SIN LIMITES
Era un hombre humilde, de lento caminar, revestido de serenidad y fortaleza, por su mente solo cruzaban pensamientos sanos llenos de amor y pureza. Su existencia transcurría en medio de la melancolía y la soledad; tenía un gesto de humildad imposible de ocultar.
Era todo un misterio, en noches solitarias y frías se le veía rondando el cementerio.
Su sombra triste y abrumada visitaba con frecuencia una tumba profanada, aquel huerto sagrado lucia tétrico, no había lapidas, ni flores, lucia abandonado.
El recuerdo de aquellas horas en que ebrio de amor y locura caía rendido sobre la infame que creía pura, le atormentaba su vida; agobiada y vencida.
A sus oídos llegaban rudos y crueles comentarios que daban cuenta de la vil traición de ella, a la que tanto quería, y que jamás olvidaría.
En cada instante en todo momento, se mostraba como un alma blanca y pura como un hermoso rosal, hasta que caía vencida por la tentación del mal.
La alfombra gris era testigo de excitantes y ardientes batallas que con otros hombres en lujuriosas noches se dejaba amar y querer, era una fémina de pena y de placer.
Traidora mujer untada por igual de veneno y de miel. Ya era tarde para él, esa bella alma que tanto quería ya no existiría en su mundo de traiciones y vagas ilusiones.
Recuerdos de días de encanto y largos idilios amorosos, de coqueteos y miradas cariñosas, no había para ellos nada igual, quien lo creyera, serian el preludio de un triste final.
Aquel varon en tristes horas de desvelo no pudiendo soportar más el dolor de esa agobiante pasión huyó despavorido bajo un cielo oscuro, luchando contra su sino en el fatal agitar de su angustioso destino.
A ella no le importaba el dolor de su amado, quien en bellos y clamorosos días le dio todo su amor. Decía que lo quería, que lo amaba, pero su atrayente figura la hacía caer en otros brazos y en otras bocas que de a poco la llevaban al abismo y al ocaso de su existencia loca.
Pasado algún el tiempo la que era dueña de una hermosa y esbelta estampa, la que rompía corazones con penetrantes y radiantes miradas, ya no era la misma, lucia fundida en extrema palidez, su rostro ajado, aquellos senos de pétalos de rosa ya no eran más que otra cosa.
Una tarde viéndose despreciada y sola llegó a su mente el deseo de la muerte y no lo dudó, en un arrebato infame tomó un afilado cuchillo y lo sepultó con violencia sobre su pecho inerte y vencido.
Allí, inundada de sangre cerró el último capítulo de vida aquella que no le importó el dolor de aquel que tanto la amó y quien hoy, en total nostalgia la recuerda día a día visitando aquella tumba abandonada y fría.
He dicho LAM.