ESCAMPAVIA.
La palabra es creadora, Buda hablando bajo un árbol dejó enseñanzas que aún cautivan a millones, Jesús recorrió el Oriente Medio predicando y de paso creó una iglesia con multitud de feligreses, otro tanto lograron populistas desalmados como: Hitler, Mussolini o Stalin, los líderes acceden al poder, más con la palabra que con la violencia y las armas, es tal su capacidad de generar realidades que antaño la palabra era una escritura pública. El poder de ella sigue intacto, solo que ahora lo que se dice no se sostiene, no se reconoce y lo peor sirve para engañar.
Tanto se nos ha mentido que la arana no causa ni sorpresa, ni escozor; basta recordar a Santos diciendo que el acuerdo de La Habana sería sometido a la aprobación de los ciudadanos en las urnas, o que no habría curules gratis, o que no subiría los impuestos, o su gratitud a Uribe, pero eso ya pasó y no pasó nada distinto a que quien prometió y prometió no cumplió, pero si cobró por adelantado por sus oficios. Desafortunadamente ese mal no es nuevo y por ello la oferta de cambiar conquistó adeptos, quienes se están lamentando por su credulidad, puesto que tales correcciones, como era de esperarse, por los antecedentes del promesero, no se han cumplido, por el contrario, vemos a altos funcionarios repartiendo prebendas a cambio del voto de quienes no ocultan que están en oferta, como lo hacen las trabajadoras sexuales, en una de las famosas vitrinas de Ámsterdam.
Escuchar a algunos de los funcionarios es un ejercicio ilustrativo sobre cómo la palabra se ha convertido en algo que solo vale por el momento, un “sin querer queriendo”; así la gasolina, que era cara en un discurso repetido, se convierte en un regalo para ricos, con solo cambiar de traje, o a quien, en el concepto de honorables jurisconsultos, delinquió cuando continuó ejerciendo un cargo al cual fuera suspendido con efecto inmediato y lo más gracioso nombrando, impedido como lo estaba, a un embajador a quien considera un drogadicto corrupto, o cuando desde las tribunas gubernamentales se pregonan odios y rencores.
Martin Luther King soñó un país en donde los negros y los blancos pudieran coexistir como iguales, quizás los colombianos podamos soñar con vivir donde podamos morar sin temores ni rencores, donde el discurso de la vida sea más que una promesa electorera, un país en el que no se premie el delito y donde los delincuentes no tengan cabida en las esferas del poder, un país gobernado por quien cumple su palabra de respetar la Constitución y las leyes, un país sin enemigos al interior de sus fronteras.
Como soñar no cuesta nada podemos aspirar a tener una sistema de salud que no sea un instrumento político en manos de ineptos, en un gobierno austero que no cree más costosas embajadas y menos que las utilice para callar y tapar, un país que necesita de austeridad y que no se puede permitir el lujo de perder oportunidades por descuidos, un gobierno que, como un buen padre de familia cuide del bienestar de los suyos y lo ponga por encima de los regalos y las dádivas, un gobierno que cree empleos productivos y no destruya la riqueza nacional, un país donde el guardián de la heredad no sea una marioneta que gasta sin medida, un gobierno que se ocupe de las urgencias de la nación y menos de la vitrina internacional, un país donde no se incumplan los compromisos; claro que los sueños, sueños son y para nuestro caso, soñamos que ellos no se transformen, como está ocurriendo, en pesadillas sin remedio.