Creo en Dios

Lo veo en toda su creación, en las gotas de lluvia y en el abrazo del sol, en la caricia del aire y en el fuego que arde en mi interior. Creo en el poder de aquel que vida me dio y que, con un soplo a mi cuerpo, el alma le infundió. Creo en las maravillas que nos dio, las flores y sus aromas, el ave que al amanecer cantó, el rojo del cielo al atardecer cuando vemos que el día murió.

Creo en Dios porque lo veo donde quiera sea que ponga mi atención. En las ramas del palo seco y en las hojas verdes del higuerón, en las piedras del rio y en el águila que vuela alrededor. También lo veo en la mirada del anciano, en la risa del niño, en el cuidado de una madre y el amor que hay en su corazón; en el fruto que del árbol nació, en las mariposas y en el colibrí que néctar bebió.

Lo veo por doquier, en cada cosa que observo y en todo cuanto siento. En las palabras que pronuncio y en los sonidos que me trae el viento, en las miradas que cruzo, en los abrazos que extiendo. Principalmente lo veo cuando me miro al espejo y veo su luz dentro de mí, en mis ojos y su reflejo.

Creo en Dios porque lo veo brillar en el firmamento y en la luna llena que viste las calles de una luz mágica, como salida de un cuento. Veo su cabello en las nubes que se apresuran a deshacerse como el algodón de azúcar al mojarse, en la humedad de la tierra, en el valor de una persona para auto observarse.

Si, creo en Dios y en el propósito que como humano tengo, en el acuerdo que firmé antes de vestir este cuerpo, en el pacto que hice con él para experimentar todo lo que estoy viviendo. Creo en Dios y en el amor como mandamiento; y como misión el deber indiscutible de reducir el sufrimiento.

Creo en Dios como la fuente divina de la cual provengo, el que tejió el sueño absoluto del universo.