En mi último escrito advertía la necesidad de las segundas vueltas en las elecciones, como mecanismo para resolver el caótico escenario de multitud de candidaturas que no permiten aterrizar en candidatos elegidos con verdaderas mayorías, que auguren mandatos sólidos y estables, capaces de obtener gobernanza y cumplir con los programas ofrecidos.
Un fenómeno que se ha exacerbado con la multiplicación de las organizaciones con capacidad de dar avales (35) y los movimientos significativos de ciudadanos que lo logran recogiendo firmas.
En las elecciones territoriales solo en la Alcaldía de Bogotá existe la segunda vuelta. En ella se vota por los dos punteros de la primera, excepto que el ganador supere el 40% de los votos válidos y le tome una ventaja al segundo de al menos el 10%.
Hace poco supimos que el partido verde en Bogotá, les dio libertad a sus militantes de votar en la primera vuelta por cualquiera de cuatro de estos candidatos: Carlos Fernando Galán, Gustavo Bolívar, Juan Daniel Oviedo y Jorge Robledo. Difícil Imaginar cómo pudo haber sido la conducta de ese partido en este caso particular, de no existir las dos vueltas. Lo menciono solo a título de ejemplo.
La cultura política además, estimula que los candidatos se mantengan hasta el final; una de las preguntas infaltables que los periodistas le formulan a los candidatos que surgen, es aquella de si van a mantenerse hasta el final, dejando en el aire la posibilidad de que la candidatura sea un montaje táctico o estratégico para beneficio de terceros e incluso para ponerse en venta.
No he oído el primero que responda con realismo, diciendo que todo dependerá de la evolución de la propia candidatura, de los respaldos obtenidos, en fin de la viabilidad que obtenga. Todos a una como en fuente ovejuna juran que irán hasta el final.
Además se fantasea demasiado creyendo que el electorado está haciendo ejercicios de análisis programáticos o cosa parecida, cuando la verdad es que este es susceptible de las emociones de toda competencia.
Debo confesar que, por mis antecedentes políticos, algunas personas me abordan a consultarme y la pregunta general, de personas de todo perfil, es quien creo yo que vaya a ganar. Nunca me han preguntado cual es el programa político mejor, o más viable técnicamente o más completo.
Ello no significa que los programas sean irrelevantes o que la naturaleza de las personas que los enarbolen no cuente, solo trato de honrar los hechos, la realidad.
Los electores deciden apoyar o no apoyar determinadas opciones de acuerdo a personales puntos de vista no propiamente extraídos de algún vademécum.
Todo ello en medio de la tormenta de informaciones falsas y verdaderas que inundan el ciberespacio y los medios formales de comunicación. Espontáneas y/o premeditadas.
La pregunta que viene al caso es esta. ¿Es posible ganar cambiando la forma de hacer la política? De manera limpia, sin violar la ley, sin abusar del Estado, sin mentir, ¿sin difamar? Creemos que sí, aunque no es fácil, en medio de la terrible dispersión que nos impone un sistema electoral enrevesado para decir lo menos. Los números son los números.
Ya pasó fecha límite para hacer cambios en las candidaturas inscritas; no fue posible para la Alcaldía de Pereira llegar a acuerdos que cerraran la dispersión de los votantes que pudieran tener afinidades.
¡Qué sigue? Continuar buscando el favor de los electores hasta el último día, sin que ello signifique cerrarle la puerta a los acuerdos, así ellos no tengan efecto en los tarjetones que permanecerán sin cambio, los resultados en la urnas si pueden ser diferentes.
La meta debe ser elegir una opción realmente alternativa que cambie el rumbo de la ciudad y recupere el estado para la ciudadanía.
Hay que dejar atrás esa actitud simplista de destruir los adversarios cayendo en el perverso dilema de buenos y malos.
Es perfectamente posible tener simpatías por candidatos diferentes al propio. Las cosas no son conmigo o contra mí.
Saludos
Luis Enrique Arango