Por: John Harold Giraldo Herrera
El capitalismo no cesa en sus ansias de arrasar la Amazonía -que comprende nueve naciones- sufre los más cruentos embistes y se encuentra en el punto más alto de su destrucción. Quienes hayan visto la serie de Netflix, Una extraña roca, sabrán cómo allí se encuentra el río más grande del mundo en el aire, sí, en la condensación de las nubes fluye uno de los contenedores de agua natural más extraordinario, que surte, bajo el efecto mariposa, a una buena parte de la aldea global. O quienes hayan leído alguna de las obras literarias o ensayísticas de los juglares que se han adentrado en la manigua, han de reconocer los misterios y los eslabones de ese fastuoso lugar. Quienes hayan abordado alguna de las películas, no dejarán de asombrarse por lo fascinante de un territorio cuyas marcas se conectan con todo cuanto existe. Más del veinte por ciento del oxígeno de todo el planeta se produce allí, y quienes lo habitan, se están asfixiando. El Amazonas arde, se encuentra infectado, y los bomberos no han llegado, y la noticia es que no llegarán.
Si fuéramos el Arturo Cova de nuestros días, el protagonista de La Vorágine, en cambio de decir: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes”. Quedaría: “Después de habernos descorazonado del Amazonas, no tuve tiempo de jugar, ni de andar al azar, y la fuerza de la aniquilación me derrumbó. Tampoco supe ya de lo valioso de los bosques, y de la mítica capacidad de la Anaconda o del recorrido del origen por el Jaguar”. Perder un árbol, de los más de 390 millones que pueden albergar estos territorios, y arrasar ecosistemas y bosques enteros, no tendrá cómo ser reparado.
El Covid, o más bien lo que han hecho para intentar “cercarlo”, más a nosotros que a ese veneno, nos ha dejado ver ciertos puntos que antes no contaban con tanta validez, y al tiempo nos hemos enterrado en nuestro encierro, confinados en la casa y hasta en las habitaciones y en ese portátil grillete. Desde ahí navegamos, y algunas pinceladas nos han quedado dibujadas. Los medios, propagadores de los cataclismos, nos colocan las coordenadas. Es menester acogerlas o poner las nuestras y una, de tantas, es el Amazonas. Me duele saber que solo en Colombia, las imágenes de muertos abultados, de la infamia de un sistema que no le preocupa la gente, ha dejado arrinconado y en la más absurda situación a quienes allí habitan. Mientras queman el patrimonio universal, no hay bomberos para apagar las voraces llamas. El éxodo no se ha hecho esperar, pero sí es pensado, para dejar al garete y sin mucha defensa ese abrazo afectuoso para la humanidad. El agua del Amazonas se conecta con los ripios de arena de los desiertos y provoca misterios y climas impresionantes en el orbe. Posee la mayor cantidad de agua dulce del mundo, que es descargada mucha de ella en los océanos, pero no le alcanza para apagarse.
Green peace, nos contó en el 2019 a septiembre, que se habían quemado 2,5 millones de hectáreas, con ello el despojo de comunidades y la exterminación sin límite de la biodiversidad es inimaginable. Eso en resumen, es quemar 21 veces la ciudad de Bogotá. Ganaderos y terratenientes, más corporaciones, se encuentran beneficiados de este magnicidio. En Colombia la cruenta cifra de contagiados es una gran tragedia, más de dos mil, de menos de 80 mil que allí viven. Pero lo que ha desahuciado el Amazonas, es el abandono estatal, igual que en La Guajira, los pies y la cabeza de la nación, además del descuido, es el punto fértil para mafias, corrupción y mientras, quienes padecen son la población. Se estima en 34 millones habitantes de las nueve naciones que comparten ese gran batidor de todo récord de biodiversidad.
Se han muerto personas esperando ser atendidos, ya no hay abasto, y los cuerpos yacen apiñados, como cuando se han perpetuado masacres en Colombia. Un territorio que se ha acostumbrado a vivir de otros, porque una libra de arroz desde Bogotá llevada a Leticia cuesta 4 mil, mientras que desde otro país, puede valer la mitad. Mismo caso arriba, leche de Venezuela cuesta mil pesos el litro y de la del interior casi tres mil.
Algunos datos, cuenta con 7.5 millones de dimensión y ocupa el 6% de todo el planeta. Es el manantial y la fuente, dado que posee el 20% del agua dulce de toda nuestra comarca. Habitan más de 40 mil especies sólo de plantas y una buena parte de ellas son comestibles o podrían generar algún alivio para la humanidad. Hay cerca de 400 pueblos de origen, con unos 71 que viven en condiciones de no haber sido contactadas, es decir, se encuentran desde siempre aislados de modo voluntario, pero ya hay ecos de afectación y llamados de auxilio, son los ejemplares guardianes de la vida y de los mitos e historias que los forjan.
Mientras que hemos estado en confinamiento se han intensificado las quemas de bosques y el avance de las manos criminales, alguna que otra noticia lo ha narrado, sin embargo, las llaman laten, y los abrazos cesan. También partió Antonio Bolívar, el célebre actor de la película de Ciro Guerra, y su ida, dejó un vacío, como más de los cincuenta muertos allí de colombianos, pues en toda su extensión se calcula en unos cincuenta mil contagiados. El abrazo que podríamos haber anhelado, se está agotando. La furia del capital es tan violenta, que Arturo Cova, perdió su tranquilidad y el corazón; la humanidad que dice ha encontrado un respiro, sentirá más pronto que tarde, el aire que le han quitado. Las comunidades de origen, están tan dispuestas a ejercer su soberanía que prefieren arder con el Amazonas a dejar que la vida entera culmine. Si no nos asumimos, todos, como bomberos para salvar al Amazonas, luego las partículas de lluvia en el planeta, no serán de agua, sino de algún efecto propiciado por el acabose del líquido vital, el oxígeno y el inventario de vida que allí cruje y palpita.
Gracias Martha por comentar. Es nuestro deber ser los bomberos. Un abrazo. Y que siempre preservemos lo nuestro.
Totalmente claro.
Lastima que en Latinoamérica, los gobiernos, no se anticipan a la,defensa de las comunidades ancestrales.
Tienen presente , como acabar con las comunidades ancestrales: su cultura, su hábitat,, para instalar allí empresas multinacionales, y de propios, para explotar la naturaleza, para instalar complejos turísticos.
Es un colonialismo sin limite,.
No existen políticas ancestrales, con verdaderos y sinceros abanderados del tema.