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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadENTRE GALAXIAS Y FE

ENTRE GALAXIAS Y FE

 

Carl Sagan supo recordarnos algo esencial: somos apenas recién llegados en la historia del universo. Frente a los 13.800 millones de años del cosmos, la humanidad es un parpadeo fugaz. Ese contraste entre la grandeza del espacio y la pequeñez de nuestra especie no lo llevó a la desesperanza, sino al asombro y a una responsabilidad: cuidar este “pálido punto azul” que habitamos. Su visión fue la de un científico-poeta, capaz de tender puentes entre la rigurosidad de la astronomía y la belleza de la contemplación.

Sagan descubrió que el hombre, aunque diminuto, es también portador de conciencia, capaz de leer las estrellas y de preguntar por su origen. El cosmos no es solo materia inerte, sino escenario de preguntas últimas: ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? ¿qué sentido tiene nuestra existencia en medio de este océano de galaxias?

El pensamiento de Sagan, leído hermenéuticamente desde la fe, ofrece un desafío y una invitación. Por un lado, su visión naturalista y escéptica nos advierte contra la arrogancia humana: no somos el centro del universo, ni sus dueños. Por otro, abre la puerta a una lectura teológica más honda: esa pequeñez no es condena, sino vocación de humildad. La Biblia ya lo expresaba en el salmo 8: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad”.

La hermenéutica cristiana integra los dos lenguajes: el de la ciencia, que mide distancias y calcula edades, y el de la fe, que reconoce que detrás de ese orden y belleza late el Logos creador. La ciencia nos muestra el “cómo”; la fe, el “para qué”. Sagan veía al hombre como recién llegado; el cristianismo añade: recién llegado, sí, pero llamado a ser hijo, no solo espectador del cosmos.

En el contexto actual, dominado por la crisis ecológica, la visión de Sagan cobra nueva urgencia. Si la Tierra es solo un punto azul en la inmensidad, no tenemos otro hogar que cuidar. La ciencia nos recuerda nuestra fragilidad, la fe nos recuerda nuestra misión: ser administradores, no depredadores de la creación.

El hombre moderno, atrapado entre la soberbia tecnológica y la angustia existencial, necesita recuperar el asombro: mirar el cielo y no solo las pantallas; escuchar el silencio de las estrellas y no solo el ruido de la inmediatez. Sagan nos invita a la humildad cósmica; el Evangelio, a la esperanza trascendente.

Carl Sagan supo traducir el lenguaje de las estrellas en poesía y responsabilidad. Su voz sigue siendo necesaria: no somos el centro, pero sí somos responsables. Y desde la fe, su mensaje se amplía: en medio de la inmensidad del cosmos, el hombre es pequeño en tamaño, pero infinito en dignidad, porque está llamado a participar en el misterio mismo de Dios.

 

Padre Pacho

 

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