(La Novena de Aguinaldos)
“Rápido. Está llegando la familia y demás invitados. Todo tiene que estar listo porque a las 8 pm en punto rezaremos la Novena de Aguinaldo. Luego, seguramente, nos acompañarán otro rato y es cuando les ofreceremos la natilla con los buñuelos y después la picada que les tenemos. Es muy importante que todos se sientan muy bien atendidos en casa”. Con estas palabras mi madre anunciaba cada 16 de diciembre el preludio de la Navidad, a través del comienzo de la celebración de la tradicional Novena de Aguinaldos que, sagradamente, realizábamos en casa y así – en adelante – cada día en casa de un familiar hasta la noche del 24 de diciembre.
Eran tiempos de absoluta gratitud y regocijo. La magia gravitaba en el ambiente. El Espíritu de la Navidad llenaba por completo los corazones de los miembros de nuestro hogar, al igual que de los familiares y amigos quienes – de paso – no se perdían la oportunidad de festejar unidos las tradiciones navideñas en casa, en compañía de un buen plato de comida. En mi mente no existían responsabilidades mayores ni preocupaciones. Todo era una celebración continua. La llegada de los primos a la Novena vaticinaba una noche de risas ininterrumpidas y una que otra fechoría que, al fragor de los villancicos y los pasabocas, pasaba inadvertida ante el visor de los adultos. Era el simposio anual al que las pilatunas tenían acceso VIP para hacer de cada Novena un hecho memorable.
Recuerdo que permanecíamos atentos a quienes rezaban la Novena y los gozos, a la pesca de una palabra mal leída, un gazapo o una pronunciación confusa en razón a la equívoca interpretación de un escrito tan bellamente escrito en castellano antiguo como complejo al momento de pronunciar: La oveja no era arisca, sino “bizca”. El niño no era precioso sino “pechocho”, sin olvidar el hecho de que solo al tener mayor conciencia vine a entender que un jumento era un burro y que la expresión padre “putativo” de Jesús no era una grosería.
Hoy, con varias décadas y navidades a espaldas, sin ánimo de imponer un credo religioso ni de cuestionar a quienes profesan otras creencias o son indiferentes a la llegada de la Navidad, bien vale la pena reflexionar sobre esos tiempos de unión. El solo reencuentro familiar que implica la realización de la Novena es una Terapia para el Alma ya que es precisamente en ese compartir con el otro donde más podemos conectar con nuestra esencia y con la de nuestros seres queridos, liberarnos de las cadenas del ego, alcanzar una mayor armonía mental y espiritual. Conectar con el niño Jesús interior es recalibrar nuestra frecuencia con la energía del Bien Mayor. Creas o no, esta terapia TE HACE BIEN. . www.infinitepowertraining.com