Las diferencias entre generaciones son hechos evidentes que han merecido atención especial desde hace muchos siglos para analizar y evaluar los cambios de la sociedad. Pero creo no equivocarme al afirmar que lo que vivimos en la actualidad supera cualquier imaginación. La velocidad con la el mundo se transforma es cada vez mayor. Podríamos afirmar que en la actualidad todo ha cambiado. Nada es igual. Están desapareciendo íconos históricos y universales, cosas que parecían inamovibles y que estaban insertadas en el ADN del ser humano. El bolígrafo, el lápiz, la escritura, el papel, el periódico, el disco, las fotos de papel, las cámaras de fotografiar, los teléfonos fijos, los directorios telefónicos, los cementerios y la radio son apenas algunos ejemplos de ellos. Se suman a otros que ya estaban en el cuarto de San Alejo como la máquina de escribir, el transistor, el tocadiscos y el fax.
Los efectos son demoledores. ¿Quién escribe hoy una carta?, quién compra el periódico?, quién escucha la radio como instrumento de información?, quién compra un álbum musical?, quién asiste a una velación?.
Simultáneamente —y como consecuencia directa— han ido desapareciendo también oficios y viejas profesiones como el lechero, el zapatero, los calculistas, los vendedores callejeros (discos, periódicos, seguros, cosméticos, enciclopedias, etc.) y el enterrador, entre muchos. Y están haciendo fila en la morgue el libro (escrito), los centros comerciales, los mapas, los cines, los montallantas y muchas cosas más.
Pero, sin dudas, lo que más ha cambiado durante los últimos años es el amor. Y es ahí donde el salto se vuelve abismal. Durante muchos años la manera habitual de conocer gente era el contacto físico, salir a bailar, tomar algo en un bar, la simple reunión de grupos de estudio o de trabajo o la reunión familiar o de amigos en la que el típico amigo celestino quería que te conocieras con alguien.
La revolución tecnológica con la llegada de los «smartphones», las aplicaciones y las redes sociales han cambiado las maneras de interactuar. Primero fue Grindr —en 2009— una app para homosexuales (y LGBTQ+ después) que ayudaba a conocer chicos en la misma zona del usuario mediante la geolocalización. Luego explotaron en el ciberespacio las páginas para citas, unas gratuitas y otras de pago. Tinder, Bumble, Badoo y otras más resultaron muy sencillas de usar, bastaba con conectarse por Facebook, añadir unas fotos, elegir el radio de búsqueda y el sexo y la edad de tu objetivo.
A nivel mundial, las aplicaciones de citas tienen para este año más de 350 millones de usuarios con un mercado que podría alcanzar los 11,3 mil millones de dólares para 2028. Solo Tinder reportó 75 millones de usuarios activos mensuales y en Colombia se estima que más del 46% de la población adulta utiliza estas plataformas. Y atérrense, todas ellas juntas tienen 1,6 billones de contactos diarios y alrededor de un millón de citas por semana.
La verdad es que le ofrecen al individuo más posibilidades y facilitan el primer contacto, especialmente para personas introvertidas o tímidas socialmente. Sin embargo, suelen ser superficiales y peligrosas y su complejidad aumenta si el interés es por alguien geográficamente distante y de culturas diferentes. Aun así, son muchas las parejas que conozco que se conocieron por internet y que hoy tienen un hogar funcional y permanente.
Pero la revolución del amor no se circunscribe a la manera de conocerse. Ha ido más allá, hasta la aparición de nuevas formas de relación y hasta el quiebre casi total de los esquemas tradicionales que construyó la civilización occidental. Sobre ellas les hablaré en la siguiente entrega.