Por JAMES CIFUENTES MALDONADO
Cinco 5 años después vine a enterarme del artículo de Las Dos Orillas en el que Iván Gallo, en una especie de catarsis, casi que exorcismo, para liberar al mundo cultural de las garras de la estupidez y la frivolidad y para reivindicar la dignidad mancillada de los verdaderos cantantes y de los verdaderos poetas, como Fito Páez o Pablo Neruda, respectivamente, le dio hasta por donde se rompen las ollas a Ricardo Arjona, al que sin piedad alguna se le calificó de ramplón.
Esta discusión es antigua, pero tengo que reconocer que siempre pasé de agache frente a la misma, por una especie de impedimento, que por estos días de despegue de año encuentro propicio, aunque inoficioso, explicar a continuación.
Con cierta pena, tengo que decir que en uno de los entrepaños de mi bar reposan 5 CDs de Ricardo Arjona; tengo que admitir que fui a su primer concierto en Pereira y brinqué y gocé con las otras 20 mil almas que esa noche pagaron la boleta. Como quien cuenta sus pecados cuando siente que ya no tendrán consecuencia, tengo que decir que, con un puñado de amigos en Corales, a mediados de los años 90 chupé aguardiente y canté las canciones de Arjona a grito herido, con sus letras insulsas y su poesía arrevesada. Tengo aun vívidas en mi memoria la euforia de los hermanos Lerma, desgarrando conmigo las gargantas con «Quién diría», «Realmente no estoy tan solo y la «señora de las cuatro décadas».
Soy consciente de lo forzadas que resultan las metáforas que suele utilizar este infame intérprete, que abusa del recurso del contraste y en sus composiciones se pregunta cosas como ¿Cómo encontrarle plataformas a lo que siempre fue un barranco?; pero igual, por alguna razón, que en efecto puede ser mi infinita ignorancia, he disfrutado sus creaciones desde «Animal Nocturno» pasando por «Mujeres», «Jesús verbo no sustantivo», «Mojados» y su versión de «Tiempo en una botella.
Antes de leer el artículo de Las 2 Orillas, pensaba que los intelectualoides eran los que juzgaban tan severamente a Arjona y no el exitoso cantantucho; hoy he abierto los ojos, pero me da igual; en este mundo loco ya es muy difícil establecer quiénes son los equivocados, circunstancia que he podido confirmar hoy, con asombro, cuando veo publicaciones en redes sociales señalando que la popularidad de Donald Trump ha aumentado, calificándolo de titán, después de la toma del Capitolio en Washington por parte de una turba de radicales ultraderechistas, instigada por el mesías de la posverdad. Entonces, ¿qué puede uno pensar ahí?, que estamos perdidos.
Después de la diatriba por la falta de talento de Arjona, el columnista puso en entredicho su integridad moral por los incidentes de violencia intrafamiliar que se le adjudican, terrenos que para mí son prohibidos, porque trascienden la esfera del espectáculo y corresponden a la dimensión del ser humano, como la que tuvo Michael Jackson, con cuestionamientos aún más graves, que sin embargo no hacen que podamos desconocer la estatura del Rey del Pop como artista.
Escuchar y cantar las canciones de Ricardo Arjona, puede ser intelectualmente incorrecto, hasta primitivo, pero por lo menos es inofensivo y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.