Fundado el 9 de febrero de 2020
LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadPrimeras Monitorias Sociales UTP Galpón y Karate do

Primeras Monitorias Sociales UTP Galpón y Karate do

Vivencias del Primer Monitor Social de la UTP. Parte Tres.

En la parte dos, te conté que solo tenía ahorros para pagar una semana de pasajes y no había más dinero. Patricia Soto, la auxiliar de la Facultad de Ciencias de la Salud, me envió a Bienestar de nuevo donde el padre Montoya. Le pedí ayuda para conseguir un empleo y él me recomendó con un amigo para ser mesero en una discoteca llamada Épsilon en la avenida 30 de agosto. Yo llevaba una vida de asceta. Después de llegar al lugar y oler el humo del cigarrillo y la cerveza, me fastidió un poco. El dueño del negocio me ofreció el empleo y me dijo que tendría que trabajar hasta las 3 de la mañana de viernes a domingo. Pero pensé: ¿dónde me voy a quedar si no conozco a nadie en Pereira y tengo que empezar clases a las 7 de la mañana? Sería peligroso quedarme en la calle desde las 3 de la mañana. Con toda la vergüenza del mundo y aún sintiéndome “desagradecido con el esfuerzo del Padre”, lo visité nuevamente y le dije: “Padre, el empleo no me sirve”.

Mientras hablaba con el padre, ingresó a la oficina el profesor Waldino Castañeda, Coordinador de deportes de la UTP, a quien tengo un inmenso aprecio. El padre le preguntó si tenía trabajo para mí y él respondió con una pregunta: “¿Usted qué sabe hacer?”. Yo le dije: “Lo que sea”. Entonces él volvió a preguntar: “¿Qué sabe hacer de deportes?” y yo le dije: “Yo sé karate”. Él me preguntó qué cinturón tenía y le respondí que era cinturón verde. ¡Felicitaciones!, dijo él, eres el nuevo instructor de karate do de la UTP. Haz la convocatoria y cuando tengas un grupo de 20 personas, empezamos.»

«Realicé unas tarjetas en las que se leía: ‘Clases de Karate Do en la Universidad Tecnológica de Pereira’. Se presentaron 21 estudiantes para iniciar y les daba clases todos los días de 12 a 2 pm en la capilla. Actualmente, la capilla es la sala múltiple de deportes, pero en aquel entonces solo tenía el mismo techo y un suelo en baldosas donde los estudiantes jugaban banquitas y hacían ejercicio.

Entrenábamos descalzos y nuestros pies se ponían negros por debajo. A pesar de esto, mis estudiantes estaban muy a gusto con la clase. Waldino se asomaba desde el balcón del edificio donde quedaba su oficina y las salas de tenis de mesa para ver cómo estaba dando yo las clases. Esta fue mi primera monitoría oficialmente y ganaba hasta $8000 al mes. Sin embargo, el dinero que ganaba allí no me alcanzaba porque debía pagar los servicios de mi casa, enviar algo de dinero para comida de mis padres y sostener mis estudios.

Mi madre se ayudaba vendiendo boletas o lotería y mi padre lo que resultaba en cuanto a remiendos de construcción. Así le llamaba a las reparaciones en fontanería, obra negra, acabados o madera.»

«Desde mis 20 años, fui presidente de una asociación de juntas de acción comunal llamada Asociación Barrios Unidos del Sur. En nuestro Centro Comunitario operaba una ONG llamada Mundos Hermanos, que trabajaba con niños en situación de riesgo de calle, y otra llamada Nuevo Arcoíris que se encargaba de procesos de reinserción y Hogares Comunitarios del ICBF. En aquel entonces, estas organizaciones apenas estaban naciendo. Trabajábamos con un grupo de niños y niñas a quienes les dábamos clases de ebanistería, teatro y deportes. También había un restaurante comunitario y recibían pedagogía. Contábamos con algún apoyo muy pequeño pero muy representativo de Inglaterra en cooperación internacional. La fundación me pagaba a mí los pasajes para ir dos veces a la semana y darles clase a los niños. Así que con lo que yo trabajaba esos dos días me garantizaba dos días de pasaje. Algunas veces lograba viajar gratis porque los conductores de Expreso Trejos me conocían; uno de ellos era mi primo y entonces él me encargaba con sus compañeros para que me llevaran gratis. Yo tenía que esperar hasta que alguno de ellos que fuese conocido llegara de Cali para viajar con él.

Siempre estudiaba cuando los compañeros habían desocupado sus fotocopias; ellos me las prestaban un día antes. Entonces debía estudiar solo el último día. Mis compañeros hablaban de rumbas y conciertos, pero yo no hablaba de eso. Me extrañaba mucho que la vida de ellos fuese tan diferente a la mía. Un día, dado un comentario de un compañero, fui al psicólogo del bienestar. se burlaba de mí porque ya teniendo 20 años no había iniciado actividad sexual. Entonces le dije al psicólogo si eso era malo. El psicólogo me hizo varias pruebas, algunas con figuras, y me dijo: ‘La sexualidad es una decisión individual; cada uno decide en qué momento inicia y usted está concentrado en su proceso de formación. No se preocupe que está más bien que muchos de ellos» Yo me fui muy tranquilo, con la idea de que mi salud mental estaba bien, solo eso necesitaba saber, a pesar de ser diferente a los demás no era algo anormal, porque parece que ser diferente es algo muy complicado para un joven universitario.

Por esos días una de mis compañeras, Liliana, quedó en embarazo, tenía un hogar muy bonito, entonces yo iba a la casa de ella a ayudarle a estudiar morfología, el esposo el Doctor Trejos, una persona maravillosa quien consiguió una colchoneta para que cuando yo fuera a estudiar pudiese dormir en el cuarto de estudio, recuerdo que un día estaba durmiendo en la biblioteca, cuando quise ir al baño y al abrir la puerta y los perros inmensos «gruñeron», me tocó devolverme, seguir durmiendo y aguantar hasta la madrugada.

«El profesor Waldino siempre me invitaba a las reuniones de equipo con todos sus instructores. Un día, nos presentó a la primera trabajadora social, Alicia Maestre. Ella tendría su oficina en el tercer piso de lo que hoy en día es el edificio 3. Cuando me la presentaron, yo dije: ‘Aquí está el alivio para muchos de mis problemas’. Salí corriendo detrás de ella, la abordé y le dije: ‘Doctora, por favor escúcheme’. Le conté mi situación y me invitó a reunirme con ella posteriormente en su oficina.

El rector de ese momento era el Doctor Carlos Alberto Ossa, un profesor de ambiental experto en teoría de sistemas, un hombre muy amable. Recuerdo que varias veces me lo encontré en la calle y en el carro de rectoría me preguntaba: ‘¿Joven va para la universidad? Súbase y me llevaba hasta la universidad’. El carro era un Renault blanco y el conductor era Gerney, quien aún es conductor de la universidad. Siempre muy amable y servicial.

La trabajadora social me contó que aún no tenía presupuesto para su área, pero un profesor de eléctrica iba a donar su salario porque era un hombre muy rico y hacía la docencia solamente por vocación, por amor. Yo iba a ser uno de los beneficiarios; ese salario lo iban a repartir entre más o menos cuatro estudiantes.

Mientras teníamos esa conversación, iniciaba campaña el ingeniero Luis Enrique en el Hall del 00. Él era un profesor que aspiraba a ser rector y tenía un discurso bastante interesante. Había elecciones de rector, pero yo poco sabía sobre eso; solo sobrevivía en la universidad. Le pregunté a la trabajadora social ¿qué pasaba al respecto? y ella me dijo que una rectoría es algo muy complejo de administrar.

El profesor que donó su salario decidió que solo lo entregaría a estudiantes conocidos. Yo no podía ser beneficiario de ese apoyo y trabajo social no tenía recursos. Entonces, la trabajadora social se fue hacia el galpón, habló con Don Rafael y decidieron dar un cupo para tres monitores. Sin embargo, los otros dos nunca llegaron.» Allí trabajaba de 3 pm a 8 pm todos los días y me pagaban $300 por hora lo cual era preciso para pagar los pasajes, ya tenía entonces dos monitorias, más el trabajo en la fundación.

«Un día, recuerdo que se me cayó un pan y entré en un dilema porque la empleada me dijo que, si decía que se me había caído, me tocaba pagarlo. Finalmente, recuerdo que le dije a Don Rafael y él me dijo: ‘Póngalo en otro lugar’ y no me exigió pagarlo. Él era un señor amable. Sin embargo, a veces era muy extenuante la jornada y había que entregar comidas, se sentía ese irresistible olor a alimentos calientes y paradójicamente no había comido nada en toda la tarde, era como una especie de entrenamiento de autocontrol.

Un día, una viejita que trabajaba en la cocina me llamó. Tenía en sus manos una papa y una gaseosita y me dijo: ‘Cómaselo, pero se lo come por allí escondidito’. Yo no entendía por qué, pero tenía tanta hambre que me lo comí. A veces siento que no era consciente de todo lo que estaba viviendo; simplemente lo vivía. Simplemente luchaba por cada instante y por lo que consideraba era la construcción de un futuro mejor para mi familia y para mí.»

Llegó un momento en que los directivos de la universidad decidieron que esa monitoría de Karate Do no se podía seguir dando porque el deporte universitario era solamente el deporte académico y competitivo y no recreativo. Por tanto, yo me iba a quedar sin trabajo. El profesor Waldino me lo comunicó. Sin embargo, habló en el barrio El Jardín, donde había un grupo de 30 abuelitas y un abuelito que se llamaba El Jardín de los Abuelos. Por recomendación de él, me contrataron como instructor de deportes. Dos veces a la semana, yo iba y les desarrollaba actividades a mis abuelitos y ellos recogían en un gorro la plata de cada uno y me pagaban las horas. A veces me invitaban a almorzar.

Luego durante un año trabajé por horas en varias partes, en las escuelas deportivas de Confamiliar donde por iniciativa de un compañero, todos los monitores de la UTP hicimos una protesta y como resultado nos despidieron masivamente. En ese momento, debí quedarme tres meses durmiendo en el parque al lado del colegio INEM. Cuidaba el parque a cambio de poder dormir, un café con leche y galletas. Dormía con un bate de béisbol en la mano y una perra ovejera al otro lado. Un día a la madrugada, se entraron unos muchachos saltando sobre la malla y yo salí “valiente” con el bate en la mano. Eran como diez jóvenes y les dije: ‘¿Qué hacen aquí?’ Uno de ellos me dijo con acento entonado: ‘Todo bien monito, déjenos jugar un partido’. Entonces yo tratando de mostrar algo de autoridad les dije: ‘está bien, pueden jugar, pero solo una hora’. Creo que no estaba en condiciones de exigir mucho de ellos. También en los inicios de la Liga Risaraldense de Actividades Subacuáticas trabajé como preparador físico, hasta que me llamaron de nuevo a trabajar en la Universidad.

El gobierno central no solo dejó de incrementar el presupuesto y dejó de financiar los pregrados sino que proyectaba realizar una bolsa que reduciría el 2% de presupuesto a las Universidades que no cumplieran con indicadores de cobertura y calidad, lo que llevaría a la desaparición de las Universidades pequeñas y esta bolsa la recogerían las universidades más grandes como la Nacional. Esto ponía en una encrucijada a la Universidad ya que si no aumentaba la cobertura perdería recursos, pero a la vez no recibía el presupuesto para ampliar la cobertura.

Para ese periodo ganó las elecciones el ingeniero Luis Enrique Arango Jiménez  quien llegó a la rectoría con varias ideas innovadoras: la Universidad debía aprovecharse al máximo, no debía tener periodos muertos; los padres de familia, los egresados y los jubilados eran estamentos importantes, debía haber una política social y recursos para monitorias, debía haber una oficina de Responsabilidad Social que fué dirigida por la actual Vicerrectora de Responsabilidad Social y Bienestar Universitario la Doctora Diana Patricia Gómez Botero quien tenía como misión  gestionar recursos, con ella se crea el programa PAE y el Programa Risaralda Profesional y el Plan Padrino.

La respuesta de la Universidad en ese momento fue la de abrir los programas de Jornada Especial, aumentar cobertura y trabajar de la mano de los senadores para gestionar recursos que salvaran a la Universidad y para financiar la nueva política social: matrículas, bonos de alimentación, monitoria social, bonos de fotocopias. Se debían atender los problemas de deserción y debía haber un trabajo integrado con los líderes políticos de la región para evitar el debacle financiero por la reducción en los giros del gobierno. Para ese momento yo ya estaba estudiando y trabajando a medio tiempo en la UTP.

Por Luis Alberto Rojas Franco

www.poderlider.com

ceo@poderlider.com

lrfranco@utp.edu.co

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