Por LUIS GARCIA QUIROGA
El alcalde de Pereira está en una auténtica encrucijada porque si acierta “se la hecha” pero si la cosa se pone maluca, “se la cobran”, lo que de plano sería injusto porque su intención es buena y necesaria. Y si la ciudadanía no colabora, será tarde cuando, otra vez, tengan que decretar cuarentena total.
Quiero estar equivocado porque por estos días es más fácil conseguir empleo que conseguir una cama UCI. Con Bogotá, Bucaramanga y Medellín, estamos en el top de las regiones de mayor contagio. En algunas clínicas adecúan espacios extras para atender personas contagiadas.
En el pico más tenebroso de la pandemia, el alcalde Maya tiene en sus manos el chicharrón de decidir la prioridad entre las medidas sanitarias extremas de dictar restricciones o permitir la apertura de las actividades económicas como en efecto lo viene haciendo.
Por su lado, la comunidad médica alarmada y preocupada por el crecimiento exponencial del contagio pide que las autoridades declaren alerta roja porque estamos en el peor momento de contagios y muertes. Y además, con la aparición de variantes de cepas aún más mortíferas. Y con la increíble indisciplina social (rumbas y aglomeraciones a la lata). Y como si fuera poco, qué tal el desprecio por las medidas de bioseguridad con efectos fatales en la propagación del contagio.
Maya es partidario total de la reapertura y la reactivación a todo vapor y si esa es la apuesta, lo menos que los pereiranos deberíamos hacer en esta meseta siniestra de contagios y muertes, es colaborar al menos con las medidas de bioseguridad.
Entre ellas evitando las aglomeraciones, incluso dando ejemplo desde la propia alcaldía, pues es incomprensible que el alcalde diera la orden de retornar a las oficinas en un “palacio municipal” de ventilación precaria y con algunos despachos donde la congestión de funcionarios y contratistas, ha sido un problema desde antes de la pandemia. Aunque no haya atención al público, debería haber alternancia con trabajo en casa y flexibilidad horaria. No pocos funcionarios y sus familias están con los pelos de punta.
Y claro, no exime la falta de una cultura ciudadana determinante en la generación de conciencia colectiva sobre el impacto relevante que el comportamiento personal y grupal tiene en la salud de la familia y de los habitantes del territorio.
De años atrás hemos sido una sociedad indolente con la formación de ciudadanos y el fomento de la calidad de vida con el comportamiento como instrumento diferenciador de construcción de ciudad. Todo se nos va en anuncios e intentonas. Nos gusta disfrutar del clima, de la calidad del aire, de todo lo bueno que tiene Pereira, pero hacemos poco por la sostenibilidad de esos privilegios y ventajas comparativas.
Es en ese escenario que el alcalde y los ciudadanos deciden su propia suerte sin más alternativas ni opciones diferentes a las de sobrevivir tozudamente a la pandemia apostando a ganarle el pulso al virus a la brava, porque no hay de otra.
Es lo que se traduce de las propias declaraciones del alcalde cuando afirma que “también tenemos la pandemia del desempleo y la pandemia del hambre”. Razón no le falta y aunque en esta ocasión la percepción respalda esa lógica, no se excluye la falta de algunas medidas complementarias que la Administración Municipal debería tomar, si quiere salir victoriosa de esta encrucijada.
Por ejemplo, se ha bajado la guardia en el control de las rumbas en las afueras de la ciudad (lo que vi el sábado en la noche, espanta); en el centro de actividad múltiple, especialmente por la carrera octava, la aglomeración es caótica y la presencia de la autoridad brilla por su ausencia. Cuando pasé por allí, tuve un pensamiento macabro y absurdo a la vez, al creer que esa ausencia debe tener alguna intención que no quiero imaginar. (Piensa mal y acertarás).
En todo caso, es hora de hacernos el propósito de entender lo que el alcalde Maya hace cuando se pone del lado de la reactivación económica. Estamos en la ruta de abortar ese propósito tan necesario.
Al menos entendamos, que por el bien de todos, no es una elección prudente ser contribuyentes de la enfermedad y la muerte.