En memoria de mi hermano Gustavo: compañero de estudios, compinche de peleas y picardías.
El término Bullying usado para referirse a la violencia escolar, es una palabra nueva para un viejo problema familiar, social y escolar; en mis lejanas niñez y juventud sufríamos el mismo problema, con la salvedad que se consideraba esta violencia como una situación normal, que cada estudiante tenía que superar por sus propios medios, solo en casos extremos, cuando el abuso era muy violento, se recurría a la ayuda de padres o maestros.
Las instrucciones paternas para defenderme del acoso escolar, no eran claras o eran contradictorias, mi papá era apóstol del respeto: “No se meta con nadie, pero si se meten con Ud. tiene que hacerse respetar”, mamá decía: “si le van a pegar, corra para la casa, no importa que le digan gallina, Ud. no tiene la obligación de pelear si no quiere” y añadía: ”si le mientan la madre, ese no es motivo de pelea, si su mamá es una dama como yo, no puede pelear porque alguien le diga una mentira , y si yo trabajara en un bar quitándole la plata a los borrachos, sería una verdad y tampoco habría motivo para pelear”.
Infortunadamente, los apodos que muchas veces tenían origen familiar de padres a hijos, o entre hermanos, eran el detonante de esa violencia que inicialmente era verbal. Las características físicas de cada hijo podían servir para apodarlos con cariño y sin ánimo de ofenderlos: gordo, flaco, orejón, dientón, ojón etc. De tal manera que al llegar a estudiar a primero (en esas épocas no había preescolar, ni sabíamos de motricidad fina) ya se tenía apodo propio, que se aceptaba con tranquilidad o se soportaba con resignación.
Muchas veces la violencia no era tan sutil como un apodo, sino que era física y descarnada, estando en primero primaria (primero chichigua), en la escuela “Alfonso López Pumarejo” del Barrio Boston en Pereira; durante un recreo (hoy descanso), un muchacho de tercero, que me pareció grandote, me pidió parte de la gaseosa que yo apenas iba a probar, le dije que esperara un poco para darle un sorbo, el otro de manera energúmena quiso arrebatármela, yo se la chorreé en la camisa y el me pegó dos o tres patadas, con rabia lo amenace que después nos veríamos; pasaron varios años, esa familia se fue y regresó a Boston; un día mi hermano y yo, en el potero que servía de camino entre Providencia y Boston, nos encontramos al amigo de la gaseosa y su hermano, nos saludaron, yo lo miré, ya éramos del mismo tamaño, le recordé el viejo pleito y lo reté a pelear, pedí a mi hermano cuidar que el otro no me atacara por la espalda, el aludido se negó y yo le pegué los golpes más dulces que propiné en mi vida. Luego, le devolví el favor a mi hermano, cuando un vecino llamado Henry intentó pegarle, le salimos al camino, mi hermano temblaba de la ira, el otro viéndose en desventaja corrió, esos vecinos jamás dieron quejas o hicieron reclamos a mi papá. Así se resolvían esos asuntos.
Posteriormente, estudiando en el Deogracias Cardona en primero Bachillerato (hoy grado sexto), otra vez, el matón del grupo me pidió gaseosa, me la quitó, tomó, y me la devolvió, yo indignado se la eché por encima, a gritos me desafió a pelear a la salida del plantel, yo todo ofendido acepté el reto; ya calmado, el tiempo de las clases siguientes pasó lento, terrorífico, a cada momento el “mono Uribe” se volteaba, me llamaba y me mostraba el puño, yo empecé a rogarle a Dios que fueran por mí al colegio antes de terminar la jornada para no tener que pelear con ese, que, además de grande, tenía fama de pegar duro (mi abuela materna vivía con nosotros y yo angustiado, pedía que se enfermera o muriera ese día para salir del apuro de manera digna); mis ruegos no fueron escuchados. Al terminar la jornada y aclamado por las otras víctimas del matón, nos dirigimos al potrero frente al colegio, hicimos el ritual de quitarnos las camisas y decir: ”pégueme Ud. primero”, el mono confiado, no me pegó y yo de asustado le metí un taponazo y lo tumbé al piso, nos agarramos a golpes, la pelea estaba pareja hasta que él me tumbó y en el suelo me metió dos patadas, me pasó lo de Hulk (aunque no me puse verde), me volví una bestia y tuvieron que quitármelo después de reventarle la nariz, botarle los cuadernos, romperle la camisa y despedazarle el reloj con una pesada piedra, nos suspendieron por tres días. Como el mono tenía antecedentes por agresiones, fue expulsado del colegio (aunque era sobrino de Don Leónidas, el coordinador). Mi papá estaba orgulloso porque seguíamos sus instrucciones, y mi mamá, pacifista convencida se avergonzaba.
Como docente y padre, estando en grado sexto, mi hijo mayor empezó a ser intimidado por el abusador del grupo, hablé con sus papás y los enteré de la situación, cuando entendí que la familia no tenía intenciones de corregirlo, le hice seguimiento a los abusos y el matón fue expulsado de la institución, cosa que cuento sin alardear o avergonzarme, así, de manera aséptica defendí a mi hijo. Definitivamente los abusadores son hijos de padres maleducados que no les fijan límites y los crían como dueños del mundo; un niño recibía risas de su mamá, cuando la citábamos porque golpeaba a sus compañeros; una vez me encontré con ambos, luego de contarme que había estado preso, me pidió dinero; ggquise reprocharle a la señora sus risas despectivas, pero comprendí que había pagado caro y de contado su alcahuetería.
Los docentes sufrimos en carne propia los apodos, único mecanismo de desquite de los estudiantes malos o indisciplinados, entre más cuchilla el profe más apodos le ponían; a mi amigo Hernando García Coordinador de disciplina, lo apodaron “Gargamel” cuando aparecieron los pitufos, por su gran parecido con ese personaje. Rodrigo Cortés (q.e.p.d.), fue célebre por sus apodos, era profesor de Matemáticas y se autoproclamaba” Atila, el rey de los unos” porque en esos días las notas iban de 1 a 5; por su pequeño tamaño en su época de coordinador disciplinario lo llamaron el “gnomo” apodo que gritaban en los descansos, aprovechando el tumulto; finalmente fue apodado “Mario Bross” por ser igualito al del videojuego.
En las aulas de clases, los docentes siempre rechazamos los apodos como vicio de gentes de baja ralea y, a pesar de lo gracioso de alguno de ellos, había que aguantarse la risa y regañar a los estudiantes agresores; pero hay apodos de antología, un estudiante llamado Dairo, de quien se decía tenía cara de camello fue apodado “dromedairo”, logrando así una caricatura perfecta de su nombre y fisonomía.
Hubo grupos donde tuve tanta confianza con algunos estudiantes, que los matoneaba con su apodo, incluso ponía apodos sin proponérmelo: cuando pedía a mis estudiantes resolver en grupos pequeños un cuestionario basado en una lectura, muchas veces por pereza, ellos pedían ayuda por no “encontrar” la respuesta, yo siempre los regañaba: La respuesta está ahí ¿no les da pena? 10 ojos y no son capaces de verla, ¡parece que tuvieran ojos de peluche!, queriendo decir que los peluches no tienen ojos, sino botones que no ven; uno de mis estudiantes de apellido Cano, hoy abogado, tenía ojos grandes, azules y bonitos y a él le clavaron el apodo, cuando conoció a mi hijo mayor y lo identificó, me mandó decir: ”Que agradezca su papá que cuando me hacía bullying en el colegio no era abogado, pues lo habría demandado”.
Uno de los tantos estudiantes apodado “burro”, me vio un día pisando un prado, intentando llamar la atención a otro docente, y me increpó: ¿ese es el ejemplo que Ud. da? No pise el prado; yo para sacarme la espina del regaño contesté: Ortiz, se me olvidó que para Ud. este es un asunto personal, que pena ¡le estoy pisando la comida! Soltó la risa y me dijo: pilas, no me ponga apodos.
Tuvimos un estudiante de apellido Amaya, gordito, remolón, y mamagallista que cuando amenazábamos llamarle a su acudiente por bajo rendimiento, decía con que su mamá era Magistrada y no tenía tiempo para “perder”, el profesor Nelson Peláez, lo pillaba en clases mirándose en el celular, amablemente le pedía guardarlo y prestar atención, varias veces pasó la misma escena, hasta que Peláez reventó: “Amaya, si a Ud. le gusta ver caras de marrano, vaya a la galería, allá llevan muchas los sábados”, todos soltaron la carcajada, Amaya amenazó con llevar al colegio a su progenitora, cosa que obvio, nunca hizo.
Entre docentes y estudiantes a veces se logran buenas amistades, con intercambio de opiniones futboleras, políticas y otros temas que traspasan los contenidos de clase; hay estudiantes que agarran a mamar gallo con un tema determinado, un estudiante cogió el tema de contarle a Rafael Camilo Ocampo, que estaba preocupado por creerse adoptado; el docente buscaba que el estudiante asumiera con gratitud su supuesta adopción, haciéndo ver como un verdadero acto de amor, que a alguien, despreciado por su familia le resultara otra que le diera oportunidades de progresar en la vida; el muchacho siguió con su temita, hasta que Rafael decidió quitárselo de encima y le dijo: ”Hermano, quédese tranquilo que Ud. es hijo legítimo de su papá y mamá”, el joven preguntó: profe Ud. porque piensa eso, Rafa contestó “porque cuando uno adopta, le echa mano al niño o niña más bonito y no al más trompón y feo”, todos se murieron de la risa y así el supuesto adoptado dejó la cansadera.
Supongo que Nelson y Rafael disculparán mis infidencias. Un saludo a mis excolegas docentes, en estos días atareados alcahueteando estudiantes mediocres para evitar que repitan el año, medida neoliberal para ahorrar dinero en el sector educativo, que, en vez de mejorar su calidad, la deteriora.
Recuerdo claramente esa anécdota. Casi se mueren de la risa. Muy sabroso escrito, Danilo. Saludos y gracias por compartir los escritos. Agradabilísimos.
Hola hermano: mil gracias por leerme, me agrada dar a conocer esa faceta humana de los docentes, que nos diferencia de verdugos o robots. Mil saludos y bendiciones.
Muchas gracias Don José Danilo por traer a mi mente aquellas épocas de escuela y colegio, donde no faltaban los apodos para profesores y estudiantes, pero en mi caso particular no fui amigo de ese tipo de trato. Rafael Camilo Ocampo fue mi profesor cuando hice mi bachillerato, graduándome en el año 2002. Dios lo continúe bendiciendo.
Mil saludos don Néstor: me encanta poder revivir esas historias y esas épocas, duras, pero superadas por nuestra generación. También me encanta que ud recuerde a un docente con gratitud, que bueno. Mil saludos y bendiciones.
Hola Danilo. En tus anécdotas hablas de los apodos que se ganaron varios coordinadores, todos ellos conocidos por mí. Recuerdas que apodo tenía yo como coordinador en Itesarc; yo era muy estricto y tenía registro escrito de todas las ocasiones en que debía hablar con estudiantes y acudientes.
Hola Guillermo: realmente no recuerdo que a UD le tuvieran un apodo, todos teníamos al menos 1 , pero no recuerdo. Mil saludos y bendiciones.
Apreciado Don Danilo:
Con el profesor Rafael alcancé a compartir un corto tiempo, gran maestro y personaje. Gracias por las anécdotas, tan divertidas como reflexivas.
Hola hermano: que bueno saber que conoció UD a Rafael, gran docente y buen ser humano, hice esos comentarios para mostrar el lado humano de los docentes, que tantas veces se desconoce.mil saludos y bendiciones.
Jajaja muchas experiencias pasadas nunca volverán a ser iguales y sin duda algunas cosas no cambiaran
Hola hermano: mil gracias por su comentario, eran otros tiempos, mil saludos y bendiciones