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Política¿Todos perdimos el control?

¿Todos perdimos el control?

Por LUIS GARCÍA QUIROGA

Muchas personas preguntan cómo va a terminar esta larga jornada de protestas, violencia, descontentos y manipulaciones.

En mi caso, por prudencia y para no aportar más incertidumbre, odio y radicalización, me remito a la constante de la historia que nos enseña que, una expresión de descontento popular, llámese protesta, rebelión o revolución, se sabe cómo empieza, pero nunca, cómo ni en qué momento termina.

Con el paso de los años, especialmente en asuntos de política, me convertí en una persona de naturaleza escéptica. Los escépticos preferimos la mirada del trasfondo, el equilibrio, el análisis, el repensar y la observación de la violencia, de los encuentros y desencuentros, de las expresiones de odio y de complacencia.

Aun así, creo que un opinador consuetudinario y sin remedio, frente a sus lectores, debe ir más allá y en lo posible partiendo del origen del problema, que, en mi sentir, es la injusticia social. Ahí empieza todo. Siempre digo que la presa más sensible del ser humano no es ni el corazón, ni el cerebro. Es el bolsillo.

Tocarle el bolsillo a la gente, es tocar intereses y despertar emociones (rabia, odio, malestar, insultos, discriminación) emociones que controlan el cerebro y despiertan pasiones, justo cuando en un ambiente de conflicto, los básicos para resolverlo, son la serenidad, el control y el tono de la comunicación.

Por estos días de crisis, el peor descontrol es el pésimo tono de la comunicación de casi todos los actores y los sectores. Nadie reconoce errores. Todos creen tener la razón. Señalamientos van y estigmatizaciones vienen. La comunicación asertiva es la gran ausente. El daño colateral de los mensajes y las opiniones cargadas de odio han hecho una enorme y decidida contribución a la profundización de la crisis y del conflicto. No hay serenidad.

Las protestas en otras partes del mundo, aunque no siempre han mejorado las cosas, de alguna manera han cambiado la historia. La primavera árabe, los chalecos amarillos en Francia, la rebelión en Hong Kong, las revueltas de Chile. Cada una de ellas tuvo un momento de verdad y un punto de quiebre. En Colombia, sin contar el paro de noviembre pasado, llevamos casi un mes de incertidumbres y de malas noticias. Como si no fuera poca cosa la pandemia.

Y de ñapa, ahora vemos al gobierno que además de perder el norte interno, sale a una “ofensiva diplomática” (quizás haciendo referencia a la ofensa que representa el exceso de mermelada por la vía de las embajadas y consulados, tal como se ha venido denunciando y evidenciando) Peor, imposible.

En todo caso, en el trasfondo de la injusticia social están los grupos de presión y sus intereses y conveniencias que van desde quienes profundizan la crisis; los que la capitalizan política y electoralmente; los que especulan con los precios; los que creen en la fuerza de la violencia; los corruptos que ven en el sufrimiento y en la crisis, su oportunidad; y los que se lucran, porque como dicen los gringos: “cuando hay sangre en las calles, hay que salir a comprar”.

Por eso los que capitalizan, especulan, profundizan, violentan, se lucran y los corruptos, no solo aprovechan sin pudor para aumentar su ganancia, sino que le echan más gasolina al fuego. No hay otro escenario más propicio para el escepticismo.

Entre empresarios serios se conoce mejor el escenario que estamos viviendo y uno de ellos me decía recién, que en Pereira hay empresarios que ya no resisten más pérdidas ni más incertidumbre al punto que, mientras unos cierran esperando que pase el vendaval, otros están vendiendo.

¿Todos perdimos el control? Esto me recuerda a Chucho Muñoz Cifuentes, un estupendo profesor de la Universidad de los Andes cuando en Seguros La Previsora en Bogotá hicimos el diplomado en Habilidades Gerenciales.

Nos preguntó uno a uno a los 32 ejecutivos de la Compañía, qué creíamos que podíamos controlar. Al final nos dejó sin argumentos cuando señaló y demostró epistemológicamente, que realmente lo único que podíamos controlar eran nuestras propias decisiones.

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