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La involución de la Globalización.

Por JUAN NICOLÁS GAVIRIA

En 1990 nos metieron un cuento chino, literal. El presidente de la época, con muy buenas intenciones me gustaría suponer, nos llevó de la mano por un camino que Colombia nunca había transitado. Y no lo había transitado quizá porque no estaba listo, tal vez no contaba con los elementos, de pronto no podía correr tan rápido, o quizá no había llegado ese líder que mostrara el camino.

Pues bien. En 1990 y bajo la bandera del neoliberalismo, se dio inicio a la apertura económica gradual y por sectores en nuestro país. Este proceso fue la piedra angular para que Colombia se presentara en sociedad como un país “amigo” del comercio internacional. Por supuesto, también se pretendía el acceso a nuevos mercados, es decir ampliar la base de consumidores y claro está, nuevos bienes de consumo y materias primas más baratas para un sector industrial manufacturero fuerte y solvente con el cual contaba el país en su momento.

Aquí podría ripostar cualquiera bajo el argumento de la ventaja competitiva y advertir en defensa del libre comercio y la globalización, que nuestro sector industrial y agrícola no era fuerte, que no era competitivo y le agradecería, pues me estaría ayudando a consolidar el motivo de la presente.

Lo que no todos saben, es que antes del modelo de apertura económica, Colombia llevaba ya varias décadas operando bajo el modelo de “sustitución de importaciones” propuesto por la CEPAL, o más conocido entre economistas como el “modelo Cepalino”. Este modelo, como lo advierte su nombre, procuraba que los países de América Latina sustituyeran la importación de bienes de consumo y materias primas, y pasaran a fabricar y explotar ellos mismos estos bienes.

La lógica detrás de ese modelo no deja lugar a dudas en cuanto a sus objetivos. Este no era otro más que el fortalecimiento del aparato productivo de los países, la generación y sostenimiento de plazas laborales y en general el fortalecimiento de la economía vía crecimiento económico y desarrollo social. Quienes pudieron vivir en esos años, entre 1960 y 1991, fueron testigos del surgimiento y consolidación de las grandes industrias textileras, agropecuarias y metalúrgicas en nuestro país, también fueron testigos de cómo el estilo y la calidad de vida mejoró considerablemente en comparación con las décadas que los antecedieron. Ellos no me dejan mentir.

Sin embargo, y para resumir el cuento, resultado de la apertura económica vimos con tristeza cómo buena parte del aparato productivo nacional desapareció. Eso en términos prácticos se traduce en la destrucción de plazas laborales, con lo que ello supone para el crecimiento, el desarrollo económico y social de un país.

Las cifras no mienten. Según datos del DNP, la composición de PIB antes de 1990 daba cuenta de que el 43% del mismo era generado por la industria agrícola y la industria manufacturera, posteriormente este porcentaje bajó al 17% como consecuencia de la apertura.

En efecto, algunos sectores incrementaron su participación en el PIB, como la construcción que creció en 5 puntos, o el sector industrial que creció casi 2 puntos, siendo el sector financiero el de mayor crecimiento con un poco más de 6 puntos.

En palabras de la SIA (Sistema de Información alternativo), “(…) el cambio en la composición del PIB da indicios de una economía que no mejoró sus niveles de producción gracias a la falta de una política productiva efectiva y a la errada decisión de la apertura prematura en 1990 (…)”.

En conclusión, por “culiprontos” nos tiramos 40 años de construcción y consolidación de un aparato productivo, el colchón ante la crisis. Pero en su momento eso no dolió mucho, pues nadie sabía lo que venía a la vuelta de 30 años y, estábamos muy contentos comiendo chicles americanos y siéndole infiel a la chocolatina Jet. Estábamos absortos con la maravilla de los tenis americanos hechos en la China y lo barato de los textiles asiáticos.

Sin embargo, llegó el COVID-19 ese bicho que nos recordó lo importante que es estar preparados, así estarlo sea imposible. Surge entonces la duda en cuanto a ¿qué es estar preparado?. Bueno, no me voy a remitir a lo que ello supone en cuanto al sistema de salud, quisiera centrar su atención en el proceso de reactivación y reconstrucción de aparato productivo, la confianza del consumidor y el apetito del inversionista.

En ese orden de ideas, me gustaría que se imaginen una Colombia con un aparato manufacturero robusto, un sector agrícola prominente y a partir de allí se ideen estrategias para volver más competitivos estos sectores. También que se imaginen un gobierno que pueda salir al mundo a ofertar un sin fin de bienes agrícolas con alto valor agregado, y manufacturas de nivel técnico y precios competitivos. ¿Fácil, cierto? Así la reactivación se daría en un dos por tres.

Bueno, ahora no se imagine nada. Simplemente dele una mirada a nuestro aparato productivo pero no se vaya muy lejos, quedémonos aquí en el Eje Cafetero. ¿Recuerda usted lo boyante que era el sector manufacturero de nuestra región?, ¿recuerda la cantidad de empleos que generaba y las dinámicas sociales que favorecían? Bueno, ese recurso ya no lo tenemos y la recuperación del aparato económico tardará mucho más, y costará mucho más que dé contar con el.

Es por lo anterior que considero pertinente promover una política económica proteccionista por sectores en nuestro país, sí señores, la involución de la globalización. Si la meta es una pronta recuperación de la estabilidad y el crecimiento económico que se traía antes de la pandemia, resulta vital proteger de ambivalencias competitivas aquellos sectores que más rápido pueden contribuir con ese fin.

La globalización nos enseñó muchas cosas. Pero de ellas, dos para mi están claras; primero, las reglas de juego no son las mismas para todos, y segundo… Las reglas de juego no son las mismas para todos.

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