En una conversación trivial mi interlocutora expresó: «para los hombres el deseo engendra el amor, mientras que para las mujeres el amor engendra el deseo». Con esta frase alborotó mi curiosidad y me invitó a reflexionar sobre el tema. Muy complejo por cierto: las ciencias a través de la historia han tratado de precisar la diferencia entre los sentimientos masculinos y los femeninos y aquella sencilla expresión revelaba algo profundo sobre cómo se vive y se construye el vínculo afectivo entre los géneros.
Uno de los aspectos que más intriga —y que más conflictos genera en la vida de pareja— es la manera tan distinta en que hombres y mujeres experimentan el deseo y el amor. Una frase atribuida a varias fuentes y citada en debates sobre psicología y relaciones, plantea una idea provocadora: en el caso de los hombres, el deseo físico suele ser el punto de partida hacia el amor; en cambio, en las mujeres, el amor emocional suele ser el punto de partida hacia el deseo.
Esta diferencia, lejos de ser una caricatura, tiene raíces culturales, biológicas y emocionales que vale la pena explorar.
Para muchos hombres, el deseo aparece como una reacción inmediata y sensorial. La atracción física, el estímulo visual o incluso la fantasía suelen activar el interés hacia una persona. Ese primer impulso puede ser efímero o superficial, pero también puede transformarse con el tiempo en afecto, apego e incluso amor profundo. En otras palabras, para algunos hombres, el amor puede surgir después del deseo. No se trata de frialdad emocional ni de superficialidad. Es simplemente una forma distinta de conectar. En muchas historias de amor —reales y de ficción—, el primer movimiento masculino es el de la atracción. A partir de ahí, si las condiciones se dan, emerge la admiración, la conexión emocional y la entrega afectiva.
En el caso de muchas mujeres, la dinámica es casi inversa. El deseo no siempre aparece como una reacción automática al atractivo físico. En cambio, se construye a partir de la seguridad emocional, del afecto, de sentirse valoradas y comprendidas. Para ellas, el deseo florece como consecuencia de una intimidad más profunda, más simbólica. Esto no significa que las mujeres no sientan deseo por sí mismas, ni que estén «esperando enamorarse» para sentirlo. Significa que el deseo femenino suele estar más vinculado a lo emocional que a lo visual o lo inmediato. Una mujer puede sentirse atraída por alguien que no considera físicamente «perfecto», pero cuya forma de hablarle o de compartir la vida genera una respuesta deseante poderosa.
Algunos estudios han tratado de explicar estas diferencias desde la biología. Se habla, por ejemplo, de cómo la testosterona incide en el deseo masculino o cómo la oxitocina tiene un papel más marcado en las mujeres. Sin embargo, sería un error reducir todo a lo biológico. La cultura también moldea profundamente estas experiencias. Durante siglos, la narrativa machista y dominante ha colocado a los hombres como «iniciadores» del deseo y a las mujeres como «guardianas del amor». Esa construcción social ha dejado huellas: se espera que el hombre tome la iniciativa y que la mujer busque vínculos duraderos. Aunque los roles están cambiando, muchas personas aún viven atrapadas en esos moldes. El mundo cambia a pasos agigantados y día a día cobra fuerza el concepto de la poetisa argentina, Alfonsina Storni: «La civilización borra cada vez más las diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres pensantes y mezcla en aquel ápice lo que parecieran características propias de cada sexo y que no eran más que estados de insuficiencia mental».



Que gran columna amigo pensante y discerniente! Hernesto Zuluaga mi respeto y gratitud
Gabriel Martínez