Vivimos en una época en la que la empatía parece depender del algoritmo; donde el valor de una vida se mide por el número de veces que su historia se comparte, y donde la tragedia solo duele cuando es tendencia. Hoy, mientras las redes callan y los poderosos miran hacia otro lado, el suelo de Sudán y Nigeria está empapado de sangre inocente: 10.000 cristianos asesinados, 19.000 Iglesias destruidas y quemadas, hombres, mujeres y niños que no mueren por razones políticas, sino por el crimen de creer, por pronunciar el nombre de Jesús en una tierra donde ese nombre cuesta la vida.
No hay pancartas, no hay hashtags, no hay titulares de prensa frente a las aldeas incendiadas. El dolor de los cristianos perseguidos es silencioso porque no encaja en las narrativas cómodas del mundo, porque denunciar su martirio no da votos, no da “likes”, no se ajusta al discurso de una política ideologizada progre tanto vende.
Lo más inquietante de todo no es solo el silencio de las masas distraídas, sino el silencio de las instituciones que poseen autoridad moral. No hace falta profesar la fe católica para reconocer que una sola postura, una sola palabra que surja al interior mismo de nuestra Iglesia, puede detener guerras, inspirar cambios y despertar la compasión dormida de los poderosos.
Si el cristianismo pierde la capacidad de estremecerse ante la injusticia, se convierte en una liturgia vacía. No basta con rezar entre muros adornados de belleza si esos muros no se abren para dejar entrar el dolor del mundo. Los templos deberían ser trincheras de compasión, no refugios de indiferencia. Cada misa celebrada con libertad debería recordarnos que, en muchos rincones del planeta, esa misma Eucaristía se celebra entre el miedo, la clandestinidad y la sangre.
Orar en templos seguros solo tiene sentido si esa oración nos impulsa a actuar, a denunciar, a solidarizarnos. Si la paz de nuestros templos nos adormece, hemos traicionado el Evangelio. Pero si esa paz nos mueve a defender al hermano perseguido, entonces se convierte en fuerza redentora.
No toda la Iglesia calla, pero el silencio institucional muchas veces pesa más que las voces individuales. Hay sacerdotes, misioneros y laicos que mueren en esas tierras olvidadas, testigos silenciosos de una fe que se escribe con martirio.
Los cristianos de Sudán y Nigeria no piden discursos: piden solidaridad, oración viva, visibilidad. La Iglesia debe recuperar su coraje apostólico, el de los primeros mártires que no negociaban su voz con los poderosos. Hoy, mientras algunos siguen muriendo por confesar el nombre de Cristo, muchos otros lo pronuncian solo si no incomoda.
Ser cristiano hoy, más que nunca, implica atreverse a sentir el dolor ajeno como propio, a romper la indiferencia, a ser testigos de la verdad, aunque incomode, a encender una luz donde la oscuridad se ha hecho norma. Sudán y Nigeria se desangran, y quizás el mundo esté demasiado distraído para mirar. Pero el Evangelio no se mide por lo que el mundo ve, sino por lo que el amor hace en secreto.
Padre Pacho



Corrección: Instituciones que frontalmente pueden y están en el deber de detener estas masacres…
Buen día Padre Francisco. Gran escrito y en sintonía con los comentarios de Doña Consuelo y Doña Claudia.
La negligencia de las instituciones que pueden frontalmente estas masacres desaniman a los que quieren pero no pueden porque los que pueden no quieren hacer. Sin embargo, yo no me desanimo a pesar del poco alcance político y militar que es ninguno tengo pero pido a Dios como creyente que soy que ese libre albedrío de muchos le ponga fin .
Esos no son seres humanos, son animales peligrosos, son personas peligrosas para la humanidad.
Negligencia traducida en impunidad, el mal de estos últimos años.
Feliz día Padre Francisco.
Si padre, estoy de acuerdo con usted, es muy dolorosa la indiferencia del mundo ante tantas masacres y genocidios que estamos presenciando, y nos limitamos a eso: a presenciarlos! Pero creo que eso aplica para todos los seres humanos, cristianos o no, que están padeciendo tales matanzas en muchos lugares del planeta. La indiferencia y el silencio nos hacen cómplices de tales sacrificios!
Este escrito es una denuncia urgente: no solo por los cristianos perseguidos en Sudán y Nigeria, sino por lo que revela sobre nosotros. En esta época moderna, cómo en todas las anteriores, también el valor de la vida no existe para muchos. Y hacer esta situación visible, parece depender de su viralidad. Si no genera “likes”, no duele. Si no encaja en las historias predominantes, no existe.
Soy del parecer del autor: re-crear el sentir. Que la fe no se encierre en templos bellos pero indiferentes. Que la oración nos mueva a actuar. Que la Iglesia que realmente no son paredes y templos sino nosotros, recuperemos el coraje de mirar el dolor de frente.
Porque lo que está en juego no es solo la libertad religiosa. Es la dignidad humana. Y si no somos capaces de estremecernos ante la injusticia, entonces hemos perdido lo esencial.