La semana anterior expresé en esta columna mi total incredulidad frente a los aires de cambio que algunos pretenden concluir de todo este maremágnum en que estamos envueltos con la pandemia del coronavirus. Pues bien, voy a reforzar mi concepto manifestando que los cambios que se avecinan serán, por el contrario, cataclísmicos y que quizás sí nos lleven a un nuevo orden mundial pero lejano del que algunos sueñan.
Se ha hecho evidente que la solidez de la Unión Europea se resquebrajó. Los ricos del norte se distanciaron de los países del sur mostrando no solo indiferencia frente a la problemática de los menos ricos y de los más afectados, sino que el postulado pactado de “adoptar medidas de fomento destinadas a proteger y mejorar la salud humana y, en particular, a luchar contra las pandemias transfronterizas” no se cumplió. Incluso el primer ministro holandés sugirió que “no se presten fondos a los países que no hagan los deberes, nadie prestaría a quien se gasta el dinero en alcohol y mujeres”, a lo que sus homólogos portugués e italiano respondieron: “¡Repugnante!”… Si no comprendemos que ante un desafío como este tenemos que responder en común, entonces nadie ha comprendido lo que es la UE”. Parece inevitable entonces la ruptura y el fin de 63 años de diálogos y acuerdos y en el mejor de los casos se avecina una renegociación en la que primará la solidaridad social.
En los EEUU las cosas se pondrán color de hormiga y desde ahora se percibe que las elecciones presidenciales de noviembre estarán atrapadas en un discurso enfocado en la pandemia y que quizás el señor Trump pague sus bravuconadas y la enorme torpeza con que manejó el tema del virus. La polarización en esa nación llegará a su cúspide y se ventilarán propuestas apocalípticas como la llegada del final de la Unión y conatos de independencia, temas que tendrán adeptos especiales y patrocinadores en Rusia y en la China quienes verán con entusiasmo el derrumbe del “coloso”.
Por otra parte, que el virus haya salido de la China y las sospechas universales de que todo esto pudiese ser un caos deliberado pondrá en jaque las relaciones mercantiles y diplomáticas de todos los países occidentales con la potencia oriental. Tardaremos muchísimos años en normalizar las balanzas comerciales y en recuperar la confianza que existía entre las partes antes de esta pandemia y el principal promotor de esa nueva actitud de recelo y aprehensión serán los EEUU quienes ya mostraban desde antes una postura belicosa. Y otra conclusión generalizada ha sido que el liderazgo más sólido en toda esta problemática lo ha ejercido el gigante asiático, poniendo en jaque la supremacía mundial del coloso del norte. Es probable que, después de superada esta crisis, el nuevo liderazgo económico y político del planeta repose sobre el eje Beijing-Moscú con repercusiones profundas en el concepto básico de democracia.
La otra realidad que atrapará al mundo entero es una profunda e inatajable recesión económica en la que el hambre y el desempleo serán las nuevas pandemias. Como consecuencia se vendrán abajo casi todas las economías, las bolsas de valores, los acuerdos comerciales entre los países y los esfuerzos ambientalistas que tenían su mejor expresión en el Acuerdo de París, el que sin duda agonizará y quizás fallezca.
¿Quién invertirá enormes recursos necesarios para arreglar el medio ambiente en medio de una recesión? Una sociedad sin combustibles fósiles vuelve a ser muy improbable. No hay duda entonces que nos viene un mundo nuevo, pero lleno de dificultades y conflictos en el que se pondrá en tela de juicio la madurez de la civilización.
Publicada originalmente en El Diario y reproducida en El Opinadero, previa autorización expresa del autor