El populismo posee componentes variables que se insertan a medida que las circunstancias lo vayan requiriendo, porque en su esencia trata de ocultar el desespero por mantener el poder lejos de roces representativos y participativos, que lo coloca en férrea propiedad individual o de grupúsculos que en su aseguramiento lo convierte en tiranía a nombre del pueblo como objetivo de hacer falaz lo que por otro medio de conducción no podrían alcanzar. El discurso utópico, el pan y la mermelada son carnadas dentro del amplio y difuso espectro en que se mueve el populista, sea de izquierda o de derecha, aún peor si es de extrema. En la transmisión del mensaje la tribuna o la barricada están cerca del “milagrero” que siempre se anuncia en lenguaje promesero y persecutorio. Usa recursos rebuscados en desastres fiscales o en pretendidas reformas que no alcanzan a dar satisfacción. Por ello el olor de pólvora resulta sugestivo al depredador. Pero consecuencialmente en su desarrollo afloran los déficits de tesorería, la impresión incontrolada de papel moneda, los “mercados” de rentas ilícitas, lo excluyente disfrazado de beneficiarismo y otras raleas que se van incrustando en una especie de “populismo macroeconómico” en el contexto estatal que afecta la institucionalidad, de acuerdo con el señalamiento de la exministra Cecilia López Montaño, conduciendo a la inviabilidad de los países. López afirma en artículo del año pasado, que “la preocupación nace al intuir que al mismo tiempo que se tiene un objetivo loable se subestimen los factores críticos como los desbalances fiscales, el exceso del gasto en funcionamiento, la poca inversión pública y su baja ejecución”. Subraya que ante el gran aumento de subsidios de distinta naturaleza, ello “permite pensar que se están dando elementos de populismo macroeconómico”.
Justo es reconocer que el populismo y la vía que lleva a su expresión gigante, ha tenido fertilidad por el olvido sempiterno y en seguidilla de la dirigencia esquiva a las necesidades de la población vulnerable y desamparada, a sus regiones marginadas, a la ausencia de un plan de desarrollo productivo y social que trascienda los periodos personalizados. Las responsabilidades en ese sentido no son de los partidos políticos que quedaron, para decirlo con Mao Zedong, convertidos en “tigres de papel” a cambio de la determinación individual de los congresistas, dueños de sus instintos y pareceres en bien propio, no exentos de requiebres y corrupciones.
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ESCALOFRIANTES VIOLENCIAS. Los actos contra gente trabajadora que hace patria en territorios aislados y abandonados del Estado, diariamente se ahondan más. Se suman a los sufrimientos inmensos en Cauca, Chocó, Nariño, Guaviare, Bolívar y otros sitios causados por generadores de humillación y muerte, la inmensa tragedia en el Catatumbo con más de 50.000 desplazados y casi un centenar de asesinatos en tristes condiciones, sin antecedentes por lo menos en los últimos 30 años que llevaron al Gobierno a declarar el Estado de Conmoción Interior, entre vacilaciones, jurídicas que hicieron más penosa la situación junto a la creencia de existir indiferencia y debilidad del ordenamiento militar y policivo. En tal dirección de poderío criminal (no subversivo) de “guerra de movimientos”, esto constituye un bofetazo a la incierta Paz Total. El desbordamiento del ELN fue ignorado cuando previamente la Defensoría del Pueblo lo advirtió. La estructura criminal, según el ministro Cristo, “ha tirado a la caneca de la basura la posibilidad de paz en Colombia”. “El nombre del juego es coca”, dice Fernando Londoño Hoyos. Son bandidos, traficantes y no rebeldes políticos como lo había declarado el mismo Gobierno antes. El exprocurador general Alfonso Gómez Méndez, en reciente libro, Democracia Bloqueada, en el cual recoge sus columnas, es enfático al sentenciar: “El país no puede tragarse el sapo de admitir que los narcotraficantes son actores políticos. Es cierto que la estrategia contra las drogas ha fracasado. Pero la solución no puede pasar por lavarles la cara a los mercaderes de la muerte. Ya sabemos que pasó con el sometimiento de Pablo Escobar”. (pag.67)