Fundado el 9 de febrero de 2020
LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

CulturaLiteraturaDivertimentos de un confinado

Divertimentos de un confinado

Felipe Nauffal

Y aquí seguimos, en este confinamiento que a todos nos deparó la vida, con ocasión de esta inesperada pandemia, acompañado de manera esencial por mi propio yo, que me lleva, que me trae, que se inquieta, que se asusta, que ve regresar la calma a su espíritu y decide visitar la biblioteca en la que encuentra una muchedumbre de amigos.

Todos los personajes que duermen en las páginas de los libros recogidos a lo largo de los años, que despiertan cuando atraído por un título o por el nombre de un autor, abro un ejemplar, en cualquier página, al vaivén del caprichoso azar y de inmediato salta de allí un personaje para hacerme compañía, para dialogar conmigo, para enseñarme algo, para recordarme un episodio histórico para decirme simplemente que no estoy solo. Con razón Borges se imaginaba el paraíso con la forma de una biblioteca. Y allí quería que transcurriera su existencia.

Esta tarde por ejemplo baje una historia del ajedrez, ese juego maravilloso que el poeta de Buenos Aires tanto amaba y al que comparaba con la vida en este poema que me atrevo a transcribir para solaz de muchos que conmigo comparten esa afición lúdica :

En su grave rincón, los jugadores

rigen las lentas piezas. El tablero

los demora hasta el alba en su severo

ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores

las formas: torre homérica, ligero

caballo, armada reina, rey postrero,

oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,

cuando el tiempo los haya consumido,

ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra

cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.

Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

reina, torre directa y peón ladino

sobre lo negro y blanco del camino

buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada

del jugador gobierna su destino,

no saben que un rigor adamantino

sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero

(la sentencia es de Omar) de otro tablero

de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonía?

Y lo leo y lo releo y reflexiono sobre su contenido. Y páginas más adelante encuentro unas partidas inmortales y busco mi juego y abro la caja mágica en la que reposan las piezas y despliego el tablero y pongo sobre ella, los peones y los alfiles y los caballos y las torres y la reina y el rey y una vez dispuestas las figuras, que cobran vida, vuelvo y juego o reconstruyo mejor, una de las mejores partidas de aquellas que disputaron Boris Spassky y Robert Fisher en el memorable duelo de Reikiavik, cuando la llamada guerra fría que disputaban Estados Unidos y la Unión Soviética se trasladó a un tablero de ajedrez, resultando vencedor el norteamericano que alguna vez llegara a ser considerado el mejor jugador del mundo con todo y sus excentricidades una de las cuales fue abandonar la competición ajedrecística siendo el campeón del mundo. Y allí pasó una hora más, observando genialidades y cuando me aburro encuentro un libro de poemas de Walt Whitman, el bardo estadounidense que inventará el verso libre y releo el » Canto de mi mismo» del cual transcribo un fragmento que dice : Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,

porque lo que yo tengo lo tienes tú

y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

Vago… e invito a vagar a mi alma.

Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra

para ver cómo crece la hierba del estío.

Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,

de esta tierra y de estos vientos.

Me engendraron padres que nacieron aquí,

de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,

de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.

Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.

Y con mi aliento puro

comienzo a cantar hoy

y no terminaré mi canto hasta que me muera.

Que se callen ahora las escuelas y los credos.

Atrás. A su sitio.

Sé cuál es mi misión y no lo olvidaré;

que nadie lo olvide.

Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,

dejo hablar a todos sin restricción,

y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza desenfrenada

Toda una exaltación del yo, del amor propio y de ese milagro que es la vida.

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