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LUIS FERNANDO CARDONA
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ActualidadEL CIUDADANO BERGOGLIO 

EL CIUDADANO BERGOGLIO 

El tema de hoy, de las próximas semanas y meses en Colombia y en el mundo cristiano será el fallecimiento de Francisco, pero, ¿qué podría decir alguien como yo, con mis reservas sobre la doctrina y la fe y mis desconfianzas frente a las jerarquías religiosas?

 

Que muchos escépticos queramos opinar sobre el Santo Papa dice mucho del impacto generado por Jorge Mario Bergoglio, no tanto por la altura de su cargo sino como ser humano, sobre una institución tan polémica como la Iglesia Católica, tan ensalzada durante 14 siglos y tan desprestigiada en tan solo 2 o 3 décadas, a raíz de las grietas que se han abierto desde sus bases, por cuenta de las dolorosas denuncias que han aflorado sobre temas tan espinosos como la pederastia.

 

Luego del contraste entre el carisma mostrado por el «Papa Viajero» Juan Pablo II y las sombras que dejó el pontificado de Benedicto XVI, truncado por su oscuro carácter y las fuerzas ultraconservadoras del Vaticano, hacer el relevo como lo hizo Francisco desde 2013, como una ráfaga de luz y aire fresco en un momento tan complejo, requería de audacia y mucho valor, como en efecto pudimos verlo.

 

De Francisco se dicen muchas cosas que se han vuelto clichés en la narrativa especializada y popular: que era conciliador, que era austero, que era humilde, a pesar de representar el ala más acaudalada y poderosa del catolicismo, los jesuitas, que era muy buen comunicador, que hablaba como pensaba, que expresaba lo que sentía, que era un tipo chévere y de buen humor al que le gustaba el fútbol y, lo más importante, que le dolía la discriminación y la xenofobia, que le  preocupaban los pobres y le gustaba la gente, la gente en toda su diversidad, algo francamente exótico en medio de la  rigidez y la pompa en la casa de San Pedro.

 

Pero digamos las cosas como son, toda esa aura cool y de bacanería de Francisco tiene muchos nombres que irritan a las altas esferas tanto sociales como religiosas y políticas, se llama apertura, se llama reformismo, se llama sensatez, se llama progresismo (y hasta socialismo), modulados por el relativismo, esa especie de postura salomónica, integradora y centrista para unos y tibia y meliflua, para otros, que tanto fastidia a aquellos proclives a los extremos, a la intolerancia y a las soluciones basadas en la exclusión y la fuerza.

 

Sin duda ha sido el relativismo, lo que más me ha cautivado de Jorge Mario Bergoglio, un Papa venido del fin del mundo, un titán de la sencillez y del amor concebido como el ideal de hacer el bien a las personas y a la naturaleza, el amor profesado en el estilo de quien tuvo la genialidad de llamarse Francisco, como aquel santo de Asís, que le pidió a Dios que lo hiciera un instrumento de su paz.

 

Sí, ha sido el relativismo, planteado como la capacidad de entender que las religiones no encierran verdades absolutas y que, en su mística, sin renunciar a la propia creencia, están llamadas a unir y llevar a la humanidad a la armonía; porque la fe, más que una diferencia, representa un nexo, un canal espiritual, un avance de las culturas y de los pueblos, una oportunidad para dar sentido a la existencia y coexistir.

 

Con el punto tan alto que dejó Francisco, la Iglesia de Roma en el próximo cónclave deberá decidir entre retroceder o seguir avanzando, sobre elegir un Papa que sea lazo o que sea tijera.

James Cifuentes Maldonado

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