Durante más de un año Colombia ha permanecido abandonada, a la deriva, sin un Presidente de la República que se preocupe por sus problemas internos. Hay un tal Gustavo que la mayor parte del tiempo vuela de continente en continente como las mariposas de flor en flor y desaparece con frecuencia del radar de la prensa, sin rendir al pueblo cuentas sobre sus ausencias.
Sabe pasear a costa de los contribuyentes. Ocasionalmente viene porque le toca o le conviene para hacer “show” ante la multitud y pronuncia discursos floridos y adornados con promesas, en una mala imitación del gran Jorge Eliécer Gaitán, olvidando que todo en casa se está derrumbando. Luego se esfuma y sólo aparecen sus mensajes en redes sociales, repletos de errores ortográficos y a veces tan torpes y desacertados que los borra.
Me gustaría que tuviéramos Presidente. No alguien que dedique sus esfuerzos a cuestionar a líderes extranjeros porque tienen los cojones para combatir el crimen o defenderse del terrorismo, pero que se desentiende de su propia jurisdicción donde han regresado los secuestros, las quemas de oficinas públicas, el sicariato, las guerras entre grupos de delincuentes y otro montón de males total o parcialmente superadas en lustros recientes.
El que se anuncia ante el mundo como nuestro mandatario sólo quiere ganar protagonismo internacional. Está desesperado por trascender a toda costa, incluso poniendo en riesgo la seguridad de sus coterráneos y por ello anuncia el posible rompimiento de relaciones con Israel, remedando a sus homólogos de otros países vecinos que también han caído en desgracia como Colombia. Le angustia demasiado una guerra en el otro extremo del planeta; en contraste, le tiene sin cuidado el sufrimiento de sus compatriotas.
Ese personaje es un megalómano urgido de que le otorguen el premio Nobel de la Paz sin merecerlo, solo para colmar su ego y considerarse realizado en esta vida. Para lograrlo está dispuesto a consolidar un proceso de rendición total ante el crimen organizado.
Petro es como los agujeros negros en la inmensidad del espacio. Los científicos saben que rondan por ahí, sin que puedan verlos; y que absorben la luz que los rodea, impidiendo que el universo la vuelva a disfrutar; metáfora máxima del egoísmo.
Se pavonea a lo largo y ancho del globo terráqueo buscando atraer las miradas faranduleras como una vedette, mientras que nuestra economía se desploma, los secuestros de civiles aumentan como no había ocurrido en décadas, a los soldados en ejercicio de sus funciones también los secuestran bajo la denominación oficial de “retenciones”, la vida encarece y se vuelve inalcanzable para las personas honradas y el sistema de salud sucumbe ante su indiferencia.
Muchos de sus aliados que lo llevaron al poder en el año 2022 ahora se muestran defraudados y reconocen que en las elecciones territoriales su gurú fue severamente castigado en las urnas.
Las “reformas” que promueve dan la espalda a nuestra realidad económica y social. Sus Ministros ni siquiera se avergüenzan de reconocer, por ejemplo, que los ajustes en el régimen laboral no están orientados a generar nuevos empleos sino a mejorar los privilegios de quienes ya disfrutan del cada vez más escaso beneficio de un trabajo estable. Les importa un bledo el hambre de los informales y los rebuscadores. Se supone que llegaron para trabajar en la implementación y ejecución de nuevas alternativas para la ciudadanía y, sin embargo, no lo hacen. Son puro bla bla bla.
El que se pavonea como jefe de Estado y muchos de quienes lo acompañan son lo que en periodismo llamamos, en son de burla, “vitrineros”. Es decir, viven para mostrarse, llamar la atención, recibir honores, ir a los cocteles a beber gratis, ser admirados como maniquíes recién engalanados en un almacén y estimularse con los halagos de sus “lagartos”, pero no mueven un dedo en favor de la sociedad.
Me gustaría que Colombia tuviera un presidente, no un figurín.
Los figurines de nuestro gobierno.
Colombia tiene presidente de la república y se llama Gustavo Petro, tienen tres años para seguir ladrando a la luna.