En estos días volví a reflexionar sobre ciertos aspectos de la fe cristiana que parecen complicados. Por ejemplo, Jesús dijo, según Mateo 5-43: «Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo…Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen…Así seréis hijos de Dios, que está en el cielo». No obstante, en el año 390 D.C, el emperador Teodosio proclamó el siguiente edicto: «Autorizamos a los seguidores de esta doctrina a asumir el título de católicos cristianos, y como juzgamos que todos los demás son locos extravagantes, los tildamos con el nombre infame de herejes…además de la condenación de la justicia divina…tienen que sufrir las penas severas que nuestra autoridad, guiada por la sabiduría celestial, considerará apropiado imponerles.» Desde entonces se desató una furiosa persecución contra los no cristianos y solo hasta el concilio vaticano II la iglesia de Roma aceptó la libertad religiosa para aquellos que no comparten sus dogmas. Uno se pregunta ¿cómo pudieron los cristianos ignorar esas palabras tan claras de Jesús durante más de 1.500 años?
Otra duda: si Dios es el ser perfecto u omnipotente ¿Por qué permite la existencia de crímenes como los que cometió Hitler o por qué ha permitido o guardado silencio frente a millones de víctimas inocentes del conflicto colombiano? Una respuesta lógica parece imposible. Y otra bastante complicada consiste en decir que Dios permite el mal ¡Porque nos ha hecho libres!
Al respecto el escritor alemán Hans Jonás afirma que Dios no interviene «porque no puede». Para entender esto debemos aceptar una idea propia de la cábala judía: al crear el mundo, el ser supremo se replegó sobre sí mismo o se autolimitó para otorgar al universo_ y de paso a los humanos_, cierto grado de autonomía. Esto podría explicar la existencia del mal.
Si la cuestión se resuelve así, dejémonos de teologismos y regresemos a nuestra sufrida tierra ¡Con todos sus paracos, sus eternas guerrillas, sus furibistas y sus antifuribistas!
AGM-29-01-2024
Señor Alfonso Gutiérrez.
Su nota, aunque breve, da pie para una larga reflexión sobre el tema de la paz, el perdón, el mal. El mensaje del evangelio, ya nos lo había dicho Karl Barth, se presenta dentro de un contexto histórico, y trasciende del lugar para hablar a cada tiempo y cada generación. Por eso referirnos al siglo IV y la actitud de Teodosio, hay que explicar lo que sucedía con el Imperio, su decadencia (próxima al 476), y la formación del dogma, esa creencia sencilla hecha callo y tropiezo para la historia del cristianismo. Con todo, esa idea de la cábala, de Hans Jonás, se acerca más a la tesis de Epicuro de que Dios no puede, no quiere y es malo. El asunto no es tan sencillo como lo pintan los escépticos. Siento un tono pesimista al final de su texto. Tiene usted todo el derecho, pero frente al tema Dios o teología, no todo está dicho, y lo dicho popularmente nunca es lo más esperanzador. Saludos.
Diego Firmiano
Pereira