En los últimos años, América Latina ha sido testigo de un fenómeno político significativo: la reconquista del poder por parte de la derecha. El comienzo del siglo se había caracterizado por un auge contrario en el que los partidos de izquierda habían roto la hegemonía histórica de las élites liberales-conservadoras. En el panorama surgieron líderes como Lula da Silva en Brasil, José Mujica en Uruguay, Rafael Correa en Ecuador, los Kirchner en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela, Pedro Castillo en Perú, Manuel López Obrador en México y Evo Morales en Bolivia. Una verdadera revolución que tuvo sus orígenes en la profunda corrupción de los estamentos de poder, en el poco avance en lo social y ningún cambio en los índices de desigualdad. Latinoamérica vivía graves problemas de desempleo, poca inclusión social y el empobrecimiento de la clase media, elementos que sirvieron de bandera a estos dirigentes para derrotar a la derecha tradicional. La llegada de Biden a la presidencia de los EEUU terminó de moldear el panorama. Muchos supusimos que este cambio permanecería y que duraría muchos años. ¡Qué equivocados estábamos!
Las crisis económicas en la región continuaron o se agravaron, se hizo evidente la incapacidad de los gobiernos de izquierda para abordar los problemas estructurales de cada nación, la corrupción se instaló también en sus altas esferas de poder con expresiones aún más grotescas, afloró la torpeza de querer imponer visiones estrictamente doctrinarias y se evidenció la contaminación frente a la inmoralidad y a los vicios ancestrales de las débiles democracias. Regresó la desilusión. El fulgor duró muy poco.
Trump recuperó el poder en el país del norte, Milei arrasó en Argentina, Bukele «pacificó» al Salvador, Rodrigo Paz se impuso en Bolivia, cayó Castillo en Perú, y este fin de semana pasado Kast triunfó en Chile. Es el regreso de las derechas «puras», pero esta vez derechas radicales, patrióticas y nacionalistas. Ultraderechas. Una reacción contestataria a los gobiernos «progresistas» que se dejaron absorber por el torbellino de desidia y corrupción que los antecedió.
El camino se fue haciendo fácil, la derecha encontró espacios para expresar sus ideas y movilizar a sus seguidores y ha sido capaz de aprovechar la ansiedad y el miedo de la población hacia la inseguridad, presentándose como la única opción para restaurar la estabilidad y la seguridad. Quizás quepa también el argumento simple de que la derecha está representando a una parte de la población que se siente marginada y desilusionada con la política tradicional en la que también cayó la izquierda.
Todo este fenómeno de reconquista del poder por parte de la derecha en América Latina es complejo y multifacético. Aunque es importante reconocer las preocupaciones sobre el impacto en la democracia y los derechos humanos, también es fundamental entender las causas subyacentes de este ascenso y abordar los problemas estructurales de la región.
Y no olvidemos un peligro siempre presente. En este continente los extremos políticos gustan de amenazar y erosionar las instituciones democráticas mientras promueven políticas autoritarias. Cosas del populismo, pero intimidaciones que no deben pasar desapercibidas y que por el contrario deben ser combatidas sin vacilaciones.
En este continente pareciera que solo izquierdas moderadas y actualizadas que entienden el papel de la globalización y que tienen su expresión en líderes como Lula Da Silva y José Mujica son capaces de regresar y de permanecer. No se siente que en los demás países fuera a suceder lo mismo. La derrota de sus izquierdas promete ser de largo alcance.
La pregunta del millón es: ¿Qué pasará el año venidero en nuestro país? Creo saber la respuesta, pero lo dejo a su imaginación.