Reclamar frente a la crisis de la salud es poco menos que inútil en un país donde los medios de comunicación tradicionales nos invitan a ufanarnos de contar con el sistema sanitario de mayor cobertura en el mundo. Y talvez tengan razón, porque en teoría todos tenemos acceso a un médico y a una medicina. Por eso, el Congreso encontró el terreno abonado para votar negativamente el proyecto de ley de reforma a la salud y sus integrantes pudieron quedarles bien a sus patrocinadores, los dueños de las EPS y las IPS entre otros. Pero la calentura no está en las sábanas. Todos sabemos que la quiebra sistemática de Entidades Prestadoras de Salud se debe a un sistema perverso donde salen conjuntamente de las arcas del estado y del bolsillo del trabajador los dineros que luego derrochan los propietarios de las EPS. Como no hubo reforma, los negociantes de la salud tienen ahora patente de corso para abusar de los afiliados. En el departamento de Risaralda, hemos sido testigos y víctimas de una forma indeseable de administrar la salud. Hablo de Famisanar, una EPS intervenida por la Superintendencia de Salud y que, por tanto, debería dar ejemplo de buenas prácticas. Pero, muy por lo contrario, son comunes las interminables esperas en sus salones por una autorización para una cita con especialista o una microcirugía, las cuales posteriormente son aplazadas una y dos veces hasta finalmente cancelarlas por motivos desconocidos. Y la fresa del postre la constituye la entrega de medicamentos que antes se hacía a través de Colsubsidio y para empeorar, hoy la realizan por medio de una fantasmagórica botica llamada MedisFarma, que funcionaba en precarias condiciones locativas y sanitarias en la Avenida 30 de Agosto con calle 33 hasta que fue sellada por la Secretaría de Salud. No era de extrañarse. Los baños eran insuficientes, permanecían semi cerrados, las baterías deterioradas y no tenían papel higiénico ni toallas. Rara vez entregaban completas las medicinas a los pacientes por lo que les solicitaban la dirección y les prometían hacerle llegar las restantes a su domicilio. Todavía estamos esperando después de dos meses, un medicamento ordenado por el especialista. Lo último que ha sucedido con dicho dispensario es que a consecuencia del cierre decretado por la autoridad están atendiendo a puerta cerrada en un local de la ciudadela Cuba, suplantando de paso a una reconocida farmacia del lugar, pues es esa la dirección que les entregan a los pacientes en la EPS y le corresponde al farmaceuta del negocio vecino hacer la aclaración. Una vez el paciente golpea a la puerta, se repite el procedimiento. Esta vez no es uno sino todos los medicamentos los que prometen despachar a la casa del paciente. Otra farsa. No hay entrega directa porque el lugar está cerrado. ¿Y el domiciliario? Todavía lo estamos esperando.