El alma femenina de la Independencia Colombiana
Cada mes de agosto, los colombianos recordamos la independencia de Colombia, fecha que se conmemora el 7 de agosto. En los albores del siglo XIX, Colombia vivió una época de agitación y lucha por la libertad del yugo español. Los cañones retumbaban y las plazas se llenaban de discursos fervientes sobre la independencia.
Sin embargo, mientras los héroes masculinos acaparaban los reflectores, una fuerza silenciosa pero decisiva, se desplegaba en la sombra de la historia: la de las mujeres, quienes, lejos de ser meras espectadoras, fueron agentes clave en la gesta independentista, desempeñando roles cruciales como espías, combatientes, estrategas, cuidadoras, guías e intelectuales.
Pero, la historia oficial, escrita bajo la tinta y orientación masculina, patriarcal, las relegó a olvido, encasillándolas en papeles secundarios, cuando en realidad merecían estar al frente de la narrativa y tener dentro de la historia el puesto de verdaderas guerreras.
Entre los nombres más conocidos, tenemos a Policarpa Salavarrieta Ríos, Manuela Sáenz, y, junto a ella a Jhonatan y a Natán; Matilde Anaray, Manuela Beltrán, María Antonia Ruíz, algunas indígenas y todas fueron calificadas como criollas. Algunas eran indígenas, otras, afrodescendientes, algunas mujeres que acababan de salir de la esclavitud y querían luchar contra ella, pero se les conoce más como la amante de…. O, joven enamorada, o, simplemente mujeres invisibles, sin ninguna trascendencia, pero, que sin ellas, la tan anhelada independencia no hubiera sido posible.
La pregunta es: ¿Por qué fueron ignoradas las mujeres, en la gesta independentista, a través de la historia? La respuesta está en el racismo estructural y el patriarcado histórico, que moldearon una narrativa donde solo los hombres blancos y criollos fueron considerados dignos de protagonismo. La falta de documentación, el desprecio hacia los testimonios femeninos y la visión tradicionalista de la mujer como figura doméstica, contribuyeron a su invisibilización.
Policarpa Salavarrieta, conocida como “La Pola”, es uno de los nombres más emblemáticos de esta resistencia femenina. No fue solo una joven enamorada, como algunos románticos del siglo XX quisieron pintarla. Policarpa, fue una espía audaz que, desde su oficio de costurera, tejió redes de información para el Ejército Patriota. No solo reclutó jóvenes, sino que transmitió mensajes cifrados y se enfrentó a la muerte con una dignidad que dejó sin aliento incluso a sus verdugos.
Su fusilamiento en 1817, no solo apagó su vida, sino que la convirtió en un símbolo de la resistencia, un faro de lucha que continúa inspirando.
Manuela Sáenz, por su parte, no se limitó a ser “la amante de Bolívar”. Su rol fue mucho más trascendental. Organizó redes de espionaje, participó activamente en diversas batallas y salvó la ida del Libertador, en más de una ocasión. A pesar de todas sus luchas, valentía y contribución, fue disminuida por la historia oficial, que no sabía cómo incluir a una mujer con poder político en un relato predominantemente masculino. Esta heroína, recibió la Orden del Sol de Perú por sus hazañas, pero murió en total abandono y desconocimiento.
Qué decir de mujeres como Matilde Anaray, quien a sus 13 años realizó una de las labores más significativas en la lucha por la independencia. En Soacha, lideró la donación de ropa al Ejército Libertador, un gesto de apoyo que trascendió lo simbólico y se convirtió en un acto de resistencia patriótica, en medio de las difíciles condiciones climáticas del Páramo de Pisba.
Manuela Beltrán, en 1781 rasgó el edicto de impuestos del Socorro, un acto de valentía que encendió la chispa de la rebelión comunera. A pesar de toda esta importancia, su nombre apenas aparece en los textos escolares, relegándola a la sombra de la historia.
María Antonia Ruiz, heroína afrocolombiana y figura clave en el proceso de emancipación, es reconocida por su lucha dentro de los espacios de resistencia cultural y política. Su legado es exaltado en el Festival Petronio Álvarez, como testimonio de la justicia étnico-racial que aún está pendiente en la sociedad colombiana.
A muchas esclavas les tocó una doble lucha, contra el yugo colonial y contra la esclavitud y, sus nombres fueron borrados de la historia. Esta fueron espías, mensajeras y proveedoras en los campamentos patriotas.
No he encontrado ningún texto que me hable de aquellas mujeres indígenas, que en páramos, selvas y montañas, fueron esenciales en la logística de las campañas militares. Eran ellas quienes guiaban a los ejércitos, ofrecían alimentos y refugio, y compartían su conocimiento sobre el territorio. Aunque su rol fue fundamental, la historiografía criolla las invisibilizó, al igual que a sus pueblos. A través de rituales lenguas y saberes ancestrales, las mujeres indígenas sostuvieron la identidad de sus pueblos, resistiendo la violencia, el desplazamiento y la aculturación.
Cuántas heroínas nos quedan por reconocer y valorar. Y, qué decir de aquellas mujeres que son madres y trabajadoras, en un campo laboral que a pesar de las luchas, sigue siendo machista y patriarcal y ven a la mujer como ese ser que debe seguir siendo maternal y bueno para desarrollar sus labores domésticas. A estas heroínas es justo hacerles un serio reconocimiento, así no figuren en la historia, porque cada día libran sus propias batallas en una guerra que no termia.
Otras están a diario velando por la salud y la seguridad de sus hijos o progenitores vulnerables ante los embates de la vida, que cada día demanda más atención debido a las fuerzas inhumanas que están acechando la tranquilidad de la sociedad actual por el ansía desaforada de dinero y poder. Pueden más la codicia y la sevicia, que los llamados a una paz permanente y duradera