Padre Pacho
Todos de alguna manera creemos en un Dios, lo que pasa es que no nos ponemos de acuerdo en cuál. No hay algo más provocador como creer, muchos afirmando que Dios no existe y para ello se necesita tener más fe que la de los creyentes, otros aceptando la existencia de alguien que no por azar conduce el universo, y permite el gran milagro de la vida y el poder darnos respuestas como: hacia dónde vamos y de dónde venimos.
Ante el porqué del universo, quien tenga sensatez no se responderá: “el universo existe, porque si”. Un ateo podrá responder: este es uno de los millones de universos que han existido, y precisamente es en este dónde se ha propiciado la vida; para creer en esta afirmación se necesita demasiada fe, por ser una idea ingeniosa, pero indemostrable. Otros se aferrarán al proceso evolutivo darwinista, en medio de un mar de incongruencias, donde es necesaria una fe inconmensurablemente grande e ilógica para pensar que el ciego azar sea el responsable de llevar la materia a la vida, y luego a una vida inteligente que, puede preguntarse el porqué de las cosas.
Si creer es aceptar lo que no vemos, creer que la vida brota de infinitos universos paralelos, como lo proponen los no creyentes, sería necesario un acto de fe mucho más profundo, de quien acoge la existencia de un ser superior, que crea y que dirige con sus leyes el universo.
Parece, quién lo creyera, que es mas razonable creer en ese Dios al que podemos acceder a su verdad, por las alas de la fe y la razón, y que nos permite ver el mundo con mayor amplitud y perspectiva, que quien quiere acceder a él, pero para negarlo.
Sera interesante preguntarnos cuál es el Dios que no aceptan los ateos: será el dios del deísmo, buscado desde la experiencia personal y no por la revelación o el dios de la pura filosofía producto de la mirada intelectual; o ese dios al que se le piensa, pero no se le reza; o ese dios inaccesible, inabarcable y lejano; o ese dios que se complace en jugar conmigo, que me engolosina con la felicidad y después me la quita; o ese dios inflexible, cruel y despiadado; o ese dios dueño de nuestros destinos y propósitos; o ese dios teórico de la filosofía, demasiado geométrico e inhumano; o ese dios fetiche y mas producto de la superstición y la santería.
El universo no dejará de ser un libro abierto, donde están las huellas de su creador, pero al mismo tiempo, es tan incomprensible y complejo que no será posible recabar de él, ninguna información acerca del más allá.
Posiblemente Dios exista o no exista, pero no dejo de apostarle a lo que afirmó Pascal: Si Dios existe y he apostado por él, gano todo: una vida moral en esta tierra y la vida eterna con Dios en la otra. Si Dios no existe y he apostado por él, pierdo mi apuesta, pero tampoco pierdo mucho, puesto que la creencia en Dios me ha ayudado a vivir civilmente mi existencia y, no habiendo nada después de esta vida, al menos le he dado sentido altruista a la presente. Si apuesto contra Dios y Él existe, la ruina sería total.
El ateo sugiere, con demasiada fe que probablemente Dios no exista, esperamos que quienes creemos en Dios, sin comprometer nuestra capacidad de realizarnos plenamente en esta existencia y respetando el criterio de la supuesta verdad de quienes no creen, podamos cada día, tener razones para creer, en aquel que es causa de nuestra alegría y sentido ultimo de todo lo bueno y noble que hay en esta dimensión espacio temporal; con la certeza que creemos en un Dios, a quien buscamos y nos refugiamos en él, no por nuestra incapacidad de dar respuesta a las situaciones límites del hombre como lo expresaba Feuerbach, sino porque a pesar de que muchas de nuestras preguntas, no fueron resueltas en nuestra condición limitada y creatural, las podremos comprender, cuando cara a cara, frente a aquel que nos creó.
Por eso creer en Él, en tiempos de pandemia y en cualquier otro momento de nuestra existencia es la mejor y única opción.