Una confidencia
Crónica breve –y sin anestesia– sobre el arte de sobrevivir a la parentela y conocidos que confunden el activismo y el debate político con un pugilato.
Tengo más de una treintena de familiares y amigos, opositores políticos. Y vaya si se esmeran; unos en contradecir y otros, en politizar hasta los almuerzos dominicales y las cenas de Navidad y año nuevo.
De ellos, no más de cinco –menos del veinte por ciento– son personas ecuánimes con quienes da gusto, de verdad, muchísimo gusto, debatir con altura y camaradería sobre el acontecer político del país y otros asuntos. Un verdadero milagro en estos tiempos de intolerancia digital.
Nos encontramos con frecuencia: en la calle, en nuestros hábitats naturales, por teléfono o en las redes sociales. Y aunque pensamos distinto, lo hacemos con respeto y muy buen humor, sin perder la compostura ni la amistad.
En cambio, el resto (alrededor de 30) a quienes también aprecio y estimo demasiado, lamentablemente, parecen tener un doctorado en las ciencias del agravio y del improperio. Se especializan en la impertinencia, la descalificación y el insulto; y esto, pese a que les he pedido –muy comedida y reiteradamente– que descarguen tanta animadversión solo con sus correligionarios, o al menos en otros grupos de WhatsApp. Pero… no acatan tan simple sugerencia y –con obstinada terquedad– persisten en fastidiar a todos por las redes. Se solazan, con fruición orgásmica, en insultar el gobierno y a quien lo preside. A veces creo que suelen entrenarse para ello: levantan la mano, inflan el pecho y se sienten analistas de noticiero de televisión nacional.
Muchos me preguntan el porqué no los bloqueo o elimino de mis contactos. No lo hago, simple y llanamente, porque respeto mucho la opinión ajena…, aunque ellos sigan empeñados en no respetar la mía. Además, siempre es útil saber hasta dónde pueden llegar la insensatez y maledicencia humanas.
Así que toca congratularme con múltiples decenas de personas, con quienes sí cultivan una verdadera cultura política, y practicar la paciencia franciscana con aquellos a los que poco les importa incomodar a los demás solo porque no piensan igual que ellos.
Esta vivencia, por lo demás, bien nos podría servir para reflexionar –con algo de ironía, pero con bastante preocupación– sobre cómo el odio visceral y la polarización se han vuelto, tristemente, el deporte nacional de muchos colombianos. Un deporte sin árbitros, sin reglas y, por supuesto, con unos espectadores furibundos.
¡Qué tal, ah…?
* Periodista y corrector de estilo



Maestro «Ogil», lo admiro por su lucidez intelectual, pero, también, por su paciencia franciscana ante los insultos de quienes piensan diferente a usted.
Gracias, maestro, por sus columnas periodísticas.
Maestro Ogil: hizo ud una buena radiografía fe nuestra cultura política colombiana, uno de las razones de orden practico para no bloquear a esos fastidiosos que no permiten un dialogo respetuoso sino que siempre estan con animos de armar un pugilato es que a pesar de sus flaquezas, esos son nuestros familiares y siempre puede volverse a ellos, los politicos, así sean honestos e incluso buenos gobernantes son pasajeros, ni nos conocen y defender sus debilidades humanas no vale la pena, ademas, hemos aprendido que lis fanaticos religiosos o morales no permiten ni dialogar, y asi no vale la pena intercambiar ideas. Mil saludos y bendiciones.
RESPETADO COLUMNISTA:
Con objetividad seriedad, apunta hacia un tema que logra distanciarnos , acercarnos desde: la racionalidad, emotividad.
» Cultura política» afirmación que tendremos que aplicar en la cotidianidad , eso sí, con argumentos que determinen nuestra postura analítica ( la mía desde las ideas progresistas)
Excelente disertación, gracias.
Muy buena reflexión y muy oportuna para estas épocas de tanta discusión política. Creo que la disertación política – como toda ciencia , arte, oficio o quehacer humano- requiere de una educación y cultura, y al parecer, a muchas personas, lo que les falta es la cultura política para disertar. También hay que entender que el ejemplo educa, y no es precisamente un buen ejemplo el que nos dan nuestros políticos, dirigentes y gobernantes con esas discusiones públicas saturadas de odio, rabia, groserías y palabras ofensivas.