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LUIS FERNANDO CARDONA
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UTOPÍAS

Tomás Moro describió una isla donde los problemas humanos, salvo la muerte, han sido solucionados lo más racionalmente posible y la llamó Utopía; algo semejante en materia de optimismo social concibieron escritores como Campanella, Cabet o Swift, a pesar de lo cual fueron desestimados por considerarlos como meros soñadores de opciones que nunca se presentan en el mundo real, el mundo de las gentes sensatas.

Pero ocurre que desde hace miles de años las religiones plantean soluciones a los problemas humanos que jamás suceden en la vida real. Según la biblia, solo después de finalizar este mundo unos pocos elegidos vivirán eternamente, sin tener qué trabajar. El Corán dice algo parecido, y el budismo sostiene que después de las reencarnaciones los perfectos se sumergirán en el bien absoluto, el Nirvana. Verdaderas utopías religiosas en las cuales creen como 5000 millones de fieles.

Con la ilustración se refuerza la tentación utópica en el sentido de proponer lo mismo que las religiones, pero aquí, en la tierra, con personajes como Marx, quien visualizó un «reino de la libertad» donde todas las necesidades serían superadas; y millones de seguidores suyos sacrificaron su vida y la de muchos contrarios por el ideal de una sociedad sin explotados ni explotadores, algo que nunca sucedió. Pero sí se han experimentado otras opciones como la socialdemócrata en Suecia, Noruega o Dinamarca, según las cuales es posible reducir el sufrimiento humano y disfrutar de bastante tiempo libre.

Existe una contradicción inherente a nuestra cultura: nos sabemos mortales y obligados a trabajar, pero ¡Quien no ha soñado alguna vez con una vida larguísima, en medio de constructivo «ocio creador»!

La propuesta más sensata consistiría en conciliar la utopía mundana con la religiosa: si nos comportamos razonablemente, construyendo un ambiente de libertad y de creciente igualdad, tal vez sea posible llegar a una edad avanzada y disfrutar de más tiempo libre, aquí, en la tierrita. Pues, con el paso de los siglos, cierta cantidad de utopismo se ha incorporado a nuestro imaginario. Y, en últimas, Moro y sus émulos no estarían tan equivocados.

AGM 20-II-2024

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