Por: Cristian Camilo Zuluaga Cardona
Hace menos de una semana, las firmas Guarumo y Ecoanaliticas publicaron una encuesta de percepción país en la que midieron, entre muchos temas, el de cómo se están informando los colombianos. Allí aparecen unos resultados muy importantes para tener en cuenta, pero también unos que encienden las alarmas y de los que ningún medio ni periodista hizo eco. No sé si no los vieron o no les resultó interesante.
Estas firmas, según la ficha técnica, encuestaron a 2.004 colombianos y en lo personal considero que es amplia y permite ver una muestra significativa de cómo están pensando los colombianos. Allí aparece la internet comandando con el 27.5%, luego la televisión con el 23.5%, más atrás la radio con 16.2% y acá empiezo a ver dos datos que me dan profunda tristeza. Los colombianos tienen en cuarto lugar el voz a voz con un 11.4%, por encima de los medios impresos que tan solo lograron el 4.2%. Los que no saben o no responden ocupan el 17.5%.
Me alarma que, entre los que se informan con el nada creíble voz a voz y no sabe o no responde, haya un porcentaje de casi el 30% y que sumado a esto los periódicos y revistas tengan tan baja lecturabilidad. La desinformación ocupando amplios sectores y los impresos cada vez más cerca de la extinción, porque el mundo digital los está terminando de desplazar.
Ahora centrémonos en los canales de información que, de acuerdo a esta medición, si están resultando efectivos. Pues aunque la demanda de usuarios de estos medios ha aumentado notablemente en todo el mundo, esto no va de la mano con el ingreso de recursos económicos. Lamentablemente en la prensa, mayor audiencia o lecturabilidad no es proporcional a ganancias económicas.
Leyendo el medio La Jornada de Aguas Calientes (México), el pasado 25 de marzo me encontré con una frase de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, quién dijo que «una prensa libre siempre es esencial, pero nunca hemos dependido de ella más de lo que lo hacemos en esta pandemia, cuando tantas personas están aisladas y temen por su salud y sus medios de vida. La información creíble y precisa es un salvavidas para todos».
Lo dicho por Bachelet es casi una interpretación de lo que encontraron las encuestadoras en el análisis en Colombia. Esos más de 2 mil ciudadanos respondieron que las mayores preocupaciones son el empleo con un 32.4% y el coronavirus con el 23.4%. Sin lugar a dudas la demanda exige que se informen a diario las ayudas económicas, medidas de alivios, restricciones, avance y comportamiento del contagio, de los fallecimientos, entre otros aspectos relacionados con esta crisis, pero en especial con nuestra nueva y ojalá corta forma de vida.
Estos indicadores también evidencian dos aspectos muy importantes que además van de la mano. El primero, la necesidad de una prensa libre y el segundo, la inyección de recursos para que este sector tenga garantías y pueda desarrollar con calidad su importantísimo trabajo. Muchos periodistas obtienen ingresos de la pauta oficial y de este recurso también solventan necesidades básicas como las cotizaciones en seguridad social, alimentación entre otras.
La COVID-19 nos está haciendo un llamado a gritos para dignificar el periodismo en Colombia. Lo primero es que debe ser libre. Hoy más que nunca urge que la prensa sea de contra poder. Que esté al servicio de la gente y para la gente. Qué se cuestione lo que está mal, lo que genera sospechas y malos sabores en la boca. No se puede tragar entero en asignación de recursos, en revelación de cifras y mucho menos en los anuncios oficiales. La pandemia exige que los ciudadanos y la prensa remen a la misma orilla y que todo sea claro y transparente. No se le puede dar cabida a la corrupción ni a la improvisación.
El Gobierno y sus mandatarios territoriales entran a jugar un papel importantísimo en este aspecto. Las inversiones sociales tienen que incluir a la prensa. Hoy, los medios independientes juegan un papel vital y deben estar a nivel de prioridades, por lo menos similar al de las ayudas alimentarias, económicas y cuanto alivio sea necesario. Permitir que la ciudadanía se informe es clave para hacer una batalla correcta contra el microscópico e imperceptible enemigo.
Pero esas inversiones no pueden tener asomo a la corrupción. No pueden ser aprovechadas para desviar recursos con el objetivo de llenar bolsillos propios ni pagar favores de campañas políticas. Tampoco pueden ser mecanismos de presión para obligar a que los medios y periodistas independientes informen al antojo de los gobiernos o sus descentralizados.
Hablar de dignificación no significa profesionalización. Porque hay unos con su cartón que son expertos en lamer suela y otros que sin él dan cátedra de este oficio, que exige dos cosas fundamentales y no las obtienen en las facultades de Comunicación Social y Periodismo. Una es el olfato y dos la ética. Por eso siempre tienen validez las frases del polaco Ryszard Kapusinski que «la noticia no es que un perro mordió a un niño, sino que el niño mordió al perro» y que «las malas personas no pueden ser periodistas».
Bachelet advirtió que «algunos países han utilizado el brote del nuevo coronavirus como pretexto para restringir la información y acallar las críticas» y agregó que «Según el Instituto Internacional de Prensa, se han dado más de 130 presuntas violaciones a la libertad de prensa desde el inicio del brote, lo que incluye más de 50 casos reportados de restricciones al acceso a la información, censura y regulación excesiva contra la desinformación. El Instituto informó que cerca de 40 periodistas han sido arrestados o acusados en Asia-Pacífico, América, Europa, Medio Oriente y África por informes críticos hacia la respuesta del Estado a la pandemia o simplemente por cuestionar la precisión del número oficial de casos y muertes relacionadas con la COVID-19. El número real de violaciones a la libertad de prensa y arrestos es probablemente mucho mayor».
Para garantizar una información veraz, independiente y transparente también urge que la ética salga a flor de piel. Que los periodistas contribuyan a ponerle freno a otra pandemia conocida como la payola, que desde hace décadas viene carcomiendo la libertad de prensa y expresión.
Cabe acá recordar algunos apartes de la columna de Daniel Coronel del 30 de enero del 2016, la cual tituló «La sencilla tarea del reportero», donde recordó que «el periodista debe defender el derecho de los ciudadanos a saber lo que está pasando, cómo se toman las decisiones que los afectan y cómo se gasta el dinero público», pues para difundir lo que le conviene a los políticos «están las oficinas de prensa, que son centros de propaganda y no de periodismo».
Pero para que estos derechos se les garanticen a los ciudadanos también es importante que los corporados en municipios y departamentos cumplan con su función. La de hacer control político, vigilar y garantizar confianza para que los recursos sean correctamente administrados por los mandatarios. Ni periodistas ni concejales ni diputados fueron elegidos para que en épocas de crisis envíen cartas o publiquen mensajes de apoyo a los mandatarios. Claro está que por ninguna razón es el momento para aprovechar la crisis para hacer campañas oscuras y a la vez sacar provecho. Lo que se está haciendo bien hay que informarlo.
Claro, profundo y conciso el análisis que nos comparte Cristian Zuluaga.
Muy bueno. Y es una epoca para que el periodista profesional, independiente del tema financiero, cumpla con su obligación se servirle a la sociedad con su informacion, opinion, didaxis y campañas serias.
Excelente análisis