El anuncio del inicio de la guerra llenó de entusiasmo a los muchachos ansiosos de aventuras. Todos se disputaban el derecho a empuñar las armas y marchar cantando al frente. Inclusive, aquellos aún menores de edad, falsificaron las firmas de sus padres para presentar las certificaciones de ingreso a las filas. Era la gran oportunidad de sus vidas de transformar la rutina cargando de adrenalina sus días: combatir, triunfar y regresar colmados de gloria. Todos los amigos juntos, yendo felices animados por los tambores de guerra que les ayudaba a mantener la moral en alto, con el recuerdo en sus corazones de las novias que dejaban tristes o con la ilusión de los cientos de chicas que los esperarían victoriosos. Mientras tanto las madres lloraban.
La euforia duraría poco. La falta de preparación para el combate y la crudeza de los enfrentamientos les revelaría la otra historia de la guerra. El hambre, la sed, el agotamiento físico, el frío, el desespero, el miedo. Todo junto por momentos, que exacerbaba a los muchachos que sentían que eso no era lo que ellos soñaban y el grito en sus oídos para que se despabilaran y siguieran de frente contra sus enemigos. ¿Cuáles enemigos si en sus vidas nunca habían tenido enemigos? -se preguntaban- Los que tienen el uniforme de otro color y enarbolan la otra bandera. Uno a uno fueron cayendo los que partieron llenos de alborozo, destrozados por las balas o por las bombas.
Aunque Alemania capituló y aceptó la fecha de entrega de armas, algunos generales, desde la comodidad de sus escritorios, se resistían a rendirse e impartían órdenes de no cesar los ataques hasta el último momento tratando de asestar el golpe final, muy a pesar de lo diezmado y el agotamiento de sus soldados que añoraban poder regresar a sus casas. La vanidad de la gloria quedó en el olvido, las medallas y condecoraciones ya no tienen importancia; solamente deseaban volver con sus seres queridos, por encima de la amenaza de ser fusilados por cobardía… Esa es la trama de la película alemana SIN NOVEDAD EN EL FRENTE (2022), del director EDWARD BERGER, que recrea los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, una guerra de trincheras y empleo de nuevas y temibles armas que marcaría y transformaría los rostros de los jóvenes que lograron sobrevivir.
Colombia se acostumbró tanto a la guerra que ponían inmensas vallas invitando a sus jóvenes a hacer parte del ejército como «la mejor empresa del país», y sus soldados no aprendieron más que a disparar, tanto que muchos se convirtieron en mercenarios de ejércitos privados que pelean en guerras ajenas del medio oriente y otros se arriesgaron a integrar escuadrones de asesinos para acometer acciones demenciales tales como el homicidio del presidente de Haití. O qué tal los mercenarios que combaten en la guerra de Ucrania y que son tratados con desprecio por los mismos soldados ucranianos con quienes van juntos al combate. O peor aún, que fueran, al parecer, exmilitares colombianos los responsables de la muerte Fernando Villavicencio candidato presidencial del Ecuador.
Si ustedes miran el mapa de resultados de las elecciones de segunda vuelta presidencial en Colombia, pueden encontrar que las regiones en donde más crudamente se ha vivido la guerra, votó por Petro; a la vez, pueden notar que esas mismas regiones son las más pobres (siendo territorios ricos en recursos naturales renovables y no renovables), las zonas de mayor atraso, las regiones de mayor violencia, las regiones más segregadas en donde hay mayores problemas de salud, las condiciones labores más difíciles, en donde muy reducido número de personas alcanza a tener una posibilidad de pensionarse, donde no existe el cubrimiento de las necesidades básicas; los sitios de mayor olvido histórico de nuestro país por la misma clase dirigente que hoy se opone a las diferentes reformas sociales y azuza desde la comodidad de sus oficinas y parapetados atrás de los micrófonos de los medios de comunicación que defienden los intereses de los más poderosos, dígase empresarios, terratenientes o clanes familiares que se apoderaron de la política y que piden a gritos que se reanuden los enfrentamientos armados, pues de dónde sacar soldados, en un país con los niveles de pobreza que existe, siempre será lo de menos.
Las zonas de Colombia en donde el impacto de la guerra menos se sintió, son aquellas en donde se percibe el mayor clamor para que no se produzcan los cambios, es en donde la extrema derecha sienta sus bases para sostener el poder municipal y regional para continuar con las mismas prácticas corruptas que ha venido desangrando el erario público, estigmatizando a sus gentes y permitiendo que se siga enrareciendo el ambiente con supuestos hitos de buena vida, presentando falsos indicadores de bienestar. No es sino ver los dos candidatos con mayor opción para ganar las elecciones en ciudades como Pereira, en donde corren ríos de dinero en sus ostentosas campañas, en donde sus máximos líderes son aquellos que eternamente mantuvieron el poder nacional y son culpables de los grandes males del país.
Con el anuncio de la terminación de la guerra los que viven de ella sienten que el negocio se les acaba y acuden a todas las estrategias posibles para que se continúe en ella. Toda la podredumbre que ha salido a flote durante este primer año de gobierno de Petro, nos muestra el saqueo sistemático a la patria durante los últimos 30 años, en donde los dirigentes de la extrema derecha han tenido responsabilidad, los conduce a buscar cualquier método, por criminal que pudiese ser para impedir que un gobierno que obedece a lo prometido en campaña, logre impulsar las transformaciones que permitan sembrar los cimientos de la PAZ, justicia social y la equidad que hagan sostenible la Patria.
Retornar a la guerra en Colombia, es más que reiniciar escaladas militares contra las guerrillas existentes, grupos paramilitares y delincuencia en general; retornar a la guerra es volver a tener el país que siempre existió en donde los recursos del Estado benefician a unos pocos; es reabrir los cordones del narcotráfico sin que confisquen los multimillonarios embarques; seguir entregando por amiguismos políticos y generosas coimas licencias para la explotación minera; entregar los bienes confiscados a los narcotraficantes para sean administrados por sus testaferros o políticos avivatos que pagan arrendamientos ridículos para su explotación; permitir que la mafia de la salud y de las EPS, continúe llenando las arcas de sus propietarios en detrimento de los millones de usuarios; es dejar que la UNP siga vendiendo esquemas de seguridad a bandidos y facilitando el transporte de embarques de droga en sus vehículos, a la vez contratando todo tipo de vehículos para ganar millonarias gratificaciones.
Retornar a la guerra es sepultar definitivamente los escándalos de Reficar o Navelena o de Odebrecht (que salpica a varios presidentes con parientes y amigos); es dejar sin investigar lo hecho por la Abudinen y su nimiedad de los 70.000 millones; es permitir que los miles de millones de los OCAP PAZ ( creados para solucionar en parte los enormes problemas y desequilibrios de las regiones) se pierdan, pues un gran porcentaje de esos recursos (500 mil millones), al parecer se los robaron con la complicidad de algunos parlamentarios incluyendo a un senador de Risaralda quien tiene a la cuñada de candidata a la gobernación. Retornar a la guerra es dejar en la impunidad el último gran escándalo del multimillonario robo a ECOPETROL, del cual todavía no sabemos a cuánto asciende el monto.
Permitir que se retorne a la guerra es suspender la restitución y compra de tierras para los más de cinco millones de campesinos desplazados; es echar al olvido todo el trabajo de investigación y declaraciones entregadas ante la JEP, por actores que participaron de la guerra, culpables, en muchos casos, de la muerte y desaparición de miles de compatriotas; volver a la guerra es ignorar lo confesado por Salvatore Mancuso, que después de haber sido socio de los dueños del poder, ahora que prendió el ventilador –para ellos-, no pasa de ser un mentiroso compulsivo. Volver a la guerra es olvidar que hubo una guerra que dejó miles de muertos, que quedan miles de familiares esperando que se haga justicia, que dejó miles de viudas y huérfanos. Volver a la guerra es entregarse a los más ricos del país que se han enriquecido mucho más con la guerra, los medios para que sigan la expoliación del territorio nacional y de sus habitantes.
Es muy fácil para quien tiene un «avión por ahí», una casa en Las Bahamas, 200 guardaespaldas para su seguridad personal, acciones en las más grandes empresas del país, ser dueño de la mayoría de los bancos y casi la totalidad de los medios de comunicación a su servidumbre para que desinformen y tapen las porquerías que ha hecho, alentar para que se vuelva a la guerra. La extrema derecha, encabezada por el uribismo, alentada por la totalidad de los corruptos con la complicidad de los partidos tradicionales y con el aire «renovador» del odio visceral de Jorge Enrique Robledo contra Petro y el oportunismo del inútil de Fajardo, tratan de defenestrar al gobierno legítimamente constituido de Gustavo Petro.
A la extrema derecha colombiana no le importa si el país va bien, si los indicadores económicos les brindan tranquilidad a los mercados internacionales, si se está formando eco a las propuestas de defensa del medio ambiente, si con la aprobación de las reformas sociales se genera bienestar a esa mayoría de la población que ha estado históricamente relegada, si todos los territorios pueden llegar a encontrar convivencia pacífica; lo que verdaderamente le importa a esa élite corrupta es poder «cuadrar caja», de la misma manera que lo han hecho durante la historia republicana, sacando de los recursos del Estado sin importarles el sufrimiento de los demás.
Nunca antes los medios de comunicación de Colombia habían atacado con tanta virulencia a ningún presidente de la República, ni siquiera cuando se produjo el escándalo del Proceso 8.000 de Ernesto Samper. O cuando en 1943, siendo presidente Alfonso López Pumarejo, el periodismo de oposición encabezado por el periódico El Siglo, perteneciente a Laureano Gómez, enfilaron sus ataques en lo que él mismo denominó «HACER INVIVIBLE LA PATRIA», contra los gobiernos liberales y en especial contra las propuestas progresistas de López Pumarejo, denominado: «La Revolución en Marcha», con las cuales se pretendía adelantar algunos cambios al manejo del Estado que desafortunadamente quedaron frustrados.
Gran parte de los soldados de la guerra en Colombia son niños y jóvenes hijos de las familias más pobres provenientes de las regiones más deprimidas y marginadas que son reclutados por todos los actores en conflicto, e incluso se sabe de familias de las cuales se han llevado a varios hijos a engrosar las filas armadas de los dos bandos. ¿Cuántos de los parlamentarios pagaron servicio militar, es más, cuántos de los que hoy invocan la guerra estuvieron en el ejército y a cuántos les tocó ir a los enfrentamientos?
Después de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, ese país alcanzó a vivir en paz menos de 20 años, cuando propició la Segunda Guerra Mundial, más mortífera y destructora que transformó el panorama mundial. Y las madres siguen llorando.
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Salvo un puñado de personas que demostraron estar dispuestas a jugarse el tipo por defender a la democracia, el país entero se metió en su casa a esperar que el golpe fracasase. O que triunfase…
JAVIER CERCAS
«Anatomía de un instante» (2009).
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AÑADIDURA UNO. En el año 1943, el asesinato de Mamatoco, un expolicía y exboxeador, quien a través de un periódico local de Bogotá instigaba continuamente al gobierno, se aprovechó para señalar la responsabilidad de la casa presidencial de los hechos a la vez que se pedía la renuncia de López Pumarejo. Durante nueve meses el periódico El Siglo preguntó todos los días: ¿Quién mató a Mamatoco?
AÑADIDURA DOS. Los soldados tienen que aprender oficios diferentes al de empuñar las armas, que les permita incorporarse a la vida civil en actividades productivas cuando se retiren del servicio activo.
AÑADIDURA TRES. ¿Quién está libre de tener un hijo «calavera»?