Quienes profesamos el oficio de plasmar en palabras las ideas y difundirlas entre los semejantes, lamentamos hoy la partida a sus 90 años y algunos meses de más, del más grande escritor vivo de la lengua de Cervantes nacido en la parroquia de Cañarte, Miguel Álvarez de los Ríos.
La muerte le sobrevino en su residencia del exclusivo sector de Pinares de San Martín, en Pereira, al lado de su esposa Maria Luisa, tras un prolongado encierro por más de un año, causado por un accidente en la columna, que complicó su condición, deteriorada por el paso de los años y diagnosticada como muy delicada desde 2017, tres años antes de la pandemia del covid 19.
Su fina prosa refulgió por los años sesentas al lado de su colega César Augusto López Arias, cuando ambos narraban el diario acontecer en los medios de mayor circulación nacional, pero en estilos totalmente opuestos.
Miguel tuvo una vida larga y prolífica, que transcurrió mayormente en Pereira, donde hizo sus primeras incursions literarias, traduciendo clásicos y estudiado en sus lenguas maternas a los poetas que entonces descollaban en el universo literario, e incursionando en las cumbres del Parnaso que hasta el ultimo día de su existencia terrena lo coronara de gloria.
Amante del teclear firme y uniforme sobre el rodillo de la máquina de escribir, nunca logró adaptarse a la tecnología del computador, ni mucho menos a las redes sociales que gobiernan hoy el mundo; por tal motivo, en las papelerías que susbisten lo extrañan como el último cliente procurando adquirir un rollo de cinta para hacer sus escritos con inusitada pulcritud.
Así como la forma era su contenido; hombre letrado, de exquisita pluma y vastos recursos literarios, que por mero pudor prefirió firmarse con pseudónimo o regalarle la autoría a sus amigos. Tal el caso del ex ministro de estado Jorge Mario Eastman Vélez, muchos de cuyos libros tuvieron -por lo menos- su revision y asesoría, para merecer catapultarlo en las cimas de la intelectualidad colombiana.
En la gran prensa, Álvarez de los Rios convirtió las letras en noticia, convenció a los Sanos de El Tiempo para que en la sección dominical tuvieran cabida sus extensos y bien escritos ensayos literarios, poniendo en manos de las masas aquello que hasta entonces era manjar predilecto de las élites.
Imbatible en el arte de contar historias, Miguel hizo que el nombre de esta pequeña aldea de los andes colombianos llamada Pereira, se conociera en el mundo por un suceso más allá de lo normal, al recreear una “misa negra” celebrada por el supuesto sacerdote de la orden, su entrañable amigo el poeta Héctor Escobar Gutiérrez, y publicarla en una revista de amplia circulación en una magistral crónica que atrajo a reporteros del Viejo y el Nuevo Mundo a nuestros lares.
En esa extraña pasion por contar lo inexplicable habría de hallar Miguel una cantera para saciar la avidez de sus lectores en la prensa pereirana, escribiendo por capítulos la crónica de las andanzas de un duende en su natal Belén de Umbría.
Miguel Álvarez de los Rios fue periodista, poeta, escritor, cronista, abogado, doctor Honoris Causa en Literatura y Humanística, y honrado servidor público.
Fue gran hombre, un excelente amigo, bohemio, amante de la tertulia y el buen tinto, visitante frecuente del café en Oma en el Bolívar Plaza, amigo del sanedrín conservador que allí se reunía, hasta cuando su enfermedad lo postró en su casa. También fue un liberal doctrinario, seguidor de López Pumarejo, de Lleras Camargo y de Olaya Herrera y en el hogar, un buen padre que enseñó con el ejemplo y un orgulloso hijo de la capital del Risaralda.
Su cuerpo se fue extinguiendo lentamente, pero su obra y su legado quedan indemnes para que los eruditos, los literatos y los historiadores, que fueron sus pares a lo largo de los años, la rescaten y publiquen de manera profusa, facilitándoles a las actuales y futuras generaciones gozar de su sin par creación.
Descansa en paz, Miguel, nunca te vamos a olvidar.
- PD. Para terminar, los dejo con esta entrevista que le hizo el colega Ruben Darío Franco Narvaez.
ÁLVAREZ DE LOS RÍOS EN SUS PROPIAS PALABRAS
Por: Rubén Darío Franco Narváez.
Identifíquese, maestro-. -Me gusta hacerlo con los versos sangrantes de Miguel Hernández: “Me llamo barro aunque Miguel me llame. Barro es mi profesión y mi destino”.
“¿A quién o quiénes ama? -A mis hijos, a mis nietos, a mis amigos, que son muchos. Y a tres sombras que, como cosa extraña, parece que fulguran en mis noches de desolación: las de mis padres y la muy tierna de mi esposa Eunice.
¿A quién admira en Colombia? – A cuatro o cinco figuras grandiosas: López Pumarejo, Alberto Lleras, Álzate.
¿Uno o varios escritores grandes para Usted? -Grandes no, genios. Cervantes, Skakespeare, Goethe.
¿Y de ahí para abajo? -Bueno, varios. Balzac, Stendhal, Proust, Valery, Antonio Machado, Barrés, Camus, Malraux, Faulner, en su salsa, en inglés.
¿Defínase, maestro, políticamente? -Soy un liberal. Yo soy un doctrinario, no un manzanillo. Soy profundamente liberal, es decir, en estos días de abyecciones y genuflexiones, un tanto pasado de moda. La libertad sigue siendo para mí el bien supremo. Sé que hoy esta noción ha perdido importancia para la juventud y, lamentablemente, para las demás edades. En mi juventud era la noción esencial. Sin ella no podíamos concebir la vida. Pienso que la libertad del hombre es la mayor expresión de su nobleza. Ahora, el pleno uso de las libertades supone una elevación de la conciencia social. La libertad en la miseria es una burla y una irrisión.
Doctor Miguel. ¿Me dijo que es Liberal? -Sí. Soy un liberal. Serlo, no es pertenecer al directorio del doctor Aguirre, del doctor Botero, dos ciudadanos importados a Risaralda. Le vuelvo a responder líricamente con Hernández, mi tocayo español: “De sangre en sangre vengo, como el mar de ola en ola; de color amapola el alma tengo”.
Respetado Columnista:
Magestuoso escribir desde la admiración, desde el conocimiento.
Una,presentación en palabras cargadas de humanismo, de lo que es la esencia de un letrado como el respetado escritor.
Gracias por traer la,semblanza de un gran pensador.