Por LUIS GARCÍA QUIROGA
Es suficiente la memoria fotográfica de nuestros años juveniles para recordar el trato de capitis diminutio -que con contadas excepciones- recibían nuestras madres y hermanas y en general las mujeres, por el hecho de serlo.
Para la mujer, salir del sometimiento y el machismo, ha sido una larga, dolorosa y sangrienta lucha.
Por supuesto que hoy no es tan extremo como en el imperio romano cuando se creó el capitis diminutio con el cual las mujeres tenían un status “pordebajiado” en relación a los derechos de libertad, ciudadanía, familia, patrimonio e incluso de reclamación judicial, lo que con el tiempo ha sido reivindicado heroicamente por las propias mujeres.
Reivindicaciones que aún hoy son evidentes con mayor fuerza en las jornadas de protesta en las que, para sorpresa de algunos, son las mujeres las que ponen el pecho. Y la sangre. Y la honra violada, porque la honra es lo que se pierde y el honor es lo que se defiende, según me enseñó hace 40 y tantos años el profe José Daniel Trujillo.
Al igual que el Dr. Trujillo Arcila también recuerdo en el bachillerato al profe Zuluaga, quien en clase de español se salía del libreto para decirnos cosas más importantes que la ortografía y la semántica, como la noche cuando nos dijo que, si los hombres comprendiéramos mejor lo que significan el parto, la menstruación y la menopausia, aprenderíamos a respetarlas, considerarlas y entenderlas mejor.
En la posguerra en Europa ya existía un brote apasionado de liberación femenina incluso en la moda, con ejemplos como el de Coco Channel, que le dio a la mujer -el traje sastre de tweed- y desde entonces las mujeres llevan pantalones. Conozco algunas que los llevan bien puestos.
La lucha contra el sometimiento femenino creció desde los años sesenta cuando la mujer asumió un rol diferente y ascendente en la sociedad, quizás con el surgimiento de la revolución sexual y en Colombia desde que se aprobó el voto femenino.
Hoy van más allá. Las mujeres se cansaron del maltrato, marginalidad, discriminación salarial, el acoso y el “dele más duro para que aprenda” que impunemente muchos hombres todavía tienen como estigma machista, prácticas legalmente penalizadas y cada vez más rechazadas socialmente. Pero aún queda mucho troglodita maltratador.
Es una desgracia nacional que Colombia tenga un vergonzoso promedio de más del 30% de mujeres desempleadas sin contar las miles que cada día salen al rebusque de la informalidad laboral, muchas veces con estudios técnicos o universitarios y capacitación, pero sin oportunidades.
En muchos colegios, universidades y organizaciones empresariales ellas son mayoría. Y ya no es noticia que ellas sean jefes. Tengo amigas con posturas intelectuales que me reconcilian con el género humano. Por todo eso y mucho más, no es extraño verlas en las calles protestando y exigiendo equidad, empleo, estudio y oportunidades.
Y veo a diario en la Universidad a estupendas profesoras y jóvenes estudiantes que me hacen creer con firmeza que un mejor futuro, no está lejano. Y quiero verlo.
Me gustaría saber, si en las universidades que usted ha visitado todas las estudiantes que ha visto son jóvenes?. No habrá un poquito de discriminación en esa expresión?
Soy Claudia López y aunque no tan jóven, entiendo su punto. No obstante no creo que un artículo que apoya nuestro género se deba ver disminuído por su pregunta.
¿ Ha considerado señor@ «Anónimo» que el autor del artículo llame jóven al pensamiento o ideología de defender derechos humanos de todas las damas más allá de la edad?