La semana anterior se llevó a cabo la convención del Partido Liberal que coincidió alegóricamente con la celebración del «día de los difuntos». Al respecto vale la pena hacer algunas reflexiones que dibujen los acontecimientos.
En primer lugar, debo manifestar que es muy ingenuo pensar y creer que a una convención de un partido político se asiste para cambiar la historia o ejercer el libre albedrío y que éste es un escenario abiertamente democrático, librepensador y transparente. Cualquier ejemplo que traigamos a colación de eventos similares llevados a cabo en el último siglo en todos los países del mundo que practican la democracia será la mejor prueba de lo que afirmo. Los jefes —caciques en la jerga nuestra— convocan y asisten a una convención solo cuando saben que tienen todo bajo control y que las cosas saldrán como lo tienen planeado; incluso muchas veces el acta misma de la reunión está previamente elaborada.
Eso pasó este fin de semana con la convención del Partido Liberal. No dudo que la gresca, los insultos y los atropellos eran parte del plan. Aunque el país se quedó sin el discurso del ungido, las cosas salieron a la perfección. La mejor manera de garantizar la continuidad de la jefatura del expresidente Gaviria era convertir el escenario en una contienda entre petristas y antipetristas. Los ingenuos de Velasco y Chacón no solo cayeron en su propia trampa, sino que salieron maltrechos políticamente y de contera aporrearon las intenciones y expectativas del Gobierno. El casi octogenario líder liberal, César Gaviria, reafirmó su inmensa capacidad electoral y su habilidad para manejar las maquinarias.
La pregunta que todos nos hacemos es: ¿y para qué? Cuál es el propósito de insistir y mantener la jefatura de un partido en crisis. Aunque tenga un número de congresistas, alcaldes y gobernadores que supera a casi todos los demás partidos colombianos, la liberal es una colectividad desdibujada, lejana de sus postulados, ajena a ejercicios programáticos, distanciada de las organizaciones cívicas y sociales. Y, más grave aún, lejana a los afectos de los jóvenes de nuestra patria.
Su valor actual se mide únicamente por la capacidad de otorgar avales y por el peso específico de sus militantes en las corporaciones públicas, pero no por sus propuestas de cambio o por ser una verdadera opción de poder. Y añado: es indescifrable su posición frente al actual gobierno; sus militantes gritan y vociferan en la carnavalesca convención «fuera Petro» mientras piden y reciben mermelada del gobierno y actúan en el legislativo, ahí sí, con libre albedrío. Hacen lo que les da la gana. La verdad es que no hay colectividad y aunque este sea un mal viral que a todos los partidos carcome, no es disculpa para el derrumbe ideológico del liberalismo.
La nuestra es una democracia representativa que se ha convertido en una estructura de «maquinarias» en la que una vez obtenido el poder administrativo o político es imposible introducir cambios que atenten contra el «statu quo». Llevamos años intentando aprobar una reforma política en el Congreso de la República y siempre cada intento se convierte en un saludo a la bandera que concluye con el archivo de la propuesta. Las únicas reformas importantes han sido nuevas Constituciones y la última tardó más de cien años en lograrse bajo un contexto legal extraordinario amparado en una «séptima» papeleta incluida en un evento electoral de carácter nacional, o sea, en un escenario ajeno al Congreso. El último papel decoroso del liberalismo fue precisamente en esa Constitución de 1991. A partir de ella nunca más se logró la Presidencia de Colombia y se perdió el protagonismo que se tuvo en los sesenta años precedentes. Mejor hubiera sido hacer esa convención el 28 de diciembre, el «día de los inocentes».
Más allá del exelente análisis, el Partido Liberal es un símbolo de la decadencia de política en Colombia
Así dice el SEÑOR: Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del SEÑOR se aparta su corazón. Jeremías. 17:5
El partido liberal es un partido en decadencia, sin ideario político claro y que deambula buscando favores, pero no hace nada por mejorar las condiciones de este país. Lástima pero es verdad lo que afirma el ex-alcalde Ernesto Zuluaga sobre su rol actual.
Valoro mucho la claridad conceptual y espíritu autocritico de Ernesto Zuluaga, quien toda su carrera política perteneció al Partido Liberal y confiesa, sin ambages, la decepción de la que fuera su colectividad.