñez y adolescencia… Que bonitos y agradables recuerdos… Gracias infinitas….

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